Opinión: Todos estamos en libertad condicional
Por Juan Francisco Risso
“En el Código Penal argentino, la asociación ilícita se encuentra regulada en el artículo 210. Este artículo establece penas de prisión o reclusión de tres a diez años para aquellos que formen parte de una asociación o banda de tres o más personas destinada a cometer delitos. La simple pertenencia a la asociación, con el fin de cometer delitos, ya constituye el delito, independientemente de que se hayan cometido o no los delitos específicos”. Eso recuerda la IA.
En el mundo del Derecho Penal bien entendido (que hemos olvidado) la asociación ilícita se encuentra totalmente fuera de lo deseable por un jurista. Mal puede concebirse una figura delictiva sin límites, que son cosa sagrada y hacen al derecho de defensa de cada ciudadano. Hace unos 30 años un colega defendía a dos empresarios tresarroyenses, que debiendo tener acopiado grano… no lo tenían, y les formaron una causa penal con trámite en Bahía Blanca. Delito federal. No era algo detenible, pero el fiscal le espetó al defensor -mi colega- una frase agresiva y que marcaba territorio: “La asociación ilícita se la inventamos nosotros para dejarlos pegados”. Y pasaron una buena temporada en Villa Floresta. Ilegalmente claro.
Relean la definición: no es necesario que se cometa un solo delito. Alguna vez vi en TV a un abogado que lo explicó así: “Suponga que nos encontramos tres amigos en un bar, que nos pasamos con la cerveza y que nos ponemos a planificar como robar o estafar a terceras personas. Bueno: eso es una asociación ilícita”. Si los hubiesen grabado habrían estado en problemas, de 3 a 10 años. Aunque al otro día ni se acordaran.
A la madre de Alexia -la del estiércol en chez Espert- le hicieron pasar tres días detenida porque la hija le había dado una tarjeta azul para conducir un vehículo. Eso a la madre. Y no hablemos del “armado” de Arroyo Salgado para que lo de Alexia apareciera como “delito”, que no lo es. (Parece sacado de Estudiantina de Miguel Cané). Y delito detenible por el mismo precio, ya que estaba. Lleva más de 10 días adentro.
A la intendenta Mayra Mendoza le hicieron algo peor en el frente de su casa, pero voy a un fallo real. En tiempos en que Su Gimenez aún estaba de buen ver, se hallaban ella con su consorte Huberto Roviralta en un boliche y se toparon con Lucho Avilés en persona. Supongo que Avilés venía medio pesado con el asunto del auto que el matrimonio Gimenez-Roviralta había escondido bajo una pila de fardos, lo cierto es que el Huber vació su vaso de bebida cola en el rostro y ropas de Aviles, que -machito tras las cámaras- le hizo juicio penal por el delito de “daño”, que el juez, de taquito, sacó fuera de la cancha, indicando que la bebida no era corrosiva y cosas así. No era delito. A joder a otra parte. Y entre mandar un traje a la tintorería y manguerear la vereda, prefiero esto último.
“Todos estamos en libertad condicional” es una película italiana con Vittorio de Sica (y un elenco de primerísimos actores) de 1971. A un conocido arquitecto de Roma le tocan timbre un funcionario judicial y un par de carabinieri, le piden ver su auto, le revisan la trompa a conciencia y le piden al arquitecto que los acompañe. Le explican que un peatón fue atropellado y muerto por un auto “como el suyo”, que han hallado huellas del impacto y lo meten adentro. Queda en una celda con varios delincuentes que se la hacen pasar mal, pero mal. En algún momento lo meten en una celda con otro tipo, un tipo decente. Tan decente que destapaba ollas e incomodaba al gobierno. Empezaron encanándolo y finalmente el tipo se suicidó. A ver: en mitad de la noche abrieron la puerta de la celda y entraron tres enmascarados con guantes de latex y una navajilla de afeitar. “Que sea rápido” pidió el condenado, le cortaron las venas de la muñeca, esperaron que se desangrara y se marcharon. Luego las autoridades llamaron al arquitecto, y le dijeron que ahora creían que era inocente, que era otro auto parecido y que podían dejarlo marchar inmediatamente. Y ya que había presenciado cómo su compañero de celda se suicidaba, firmó unos papeles referidos a ello, y en el Corriere de la Sera salió la noticia del suicidio, presenciado por un conocido e intachable arquitecto que circunstancialmente compartía celda.
Y cuando finalmente salía de la cárcel lo interceptó una joven, hija del “suicida”, que le formula esta pregunta: “¿No tiene nada que decirme?”. Tras una interminable vacilación, el arquitecto dice: no.
No es de ahora como ven, ni de aquí. Pero ahora están montando medidas legales, DNU y demás para que este avasallamiento a la población sea total y absoluto. Se dice que a Espert, el narco ese Freddy Nosecuanto le dio -dicen- una cedula azul para conducir un auto. Como a la madre de Alexia. Pero eso pasa por un tubo.
Amigos: que no nos avasallen. Y vos, Bullrich, pará el carrito. Nos vemos.