13|10|20 09:28 hs.
Por María Liliana Passarotti (*)
Este año quedará signado como el año de la pandemia y de una larga cuarentena que nos impidió visitar familiares o amigos, asistir a clases, salir de paseo o a fiestas y en el que, en todo momento, nos pasamos repasando cifras de contagiados y de muertos; nos sumergimos en una realidad distópica, casi de ciencia ficción: un cisne negro que trastocó nuestras vidas.
Niños y niñas de corta edad que ya habían adquirido ciertas autonomías, como por ejemplo el control de esfínteres o el poder dormirse solos sufrieron regresiones y volvieron a necesitar de la ayuda del adulto; otros, en edad escolar, perdieron la capacidad de realizar las tareas por sí mismos; o se enojan y lloran por situaciones menores; o están agresivos.
Algunos sufren enfermedades psicosomáticas, como erupciones en la piel, dolores de cabeza, de estómago, alergias. O sufren trastornos en la alimentación y comen en exceso o no tienen hambre.
Todos ellos, de una manera u otra, demuestran malestar, no lo están pasando bien; están inmersos en una realidad que puede convertirse en traumática.
¿Y los adolescentes? Tampoco están bien.
La adolescencia es una etapa de muchos cambios y ello les provoca una sensación de fragilidad. Con la pandemia, se exacerba el temor a la propia muerte y la pérdida del futuro. Habitualmente, es en ese lapso de la vida donde los seres humanos salimos a “conquistar” el afuera.
Los espacios de la casa y las funciones parentales se han trastocado o ampliado y ello genera estrés y, algunas veces, el temido desborde emocional
Se trata de una excursión exogámica necesaria, constitutiva del psiquismo. Es el momento del desasimiento de la autoridad de los padres y la desinvestidura del mundo infantil. Pero con la cuarentena y la pandemia han quedado encerrados en la casa, junto a los otros de la familia, indiferenciados. Por ello muchos se duermen en el amanecer y se despiertan por la tarde; encuentran el modo de circular por aquellos territorios que no habitan los adultos.
En esas horas aprovechan para conectarse con amigos o divertirse con juegos en red. Buscan el lazo con sus pares, lo necesitan, porque el grupo apuntala, contiene, les da pertenencia. En la adolescencia, donde la aceleración de los cambios psíquicos es muy alta, el espacio grupal es ideal para elaborarlos. Es ese espacio y ese tiempo intermedio, que no es del mundo de los adultos, ni del mundo de la infancia, donde el adolescente reorganiza viejos sistemas y representaciones y donde caen identificaciones infantiles para dar lugar a otras nuevas. Por ello necesitan el afuera y de esas primeras salidas exogámicas.
¿Y las familias? En la familia es necesaria la asimetría, la diferenciación adulto-niño. Los niños están en proceso de constitución del psiquismo y los adolescentes también. Los padres tienen que cumplir con la función subjetivante y ser los que de alguna manera regulen las emociones de sus hijos. Y a veces ocurre que en las situaciones de crisis, para evitar que se enojen o griten -aún incluso con el loable propósito de que no sufran-, los padres permiten que los chicos decidan o elijan todo. Sin embargo, esa actitud permisiva los deja solos, librados a sus propias pulsiones.
Además, la cuarentena ha convertido la cocina o el living en un aula y a madres y padres en maestras y maestros. Los espacios de la casa y las funciones parentales se han trastocado o ampliado y ello genera estrés y, algunas veces, el temido desborde emocional: “me saqué”, “le grité”, “no soporto más esta situación”.
Todos en la familia son víctimas de este proceso. Los adultos también sufren la angustia del presente y la incertidumbre y el temor del futuro.
¿Qué podemos hacer? Como en toda situación difícil de transitar, lo que ayuda es hacer activo lo vivido pasivamente. No podremos recuperar todo lo perdido en estos meses. Pero lo que sí podemos hacer es prepararnos para cuando vuelvan las actividades habituales. Por ejemplo las clases. Habrá protocolos de distancia física, barbijos y muchas otros límites para desplazarse y expresarse. Será una realidad muy diferente a la de años anteriores. Algunos niños y niñas van a sentir miedo ante las primeras salidas.
Cuando no se le pone palabras a una situación vivida, puede suceder que irrumpa en el psiquismo sin capacidad metabolizante o en forma de afecciones somáticas, en el cuerpo
Por eso es necesario hablar de lo que se siente. Dar lugar a la palabra, a que circule y se planteen los temores, dudas y angustias. La palabra tiene una función simbolizante y cuando no se le pone palabras a una situación vivida, a un hecho, puede suceder que irrumpa en el psiquismo sin capacidad metabolizante o en forma de afecciones somáticas, en el cuerpo.
Los analistas podemos ayudar a transitar este tiempo. Por ello es muy importante sostener los tratamientos aún a través de la terapia virtual. Hoy esa es una herramienta que tenemos a nuestro alcance. El analista, si sostiene una ética, puede romper el encuadre. Lo que importa es la escucha analítica, la presencia comunicacional que produce efectos analíticos.
Trabajar con los pacientes para que todos estos duelos, estas pérdidas, no lleven a la desconexión, a la ruptura de lazos. Prevenir agravamientos. Y ayudar a prepararse para lo que viene.
El analista tiene una función importante en este punto, porque muchas veces faltan las palabras ante la situación catastrófica y nosotros podemos darla, es de alguna manera el préstamo de preconsciente que favorece la simbolización elaborativa.
Es importante la disponibilidad, el estar disponibles a escuchar. Incluso con niños pequeños se ha podido sostener el trabajo, ellos tienen en sus manos el “armado del consultorio”, nos muestran su cuarto, sus juguetes, la cocina de su casa. Podemos jugar a las escondidas, a disfrazarnos, o dibujar a través de las pantallas y así aparecen cosas sorprendentes, del mismo modo que ocurre en el consultorio.
Se trata de dialogar psicoanalíticamente. Es allí donde surge el inconsciente, cuando podemos ayudar al otro que sufre.
(*) La autora es licenciada en Psicología y licenciada en Psicopedagogía (Mat 53196). Especialista en Psicoanálisis con niños y con adolescentes. Diplomada en Psicoanálisis de las configuraciones vinculares Familia y Parejas