El Falcon de Begueríe hizo escala en La Voz del Pueblo
Previo a su arribo este sábado a Orense con motivo del aniversario, el histórico Angostado visito las instalaciones de este diario al mando de Alberto Begueríe quien concedió una entrevista
En el podio de los deportes el automovilismo tiene su lugar, genera una pasión que no le teme a la distancia. El TC por tradición y esencia es quien une y moviliza, aunque también ha sabido lograr, a lo largo de los años, un gran sentido de pertenencia en cada rincón del país y le ha dado a quien se animara, y supiera, la posibilidad de ser parte de él. Con un taller, un grupo de personas y un temerario que conduzca, nuestra región tuvo a sus protagonistas, que también aparecieron desde Orense.
Si hablamos de Carlos Begueríe, hacemos referencia a una historia tan pura de TC que no puede ser olvidada. “El Mono”, con su gente de Orense y Tres Arroyos, supo ser de esos pilotos que corrían por amor y pasión a finales de los años 60 y durante casi toda la década del 70, cuando un trágico accidente en el Autódromo de Buenos Aires terminó con su vida en abril de 1978.
Alberto Begueríe es el hijo mayor de Carlos, acompañó a su padre desde el inicio, cuando corría con el seudónimo “Santos Vega”, hasta el final. Creció viéndolo correr y compartió con el gran preparador local Rosendo Pedro actividades que marcaron a fuego un legado que lo empujó a buscar el primer Ford Falcon Angostado, restaurarlo y revivir la memoria. “Para mí es muy emocionante, este fue un auto que se usó desde 1968 a 1970 y se retiró con un podio en el Gálvez. Mi papá lo adoraba”, recordó Alberto Begueríe, hoy dueño de una réplica que a simple vista nos transporta a una etapa de transición en el TC.
Con el aval de sus hermanos, el empuje de la nostalgia y las ganas de mantener viva a una parte de la historia de nuestra región, Alberto se animó “a encarar un proyecto que costó mucho, porque al auto le faltaban algunas partes que en su momento habían sido entregada a pilotos de Mar y Sierras”, explicó y detalló: “Junté el dinero necesario, me contacté con José María Pegotta, quien ya había restaurado algunos autos similares, sabía de angostados; nos propusimos dejarlo lo más parecido a lo que alguna vez fue. Conseguí un motor V8 y lo armaron picante, arreglamos todas las piezas originales que había y pusimos en marcha el sueño”.

El riesgo, la adrenalina y siempre ir por más empujaron en su momento al “Mono” a nunca abandonar su sueño, pero con el amateurismo a flor de piel: “Tengo grandes recuerdos de cómo vivían mi papá y Rosendo la preparación del auto, eran muy amigos, le abrían las puertas del taller a los jóvenes que se interesaban y los seguían, tenían un lindo grupo de personas que los apoyaba, Greselín por ejemplo, fue el acompañante de mi padre cuando tuvo el accidente” recordó quien ayer mostró el angostado N° 20 en Tres Arroyos, y reflexionó: “Realmente vivieron una época tan distinta a la de hoy que es lindo recordarlo e importante mencionarlo, porque nunca vamos a volver a eso, creo que antes disfrutaban mucho más del ritual que iba alrededor del auto”.
Alberto revolvió recuerdos que lo llevaron a emocionarse, porque entre algunas anécdotas aparecieron, como si el tiempo no hubiera pasado, los últimos meses de su padre: “Pareció que mi mamá tuvo alguna visión o algo así, recuerdo estar todos juntos en la mesa y que le diga ´Alberto basta de correr, no lo hagas más´ a lo que el respondía ´Carmen quédate tranquila que vamos todos para el mismo lado´”, con esa frase pudo salir de la congoja y volver a la sonrisa que caracterizó esta entrevista: “Para él era más peligroso el viaje de Tres Arroyos a Orense que correr en el autódromo… paradójicamente la piña se la dio ahí, pobre mi madre que claramente algo esperaba”.
-Hay una construcción social que hace creer que, en esa época, la familia y los amigos se despedían de su piloto de una manera especial porque podía ser la última vez. ¿En el caso tuyo y de quienes rodeaban a Carlos, era así?
-No, para nada. Jamás tuvimos presente que podía pasar una tragedia. A excepción del último año cuando mamá empezó a sentir ese nerviosismo, pero nunca pensamos en si volvía o no. En el accidente de papá, cuando se reventó el neumático, Greselín se agarró de la jaula y sufrió un buen golpe, pero no más que eso, entonces vemos en el mismo accidente las dos caras de lo que podía pasar.
En una entrevista que fue hacia el automovilismo puro, pero con el recuerdo al “Mono” latente con la presencia de un vehículo que le dio alegrías, el motivo y lo que movilizó a todo esto es: “Poder disfrutar el aniversario de Orense con gente que era muy joven y acompañaba, que era seguidora. Realmente mi orgullo más grande es el cariño que le tuvieron, eso es lo más importante, se murió hace 40 años y hay gente que tiene el recuerdo vivo, se acuerda de cómo era y me da una satisfacción gigante, me conecta con la historia de mi familia y de lo que dejó en los que tuvieron trato con él”, concluyó con tanta nostalgia como alegría el hijo de Carlos, quien le ofrece al pueblo “fierrero” la posibilidad de ver un pedazo vivo de la historia del TC, que además tiene un sonido cautivante y una presentación impecable.
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