14|12|22 10:40 hs.
Señora directora:
Me dejaste en la palmera…//me fundiste el mercadito,// el puestito de la feria,// la ganchera, el mostrador…
Enumeran, acongojados, los versos (escritos en 1928) de mi sociólogo de cabecera Enrique Santos Discépolo.
Casi 100 años después, esa congoja premonitoria de la pobreza se ha extendido al 43% de nuestra población, 17 millones de argentinos que se van a la cama con hambre, chapotean en el barro de las calles (si es que tienen calles) a las que no se les animan ni los colectivos, ni la ambulancia, ni la policía, y ni siquiera tienen la Biblia llorando junto al calefón en el “cuartito del fondo”, si es que tienen “cuartito”. Si agregamos el 100% de inflación nos agotaremos detallando las razones para justificar estos índices: serían unas 84.000 millones de razones, más o menos.
Cada uno de nosotros podrá ubicarlas en el orden que sienta deba tener. En mi caso, tengo algunas verdaderamente imperdonables porque no han sido errores: han sido pensadas y repensadas, deliberadas, calculadas desde el inicio y revisadas hasta la aparición y mantenimiento de sus consecuencias. Una de ellas, después del hambre, es la degradación educativa. Conocimientos elementales que eran adquiridos en las primeras etapas de la enseñanza se postergan o se hacen inalcanzables para la gran mayoría de nuestros niños y jóvenes. La injerencia cada vez más desembozada e impulsada desde los más altos niveles políticos del sindicalismo en el diseño del contenido pedagógico del sistema educativo, nos ha llevado al asombro muchas veces, a la indignación otras tantas.
Otra es la incentivación y el mecenazgo de la más profunda mediocridad de expresiones supuestamente artísticas, emergentes del deterioro social y celebradas como exitosas.
O trastocar nuestro idioma transgrediendo las normas básicas que deben enseñarse en la escuela, transformándolo en un deplorable lunfardo ideológico.
¿Podrá en algún momento más o menos próximo nuestra sociedad posibilitar que nuestros niños aprendan lo más simple: a leer y escribir, a hacer las cuentas, a incorporar el respeto por el esfuerzo y el mérito en su vida educativa?
No es mucho pedir. No es mucho soñar.
De todas las psicopatías expuestas por muchos de nuestros políticos hay una que me resulta visceralmente insoportable: la demostración del desprecio hacia mi entendimiento, mi razonamiento, mi capacidad de analizar y discernir de acuerdo a mi escala de valores. Sobre todo cuando hasta algunos profesionales de la salud mental, los que supuestamente juraron mantenernos cuerdos, o relativamente cuerdos, arrogándose el poder de valorar y juzgar un hecho estrictamente técnico jurídico, nos dicen que “nuestra salud mental está en riesgo”, que el “funcionamiento de nuestro psiquismo está en riesgo” porque un tribunal de justicia de la Nación ha emitido un fallo de primera instancia cumpliendo con su trabajo, con sus convicciones y su responsabilidad y que resulta adverso a su lineamiento político.
La Asociación de Psicólogas y Psicólogos de Buenos Aires que seguramente han prestado juramento profesional ante alguien en algún momento, ha tomado ese Juramento y lo acaba de colocar en el “cuartito del fondo” junto a la Biblia que sigue llorando al lado del calefón. En lo personal, una enorme decepción. Sobre todo después de haber visto tantas veces a la noble viuda de un guerrero encarar para el “cuartito del fondo” con la Constitución bajo el brazo…
Ya ni el diván me han dejado.