Llegando al centenario de la Escuela Técnica: La industria del saber
La historia en la voz de los que la hicieron. La voz de los protagonistas en los relatos y recuerdos. Los relatos en la suma de las acciones. Las acciones que hicieron y hacen historia
Por Valentina Pereyra
Cien años desde que Marcelo T de Alvear firmara el decreto de creación de la escuela de enseñanza técnica en nuestra ciudad. Cien años desde que el intendente José Aldasoro recibiera el pedido del inspector de educación para gestionar un terreno o un edificio para los talleres de herrería y carpintería manual. Cien años para festejar a través de la palabra experta de docentes, ex docentes, directivos, ex directivos, alumnos, ex alumnos.
Maestros de maestros pasean por los pasillos de la Escuela de Educación Técnica Don José de San Martín, único nombre que se mantuvo invariable a pesar de los cambios de denominaciones: Escuela de Artes y Oficios, Escuela Nacional de Educación Técnica e Industrial de Tres Arroyos (alias ENETI TA tal como se rotulaban los trabajos de la época), Escuela de Educación Técnica. El hall de entrada conserva huellas de los primeros años, de ingenieros profesores que subían en micro en Bahía Blanca, daban clase en Tres Arroyos y volvían a partir para la ciudad universitaria. Paredes que abrigan voces de antaño, saludos amables, retos; techos altos, salas de hospital transformadas en aulas plagadas de anécdotas que estampan identidad en cada ladrillo, cada banderín, cada trofeo. Cien años desde que Juan B. Istilart, vicepresidente del grupo Pro Apoyo a la escuela, comenzara a gestionar fondos para la Escuela de Artes y Oficios.
Doce sillas rodean la mesa de roble marrón que lidera la oficina de la directora María José Rodríguez. El grupo de amigos de la escuela se distribuye sin dejar de hablar entre ellos. No los intimida el grabador ni la presencia del fotógrafo, los emociona el reencuentro y el objetivo de la charla: el Colegio Industrial, como la llama la comunidad. Descubren a medida que avanzan los minutos que tienen mucho en común más allá del edificio. Se reconocen ex alumnos de ex docentes y ex docentes de ex directores. Hacen chistes sobre sus comportamientos adolescentes y dejan fluir las más desopilantes anécdotas.
En la punta se sienta María José Rodríguez, actual directora, la única mujer en ese cargo después de cien años. Es profesora de biología y ciencias exactas. Hace veinte años ingresó a la Escuela para hacer prácticas docentes. En 2014 ocupó el cargo de vicedirectora que dejó Isabel Rodera y en el 2019 empezó su gestión directiva. A su lado, Lorenzo Hugo Albani quien gestionó la institución por más de cincuenta y un años y, si sumamos su paso por las aulas la cifra asciende a cincuenta y siete. Empezó el secundario en 1958 hasta el 1963 y fue de la primera promoción de técnicos electromecánicos del país. Antes la Escuela Industrial de la Nación egresaba a técnicos mecánicos o técnicos electricistas. Jorge Suárez le sigue en la fila dispuesto a contar su experiencia desde 1948 cuando ingresó como estudiante hasta 1954 cuando egresó. Su relato, cargado de sorpresas lo ubica en un rol muy deportivo así como el de profesor. En el centro, don Emilio García que bromea comparando sus 95 años con los centímetros de una regla como no podía ser de otra manera para un maestro carpintero. “Estudié carpintería por vocación, a mí me encanta”. A su izquierda María Virginia Galván que ingresó a la Escuela en el 1971 y egresó en 1977. Sin embargo no se fue. Hizo toda su carrera docente en la institución donde encontró grandes amigos y a su compañero de la secundaria con quien formó una familia. En la otra punta de la mesa Hugo Muda que cursó el secundario desde 1981. Ingresó como profesor en 1989 mientras estudiaba matemática y física. La década del noventa lo invitó a unirse a la cooperadora bajo la mirada atenta del director Albani y por mérito pedagógico forma parte del equipo directivo.
Esta es una historia que trasciende los años de su creación. Es el relato vivo de los protagonistas de un pasar digno y glorioso y de un presente innovador y prestigioso. A viva voz declaman que los egresados de la Escuela son los empresarios y trabajadores de hoy. Ex alumnos que entraron confiados al mundo que les abrió las puertas para dar clase en universidades, trabajar e investigan para el Conicet, en el Balceiro, en yacimientos o en cuanta institución necesite de sus conocimientos.
Lorenzo Hugo Albani decidió inscribirse en la Escuela por interés personal. En su familia eran oficinistas, pero él tomó otro camino. No fue iniciativa propia la de regresar a dar clase, pero aceptó con gusto cuando lo fueron a buscar y se quedó 51 años más. “Estoy muy agradecido a la escuela y a mis docentes por su don de gente y por su forma de tratarnos y de tratar de que aprendiéramos. Tuve un gran equipo de trabajo que fueron la columna vertebral de estos años”. Lorenzo inició su gestión con una tecnicatura y cuando se despidió del cargo tenían cuatro. El mérito se lo atribuye una y otra vez a su grupo de trabajo. “Una sola persona no puede hacer nada, todos tiramos para el mismo lado”. Las propuestas innovadoras de la Escuela Técnica inspiraron a las autoridades educativas para incorporarlas a la currícula.
Un año después de la creación de la escuela seguían sin edificio propio, sin embargo, la comisión cooperadora logró convencer al Concejo Deliberante para que cediera el edificio donde funcionaba el Hospital Municipal. En 1925 la puerta de ingreso daba a Pedro N. Carrera al 665, tenía dos plantas y veinte habitaciones. Ideal para empezar a impartir clases con todas las de la ley aunque no reunía los requisitos porque los ladrillos y el barro sobre los que se asentaba no daban seguridad alguna. Pero tenían director asignado: don Luis A. Borruat, santafesino recibido en la Universidad de Ohio, Estados Unidos. Con veinticuatro años y el diploma con olor a nuevo abajo del brazo se vino a Tres Arroyos a iniciar la obra educativa. La historia dice que el diputado Antonio Maciel, director del diario La Voz del Pueblo, consiguió que el Parlamento incluyera en el presupuesto anual de 1929 una partida de $100.000 para lograr el edificio propio. Unos 1500 m3 cubiertos divididos en talleres de Mecánica, Herrería, Carpintería y Fundición. En la planta alta la casa del director y el mayordomo. La memoria de Albani y su lectura sobre estas historias dicen que el director salteño Félix Francisco De Grande fue el único que habitó el primer piso en ese cargo.
En la década del ´70 se construyó la parte que da a la calle Lavalle en dos terrenos que antes eran patios. Se levantaron aulas y laboratorios. En 2015 se inauguraron en el terreno que da a Pedro N Carrera seis aulas y una preceptoría. La escuela tiene un laboratorio que cuenta con una máquina universal de ensayos que se utiliza a nivel industrial.
Treinta y un alumnos iniciaron el ciclo lectivo de 1926 junto a los profesores Bartolomé Recalde, Primo Pedeferri y José Eduardo Dellagiovanna. Los últimos directivos: Jorge Balbuena y Lorenzo Albani pueden contar la historia.
Emilio García inició su carrera a poco de inaugurarse la escuela y se jubiló en 1991. Fue alumno durante el plan de estudios que tenía tres años para recibir el título de técnico en Carpintería. Otros compañeros siguieron el programa de Herraría Mecánica o Herrería. Luego se podía optar por un año más para la especialización. Así completó sus estudios e inició el camino como docente en el cargo de jefe de sección de carpintería. “Ya estoy para jubilarme de jubilado”.
Jorge Suárez cursaba siete horas de lunes a sábados. Maestros de guardapolvo azul y corbata, alumnos de overol blanco. Al igual que Albani decidió ingresar a la Escuela Técnica por su voluntad a pesar de haber rendido bien el ingreso al Colegio Nacional “por suerte mi padre no tuvo ninguna objeción cuando se lo dije”. Entró en 1948 y egresó en noviembre de 1954 como técnico electricista. Suelta una risa cuando trae a la mesa las clases de los sábados a la tarde. Tenía diecisiete años y lo habían encargado de darle manija a la Gray del ’23 que retiraba de uno de los galpones. Pasaba a buscar al profesor Omar Lacave y salían para el Tiro Federal. El plan de estudios contemplaba la aprobación de la materia “tiro” que era obligatoria si querían el título habilitante. Jorge se reunía con sus compañeros y antes de llegar hacían algún alto en el camino para dispararle a las perdices que corrían despavoridas a campo traviesa.
Reconoce que sus habilidades deportivas perdonaban sus travesuras. Sus compañeros de charla complementan los relatos con nuevos datos. Jorge destaca un momento de su vida escolar en la que el director los formó en el patio principal y les presentó a un recién llegado profesor riojano a cargo de educación física. “Llegó con prácticas que nos deslumbraron”. La escuela consiguió un trampolín y colchonetas que ayudaron a la iniciación en las acrobacias. “Éramos los adalides de la Escuela. Nos quedábamos después de hora y salíamos a representar a la institución donde nos requirieran para actuar”. La noche los podía encontrar saltando el trampolín y ejercitando. Para Jorge fue revelador el día que llegó el profesor riojano que una vez que terminó de explicar cómo serían sus clases corrió a través del patio y al final hizo una vuelta mortal. “A fin de año ya actuábamos en Puerto Belgrano” Emilio recuerda que acompañó al cuerpo de acrobacia que eran muy distinguidos en la zona. Iban a eventos en diferentes ciudades. Durante el descanso entre baile y baile acercaban un trampolín y los jóvenes hacían sus piruetas.
Suarez quería ser profesor de matemática. Al terminar la secundaria su familia alquiló un departamento en La Plata que compartiría con otros amigos, pero la enfermedad de su padre truncó esa ilusión. Sin embargo pudo dar clases de matemática en la Escuela Técnica hasta 1955 que hizo el servicio militar. A su regreso entró a dar la materia Laboratorio y Máquinas eléctricas por cuatro años. “Intercalaba el trabajo en el colegio y en mi tallercito que me había armado en la casa que alquilaba mi padre”. Aprendió a bobinar, a hacer instalaciones eléctricas, tornería, preparó su tesis sobre la construcción e instalaciones de un hospital “Egresamos seis alumnos, y siempre que pude recibí pasantes en mi negocio. Uno de ellos, Carlos Martínez, se quedó trabajando con nosotros”.
María Virginia Galván se recibió de Técnica Mecánica Electricista y construyó su carrera en la institución hasta 2019 pasando por cargos de ayudante laboratorio, secretaria y vicedirectora. Se anotó porque ese año anunciaron la apertura de la especialidad administrativa. A pesar de que el plan no se concretó no se fue de la escuela. “Hasta tercer año se quedaron casi todas las mujeres que ingresaron conmigo y luego siguieron en otras escuelas. Egresé con otra chica ese año” Virginia hace gestos con sus manos y sonríe cuando cuenta los saludos que recibe de ex alumnos que la cruzan por la calle. Disfruta al hablar de los tiempos pasados y subraya frases con doble línea para hablar del respeto que siempre se tuvieron entre compañeros y docentes. “Íbamos a otras escuelas en viajes de estudio y los varones siempre nos cuidaban mucho nunca nos diferenciamos por ser mujeres, hacíamos lo mismo que los varones”. Levanta el mentón y endereza la espalda para contar que hay alumnas de la escuela trabajando en empresas muy importantes del país y que egresadas trabajan actualmente-después de sus prácticas profesionalizantes- en las redes de CELTA. Virginia se incorporó a un equipo que contaba con mujeres desde que en 1972 el Consejo Nacional de Educación Técnica fusionó la Escuela Profesional de Mujeres y el Colegio Industrial.
Hugo sigue atento la charla y los pequeños comentarios que se susurran a los gritos de a dos o de a tres en cada sector de la mesa. “Desde que empezás en la escuela se toma cariño, se crea otra relación. Pasamos muchas horas acá”. Su carrera como cooperador empezó como ayudante en las instalaciones eléctricas de los fogones y antes de casarse ya era parte del equipo. “La gente de comisión de la cooperadora ya no tienen ni los hijos ni nietos porque ya pasaron todos, pero siguen trabajando por las necesidades de la escuela. Tareas que se hacen por un fin muy noble”. A Hugo nadie se lo contó, fue protagonista de planes y proyectos que lo enorgullecen. Planos, diseños, cableados, instalaciones ocuparon horas de trabajo en talleres, escuelas rurales, el sector de la administración del Centro Cultural La Estación y las propias instalaciones de la escuela. Fue parte del Programa “A Saltar la Pared” que les permitió llevar electricidad a cinco escuelas rurales. Donde no alcanzó lo que enviaba el Estado, estuvo la cooperadora para que la obra se pudiera realizar.
Frutas maduras y de las otras
Albani elige las palabras que suelta con aplomo y convicción. Es un verdadero libro abierto, un hombre que dio todo y peleó por todo. Confiesa que en una trayectoria dilatada como la suya hubo frutas verdes y maduras. “En el ´93 nos tocó una fulera con la Ley Federal de Educación”. Y como el que es docente nunca deja de serlo, inicia una explicación sobre esa norma. “Si se lee minuciosamente en el prólogo se menciona a la educación técnica, pero en la currícula no se la nombra. Fueron años de lucha, teníamos una currícula como una escuela normal y los talleres eran optativos”. La mirada fija en aquel momento y el sabor del deber cumplido cierran la pequeña muestra didáctica. “Siendo transgresores y sin darle cabida a nada de esto, incluso me costaron varios intentos de sumario, (otras escuelas cerraros talleres y oficinas técnicas) hicimos lo contrario”. Tecnificaron más la oficina técnica y con un programa de crédito fiscal avanzaron con la adquisición de las primeras computadoras y plotters. “Fue un trauma tremendo”.
En el cajón de las frutas verdes se incluye la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 que afectó a la escuela, porque el gobierno militar excluyó del presupuesto nacional el aporte para la institución bajo pretexto de la crisis económica nacional. Las puertas se cerraron hasta julio de 1936, aunque la construcción del edificio nuevo se retomó en 1933. La Escuela de Artes y Oficios pasó a denominarse en 1946 Escuela Industrial de la Nación.
Albani toma un respiro y vuelve a la analogía de las frutas. Describe lo que fue para él y los estudiantes, la panacea. “La madura fue en 2005 con la Ley Nacional de Educación Técnico Profesional, la 26.058. No se me borra nunca de la cabeza: planes de mejora a través de la financiación que se da por ley y nos garantiza tener tecnología de última generación”. Dice que las personas que forman parte de las instituciones son aves de paso que siguen su camino, cumplen su ciclo y dejan huellas. Nadie lo contradice, es más, todos asienten con la cabeza, ante la declaración contundente y cierta de que lo más importante es preservar la calidad institucional. “Así como llegamos nos tenemos que ir, La escuela es patrimonio de la ciudad de Tres Arroyos”.
Marchemos hacia la frontera
Emilio García dio el discurso principal durante los festejos por el 75 aniversario de la Escuela Técnica y destacó, como en este encuentro, la audacia y el compromiso de la institución, los maestros y sus alumnos, en el proyecto “Marchemos a la Frontera”. La organización estuvo a cargo del CONET y de la Gendarmería Nacional. El advenimiento en 1959 del Consejo Nacional de Educación Técnica (CONET) bajo la presidencia de Arturo Frondizi fue un faro para Sudamérica en el ámbito educativo. Se creó porque había dos entidades que se dedicaban casi a lo mismo: la Dirección Nacional de Educación Técnica y Consejo Nacional de Aprendizaje. De esa fusión nace el Consejo Nacional de Educación Técnica. A partir de ese momento cambió la denominación de la institución local a la de Escuela Nacional de Educación Técnica Industrial. El CONET funcionó hasta el 2004 que se hizo la transferencia y volvió a cambiar el nombre a Escuela de Educación Secundaria Técnica. Luinor Edelfio Vilches fue el primer presidente del CONET y dio clase en la UBA hasta hace seis años. Venía a dar clase desde Bahía Blanca y para Jorge fue de sus profesores favoritos.
Retomando el tema de los viajes a la frontera, Emilio cuenta que quince delegaciones de la provincia de Buenos Aires y Capital Federal partieron hacia Misiones en 1979. Emilio emprendió la aventura junto al profesor Antonio García y diez alumnos que eligieron entre los mejores y los más tranquilos. La prueba piloto comenzó con la incertidumbre del caso y se afianzó a medida que se sucedían los viajes y la experiencia exitosa corría de boca en boca. “Nos invitan a ir a Mar del Plata donde comenzamos a conversar y como éramos carpinteros nos mandaron a Misiones a hacer un salón comedor”.
Durante una semana los dos profesores construyeron la instalación prevista, acercaron ropa y donaciones y compartieron los días con el director de apellido Rodríguez y los estudiantes lugareños. “El primer viaje lo hicimos en un camión de Gendarmería, bastante duro el camino. No sabíamos muy bien qué íbamos a hacer, pero llevamos las herramientas. Los parroquianos nos desconfiaban hasta que empezamos a trabajar y a pesar de tener las Cataratas cerca no pudimos ni ir”. La construcción llegó hasta las cabreadas porque las chapas no llegaron a tiempo y la puerta que colocaron fue la que trajo el director de su casa. Más adelante la escuela fue rebautizada “Cuidad de Tres Arroyos”. En 1982 docentes y alumnos misioneros llegaron a Claromecó y se lanzaron hacia el mar para fotografiar en el aire la esencia de los viajes a la frontera.
Antonio García y Emilio viajaban durante las vacaciones de invierno y eran recibidos como dioses o Reyes Magos. “Llevamos hasta dos arados mancera y rompimos colectivos”. Del camión de la Gendarmería pasaron a los colectivos de Detroit y luego a los transportes de Irigoyen que se entusiasmó tanto que se puede afirmar que los llevaba casi gratis. “Nos tomaron tanto cariño que hasta tenían un albergue hecho como para que nos quedásemos los que íbamos de Tres Arroyos. Al principio nos miraban como sapo de otro pozo, pero nos iban ayudando de a poco y aprendiendo. Todo la hacíamos con simpleza”.
Los objetos más famosos
María José no fue alumna de la institución, sin embargo en su casa hay objetos construidos por su padre y su tío en la Escuela. Repisas, dados pisa papeles, escaleras, bancos taburetes budineras, embudos hechos con latas de aceite de cuatro litros, delatan la asistencia a la Escuela Técnica de algún miembro de la casa. Jorge todavía conserva la repisa que hizo en los ´50.
Otros tiempos
María José reafirma sobre el bullicio que trae cada comentario que la escuela mantiene la esencia de estar en contacto con la comunidad, el espíritu solidario y de inserción en todas las instituciones, el sentido de pertenencia, la pasión de los estudiantes y docentes por la escuela. La vestimenta, el pelo, los permisos y las prohibiciones. Antes o ahora, ni bueno ni malo: diferente. Sin embargo, Albani reconoce que hubo directores- a los que no les puso nombre, pero que seguro el lector lo hará- que proponían prácticas de conducta bastante rígidas. Eran épocas en el que el largo del pelo no podía superar el cuello de la camisa, el blazer azul, pantalón gris y corbata formaban parte del uniforme, no se podía caminar por los pasillos sin permiso. Podríamos decir que hubo directores que se tomaron muy a pecho un tipo de disciplina militarizada.
Aunque hasta al mejor cazador se le escapa la libre. Eso fue lo que pasó en ocasión de la visita del ministro de Educación de la Nación, Gustavo Malec. El director Julián Álvarez anunció el evento y se presentó con el funcionario a una de las clases de Albani. El visitante llegó en mangas de camisa con los botones desprendidos casi hasta el tercer ojal y un reluciente rubio largo que le tocaba los hombros. La rebelión de la granja se hizo oír y los muchachos exigieron hablar con el ministro. Sin permiso, pero con ganas, desoyeron las órdenes, rodearon al hombre de Nación y exigieron igual tratamiento para su vestimenta y corte de pelo.
Los estudiantes aprendieron y aprenden a limpiar el taller después de trabajar, a cuidar las herramientas, a esforzarse por la comunidad.
Los partícipes de recomponer cien años de experiencias educativas de excelencia no quieren levantarse para ir a tomar el lugar en la foto grupal sin agradecer. “No me voy a dar el dique de lo que hice, extraño mucho a mis compañeros y pensé que me iba a emocionar. Y es así. Lo que recuerdo y lo que guardo no tiene límite, pero puedo aburrir como la aburro a mi señora con los cuentos del Moto Club, el club de Cazadores, el monumento a Segundo Taraborelli, y los viajes a la frontera”, dice Emilio.
Ingresaron como alumnos y se recibieron de docentes. Para Hugo todo es agradecimiento por la vida compartida en la escuela, “no voy a creer cuando me jubile y no ingresar a las siete de la mañana por esa puerta, algo que hago habitualmente”. Virginia revive el cariño de los estudiantes “muy agradecida por los alumnos y con maestros con los que compartí trabajo. Hice amigos, formé mi familia con mi compañero de secundaria, te llenan de cariño por la escuela. Gracias a la escuela forjé mi carrera docente”. Jorge no se arrepiente de este amor, “en este sentido, venir a esta escuela, fue una de las cosas que he acertado en la vida. Los recuerdos son imborrables con los compañeros, profesores, todo es agradecimiento y gracias a eso, mi hijo vino a la escuela y hoy es ingeniero”.
Cien años trabajando en pos de la formación técnica. Cien años de innovación permanente. Cien años de prestigio ininterrumpido. Para los amigos, el colegio industrial.