“Maquiavelinas”: Diez años sin Aylan
Por Marcelo Mouhapé Furné
La frase de la ilustración no es de “El Principito”. Resume el libro “El Dador”, de Lois Lowry. Obra de principios de los 90’ del siglo pasado que muestra una Humanidad insensible al sufrimiento del semejante porque de su programación cerebral eliminaron los sentimientos. “El software de la inhumanidad”.
El fotoperiodismo es un arte. Que una imagen exponga todo, sin la necesidad de tener que agregar una palabra para describir lo que significa solo se logra con talento excepcional.
Me referiré a tres fotos históricas que muestran tragedias humanas. Todas consecuencia de lo peor de nuestra especie.
En 1972, en la aldea vientnamita de Trang Bang, un corresponsal de guerra de ese país tomó la imagen que mostraba a varios chicos llorando y corriendo. Entre ellos había una niña de 9 años (llamada Phan), quien tras sacarse la ropa en llamas corría desnuda gritando de dolor por las quemaduras que en su cuerpo provocó el napalm que los aviones de Estados Unidos arrojaron.
El napalm arde a mil grados, dura más en consumirse y se adhiere a lo que cae. Las fuerzas armadas estadounidenses quemaron vivos a miles de vietnamitas que nada tenían que ver con la guerra. La fotografía de la niña que corría mientras su cuerpo ardía por el napalm impactó al mundo. Hizo aumentar la presión de otros países al gobierno de EE. UU para terminar con esa guerra; lo que ocurrió tres años después.
Otra foto estremecedora es la que el reportero Kevin Carter tomó en marzo de 1993 en Sudán. En la aldea de Ayod registró la imagen de un niño de dos años (primero se pensó que era una nena) famélico tirado en el piso y un par de metros detrás un buitre esperando que muriera para devorar lo poco que quedaba de ese cuerpo consumido por el hambre. El nombre del chico era Kong.
Eso también hizo reflexionar al planeta, pero no provocó acciones para evitar más hambrunas en África porque ya la diplomacia mundial solo era burocracia (muy cara). En los 32 años posteriores siguieron muriendo centenares de miles de niñas y niños africanos por inanición.
Hace 10 años, la fotógrafa turca Nilufer Demir, cubrió la llegada de migrantes sirios cerca de Bodrum. Una de las precarias embarcaciones se hundió. Entre los ahogados hubo un niño de 3 años (después conoceríamos que se llamaba Aylan). Su cuerpo, vestido con una remera roja y un pantaloncito azul, estaba en la orilla. Lo acariciaban las olas. Otra vez la indignación fue total, pero poco ocurrió porque, salvo por “maquillajes de forma” (dinero para fondos que atenúan pero no resuelven) el mundo ya casi no accionaba ante el dolor ajeno. Solo se horrorizó (un rato) al verlo por los medios.
Desde aquel septiembre de 2015 el Mediterráneo continuó sumando miles de cadáveres de gente que se ahoga tratando de llegar a un destino que le depare una vida mejor. Mientras Naciones Unidas observa, familias, -cómo la del sirio Aylan-, siguen escapando de dictaduras. De países africanos, -como el del sudanés Kong-, continúan huyendo del hambre. O de la guerra, como aquel Vietnam de Phan.
Más de 50 años de postales que muestran una humanidad cada vez más deshumanizada. Hay instituciones mundiales que deberían proponer soluciones en el origen de los problemas. Crear condiciones para que la gente no tenga que irse de dónde nació, evitando así las masivas migraciones. Aunque están para eso, nada hacen.
Pero la indolencia no se reduce a diplomáticos inútiles; el problema es mucho más general. Es un mundo sin valores. En el ranking de las “actividades” más lucrativas figuran varias aberrantes. Encabeza la venta de armas, cuyo único fin es matar. La sigue el narcotráfico que destruye la vida de millones de consumidores y de sus familias. El tráfico de personas en sus muchas variantes: asesinato de niños para vender sus órganos o mantenerlos secuestrados para utilizarlos como objetos sexuales de consumo personal o masivo a través de la pornografía infantil. De mujeres (incluidas niñas) para prostitución. La explotación laboral al punto de la esclavitud. El comercio de migrantes aprovechando sus situaciones desesperadas; étc; étc; étc.
Por acción u omisión, el mal gana terreno en nuestra “civilización”. ¿Qué habrá querido hacer Dios, cuando creo al ser humano?.