12|10|22 11:02 hs.
Por María Cristina García
Todos los pueblos tienen historias que cuidan con esmero porque les permiten identificarse a sí mismos y otras que comparten con el resto de la humanidad. Algunas historias cumplen las dos condiciones. Y la historia que cuenta la película “Argentina, 1985” es una de ellas.
“Argentina, 1985” se organiza desde la perspectiva privilegiada pero a la vez compleja del fiscal Strassera, el hombre que, con más dudas que certezas, se hizo cargo de sentar en el banquillo de los acusados a Jorge Rafael Videla, Emilio Massera, Orlando Agosti, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri, entre los nueve que comparecieron ante la Justicia. Y ello sucede 39 años después de haber recuperado la democracia.
En 1985, el presidente Raúl Alfonsín habla al pueblo por cadena nacional explicando cuál es la situación que se está viviendo y la importancia del juicio a las Juntas Militares. Dice Alfonsín: "El pueblo comienza a transitar los caminos de su historia. Necesitamos de su protagonismo, es absolutamente necesaria su presencia, porque han aparecido en escena -en sugestivo concierto- las voces de la antidemocracia decididas a lograr el pueblo deje caer sus brazos, pierda sus ilusiones, abandone el ejercicio pleno y responsable de su libertad."
Cuando veo “Argentina, 1985”, pienso que estoy viendo dos películas superpuestas.
Por un lado la propia, mi experiencia, escuchando en la radio el juicio a mis 33 años gestando vida (mi hija nació en julio de 1985) y al mismo tiempo oír en el juicio testimonios de muerte que brotaban del genocidio planificado y ejecutado sistemáticamente. Teníamos esperanza en ese clima tan complejo, teníamos contradicciones, teníamos juventud democrática. No fue una experiencia en solitario, la compartí con amigos entrañables, que sigo extrañando (muchos ya partieron).
Hace una semana fui con muchas expectativas a ver la película basada en hechos reales (temía salir desencantada).Me preguntaba: ¿Cómo ver una película que cuenta lo que uno sabe, porque fue contemporáneo a los hechos?.
La primera vez que la vi, fue un estar y no estar. La ansiedad de ver lo que yo había vivido y como algunos hechos aparecían o no en la pantalla, me distrajo. Los recuerdos fueron intrusos toda la película.
Me emocioné, aplaudí desde el alegato y comenté algunas situaciones con una amiga, café mediante. No fue suficiente, debía verla otra vez. Ya con mucho leído y escuchado. Necesitaba hacerlo sola.
Y fue más rica la experiencia. Vi mucho más, escuche la música, descubrí una película clásica y necesaria .Confirmé la excelente actuación, un guion preciso, documentado, sin golpes bajos, y una visión de la cocina del juicio que yo ignoraba. Vi pasión en todos los actores, los fiscalitos de Strassera trajeron vientos de esperanza a este 2022. Gracias.
Y no es un panfleto. Nos habla de coraje, de miedo, de presiones políticas, de clima militar caliente, de contradicciones, de pasión por la verdad y dolor, mucho dolor.
Y cuando digo que es necesaria, no lo hago con ligereza. Es la película que necesita nuestra sociedad en el 2022. Necesaria para la juventud que no vivió el juicio y sabe muy poco del mismo (comprobado por la investigación previa al film). Ellos pueden verla sin solemnidad, pero si, con compromiso desde una mirada que invite a dialogar con el pasado desde su presente.
Es necesaria por ser accesible y educativa en el mejor de los sentidos. Las omisiones (no era posible contar todo), pueden operar como motivación para saber más, indagar en nuestra historia, sin maniqueísmos, ni prejuicios.
Hay drama e hilaridad en su narrativa (Ricardo Darin sabe mucho de esa dupla).
Destaco la honestidad del director y guionista, cuando surgen “curiosidades” poco conocidas. El alegato de Strassera fue escrito junto con el autor teatral Carlos Somigliana. Somigliana tomaba notas, atesoraba impresiones e iba pergeñando lo que sería la estructura del alegato histórico que el fiscal les iba pedir a los jueces que garantizaran el Nunca Más.
Hay así dos mundos indeseables .Uno que va a la deriva sin sentido de la historia y de su razón de ser; otro que, en nombre del destino superior e ineluctable, destruye el conocimiento y la libertad
Dice Santiago Mitre: “se impugnó esa ayuda que recibió el fiscal ¿qué problema hay con que lo hayan ayudado?, mi fuente es lo que recuerdo, la gente que estuvo allí, no sé si todo pasó exactamente así. Con lo que fui escuchando, arme mi realidad y la pasé al guión y después a la película. Habrá gente que dirá, no, eso no fue as. Puede ser, no lo voy a poder evitar. Fue una película larga y cara, porque la filmamos en julio y agosto del 2021, plena pandemia”.
Acuerdo que la película nos lleva a muchas lecturas y más preguntas, el espectador tendrá tarea y material para debatir.
Pero necesito concluir estos comentarios con un párrafo de una entrevista al Dr. Strassera, muchos años después del juicio:
Yo lo he tratado mucho a Raúl Alfonsín, he sido prácticamente su amigo; pero eso fue después del juicio a las ex juntas militares, porque antes de eso nunca nos habíamos visto. Recuerdo que en una oportunidad, antes de iniciarse ese juicio, lo entrevisté por un problema personal que tenía y me recibió en su despacho. Conversamos largamente sobre ese asunto y se ofreció a atender mi problema, pero cuando me iba, me dice: “Ah, quiero decirle una cosa. Yo no tengo ninguna instrucción que darle, haga lo que quiera”. Se refería, obviamente, al proceso que estaba a punto de iniciarse, aunque a lo largo de nuestra charla no habíamos tocado ese tema. Durante el juicio jamás recibí un pedido o un reclamo suyo, y eso que en aquella época había teorías que sostenían la dependencia de los fiscales del Poder Ejecutivo.
La ahistoricidad (no saber lo que nos precedió, ni hacia dónde vamos) y la historia única, que no admite la novedad ni la alteración del conocimiento, conducen a la parálisis y bloquean el progreso.
Esta situación real no tiene en el film la claridad que ameritaba.
Hay así dos mundos indeseables .Uno que va a la deriva sin sentido de la historia y de su razón de ser; otro que, en nombre del destino superior e ineluctable, destruye el conocimiento y la libertad.
Al decir del escritor Elie Wiesel: "Contamos estas historias porque sabemos que no escuchar ni desear saber lleva a la indiferencia, y la indiferencia nunca es una respuesta".