Alberto Deramo: Con la misma emoción de aquel niño que conoció el automovilismo
A los 83 años, dice que “todavía me tiemblan las piernas al recordar cuando los autos se pusieron en marcha en 1951, en la primera carrera de Turismo Carretera de Quilmes”. Desde chico recopiló información y vive esta pasión con plenitud. Siente una gratitud enorme con su familia
Por Alejandro Vis
Tenía 9 años y un entusiasmo desbordante, cuando fue a ver con su familia la primera carrera de Turismo Carretera del club Quilmes, en 1951. Con una botella de agua de vidrio (“se van a reír, porque no había botellas de plástico”) y sándwiches, caminaron muy temprano desde la casa familiar, en Matheu 88, hasta avenida Belgrano y la ruta 228, donde se realizaba la largada.
A Alberto Deramo le cambia el tono de voz, se entrecortan un poco sus palabras, como si retornara a ese día inolvidable. “Había 72 coches inscriptos ¡Sabes cuándo los pusieron en marcha, me tiemblan las piernas todavía!”, exclama. Se emociona, con alegría. Tiene la pasión por el automovilismo intacta.
Su padre Juan sentía interés por el deporte. Hablaba de “los corredores de la época, los había visto pasar por Tres Arroyos y eran coches muy llamativos, unos Mercedes Benz maravillosos”.
La carrera que organizó Quilmes el 16 de septiembre de 1951 fue una oportunidad para no perder. En el camino desde la casa hasta el lugar de la largada, frente a la cancha de El Nacional, cruzaron “camiones, camionetas, coches, sulkys, carros, bicicletas, iba todo Tres Arroyos. Algunos conductores de autos aceleraban como absorbidos por el entorno”.
Después del comienzo de la carrera, se trasladaron hacia el cruce de las rutas 3 y 228. Más tarde, retornaron al punto de inicio de la competencia. “Había banderas desde avenida Belgrano hasta la ruta 3, porque en Quilmes trabajaba mucha gente y con intensidad”, destaca.
Ese día vio por primera vez personalmente autos que miraba en figuritas y que “nosotros armábamos para jugar con materiales que teníamos a mano”, recuerda. Alberto ya cuando era muy chico escuchaba por radio todas las carreras que podía, hacía muchas anotaciones. Menciona, como ejemplo, que tiene registrados en una libreta “todos los pasos de Bautista Larriestra”.
En 1948, se vivió como un gran acontecimiento la vuelta a Caracas, había escuchado sobre esa carrera histórica. También acerca de la tragedia del 13 de noviembre de 1938, cuando en los 400 kilómetros del Circuito Tres Arroyos que organizó el Automóvil Club Argentino, con Juan Manuel Fangio entre los protagonistas, murieron tres participantes y un espectador: Plácido Ruiz, Fermín Martín y su acompañante Miguel Zatuszek, y Carlos Ramón Tripaldi.
Era inusual observar en la ciudad a pilotos muy importantes. “Las cabinas de transmisión se encontraban sobre avenida Belgrano, de espaldas a la ciudad. Cuando vi que estaban ahí los relatores que escuchaba los domingos por radio, me movilizó mucho. Fue muy especial, es como que te cuenten acerca del Teatro Colón, pero cuando vos vas y lo ves es otra cosa”, señala.
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El viernes por la tarde, Alberto Deramo presentó su libro “Tres Arroyos sobre ruedas”, realizado con Editorial Caravana, en el Museo del Automovilismo del Club Quilmes. Es consecuencia de su investigación, datos, historias y material que fue guardando desde la infancia. El prólogo lo escribieron Omar Alonso y Nora Giménez.
Cuando nació, la casa donde residía con sus padres Juan Deramo y Angela Desiderio, estaba ubicada en Isabel la Católica 180. “Una propiedad que le alquilaban a la familia Larriestra. El zaguán está igual, tal como entonces, está mejor que yo. Me fui a sacar una foto cuando cumplí 80 años”, dice sonriendo. Luego se mudaron a Matheu 88, unas pocas cuadras, “que formaba parte del barrio El Tambor”.
Su padre era tresarroyense, “todavía está en Betolaza 973 la casa que hizo el abuelo, que trabajaba en Istilart”, mientras que su madre vino desde San Cayetano. Alberto es el hijo mayor, la familia fue creciendo con tres hermanas mujeres: Marta, Graciela (ya fallecida) y Mónica.
Cursó dos años de la primaria en el Colegio Jesús Adolescente y luego en la Escuela 3. Por entonces, solamente parte de los adolescentes realizaba la secundaria, pero “mi padre me obligó. Hice dos años en la Escuela de Artes y Oficios, actual Escuela Técnica, y posteriormente, en nocturno terminé un curso de tornería en la Escuela de Capacitación Obrera, arriba del Industrial”.
Su contacto inicial con el trabajo fue en una panadería y cuando tenía 15 años ingresó en la agencia Mercedes Benz, como cadete. En su relato, agrega que “hice diversas tareas también para Greselín, en la matricería. Mi papá insistía en que yo siguiera el industrial, pero mi madre andaba con mi hermana buscándome empleo”.
Con algunos pesos en el bolsillo, pasaba por Los Porteños y compraba El Gráfico, que “incluía todas las carreras ¡Las 17 ediciones de Quilmes salieron en la revista!”. Alberto es muy lector, sobre lo cual comenta -y vuelve a sonreír- que “por eso será que tengo la vista gastada”. Siempre le gustó conocer, aprender, leer y además escuchar la radio, una compañera fiel para seguir los relatos deportivos.
Permaneció aproximadamente “siete u ocho años en la agencia Mercedes Benz, nos llevaron con Cofone que abría una estación de servicio. También estaba en el taller de la metalúrgica de Cofone, donde reparábamos la máquina de las curtiembres”.
Con algunos ahorros, compraba “un autito Ford A medio destartalado y en el taller de mi tío Ramón Deramo, en la cuadra de avenida Moreno 500-600, iba los sábados a arreglarlo. Fui armando y vendiendo”. Ramón era socio de Segundo “Cholo” Taraborelli en el taller.
Volvió a trabajar con el torno en la mencionada agencia y decidió dar un paso más con la finalidad de dejar de ser empleado. “Estaba bien conceptuado, pero ya tenía mi primer hijo y quería avanzar. Compré el torno y fui con Vitali, quien tenía una metalúrgica en Paso 250. Y en 1977 puse la tornería en mi casa”.
No llegó a jubilarse en este oficio porque “me falló la vista. Tuve que vender el torno”. Pero se desempeñó en la Escuela Técnica y en el Centro de Formación Laboral 401, “siete años sumando ambos lugares. Enseñaba mecánica y tornería”.
En su taller, le empezaron a llevar vehículos y motores, porque sabe “reparar cachivaches viejos. Hasta de Olavarría me trajeron un Ford T”.
En este tiempo, con 83 años, arregla “unos autos míos, siempre les voy haciendo algo. No quiero agarrar trabajos para afuera, es un compromiso. En el invierno no voy mucho por el frío y este año estuve muy ocupado con el libro”.
Está casado hace casi sesenta años con Nancy Trevigno, construyeron una casa en calle Magallanes. La vida les regaló tres hijos: Carlos Gerónimo, radicado en México; Juan Manuel, quien “tiene un campito en Las Heras, cerca de Cañuelas, y prepara caballos de polo”; y Mariana, que reside en Mar del Plata.
Se conmueve al hablar de sus diez nietos: tres hijos de Carlos Gerónimo, cinco de Juan Manuel y dos de Mariana. Cuenta que “dos de los chicos de Juan Manuel juegan al polo y el más chiquito no quiere saber nada con los caballos, está corriendo en karting. Yo no conocía el autódromo de Buenos Aires, me vinieron a buscar especialmente para ver a mi nieto correr”.
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Los inconvenientes en la vista generaron un esfuerzo mayor para escribir el libro. “Mi error es que lo empecé a hacer de memoria. Y llega un momento en que la memoria falla”, explica.
Completó muchos borradores, que en una instancia siguiente pasó a la computadora: “Iba a tener 200 páginas y es de 400 ¡Mirá lo que le fui agregando a mi idea primitiva!”.
La historia del automovilismo en Tres Arroyos es muy amplia y “seguramente han quedado cosas sin publicar -considera-. Es inevitable, alguien me lo puede hacer notar, aunque creo que quedó bastante completo. Sólo pensar la cantidad de pilotos que han pasado ¡si van ochenta a cada carrera! De las categorías zonales opté por mencionar a los campeones, es un tema que por sí solo merece una investigación específica”.
Dispone de material fotográfico y en el caso puntual de las carreras de Quilmes, cuenta con todas las fotocopias de coberturas periodísticas de La Voz del Pueblo. “Esas 17 ediciones para mí son imborrables”, afirma.
Hace referencia en el libro a los dos fotógrafos del diario que fallecieron por accidentes que ocurrieron mientras cubrían una carrera: Ricardo Angel Pla, el 10 de abril de1983 en el Moto Club; e Ismael “Lito” Castro, el 22 de julio de 1984 durante la octava fecha del Turismo Carretera en 9 de Julio.
Resume en una palabra el lugar que supo alcanzar y la importancia histórica del automovilismo en Tres Arroyos. “Impresionante”, subraya.
Se interiorizó sobre Editorial Caravana “un día que pasé por el local que tenían en calle Alsina. Estaba con muchas ganas juntando material. Entré, me gustó cómo se presentaron y me atendieron. Luego se cambiaron de lugar, a una vivienda de Quintana al 100. Nos llevó bastante tiempo terminar el libro”.
Al momento de agradecer, empieza “por la familia. Porque si no hay familia, es brava la cosa. Ya con mi madre peleaba por el lugar para poner la pila de revistas El Gráfico; ahora dispongo de una habitación, pero mi mujer también me dice que mantenga más ordenado. Me han apoyado siempre, mis hijos y en especial mi señora, hasta colaboró porque ella fue quien sacó en la Biblioteca Sarmiento las fotocopias de La Voz del Pueblo”.
Mostró gratitud, finalmente, con “los compañeros del Museo del Automovilismo, que han trabajado para preparar el lugar; la Biblioteca Braile y Parlante Ilusiones, soy integrante del grupo, y Patricia Berrutti, quien es muy colaboradora”.
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Los pedidos de Larriestra
Alberto Deramo solía visitar a Bautista Larriestra (quien falleció el 30 de octubre de 2010) y a su vez, lo recibía habitualmente en su taller porque “le armamos el auto en casa. Me ayudó Carlos Doglioli. La primera vez que se armó ese auto él había prestado y regalado todo, tuvimos que hacer los asientos, buscar los paragolpes. La caja de cambios estaba en Claromecó y la habían reformado, el motor también tenía modificaciones. Lo debimos unir, para ponerlo en funcionamiento”.
Era un Falcon acortado, que hicieron en Lanús. Primero color crema y después “lo pasó a blanco, con alguna franja roja”.
Un pedido de Larriestra fue que el auto tenga escrito San Mayol, “porque de ahí salía el trigo para mantenerlo”.
Además le hizo una solicitud técnica, que Alberto rememora con precisión. “Me lo tenés que levantar quince centímetros -dijo-. En 1969 en la Vuelta de Allen (provincia de Río Negro), con los capos del automovilismo nacional, había salido segundo detrás de Ricardo Bonanno, quien era un avión. Pero a él le ganó por 58 segundos nada más. Parece que le tocaba el tanque, le quedó bronca por este problema”.
El automóvil de Larriestra es una de las joyas del Museo del Automovilismo de Quilmes, testimonio de épocas notables en el deporte motor.