Juan y Liliana junto a sus hijos, Juan y Belén (Fotos: Marianela Hut)

Sociales

Juan y Liliana

Una historia de amor y trabajo familiar

10|09|22 22:49 hs.

Juan y Liliana se conocieron en el primario pero la vida los separó. Años después, ya adultos, se volvieron a encontrar en una panadería. Se casaron y emprendieron juntos una aventura que los trajo hasta Tres Arroyos, donde se afincaron para darle vigencia a un histórico comercio como “Panadería Tres Arroyos” desde hace tres décadas


Por Emanuel Fredes

El 5 de septiembre de 1992, Juan Moizzi y Liliana, su compañera de vida, arribaron por primera vez a Tres Arroyos en busca de un sueño. El pasado lunes, ese sueño cumplió 30 años. Toda una vida en la ciudad en la cual establecieron lazos y “echaron raíces”. 

Aquí se hicieron cargo de “Panadería Tres Arroyos”, ubicada en la esquina de avenida San Martín y Brown, y mantuvieron vigente su legado. 

 Pero, para contar su historia, nos dirigimos al lugar de los hechos, justamente, el pasado 5 de septiembre. 

 “Hoy hace 30 años que estamos en Tres Arroyos” me dice Juan cuando comenzamos a conversar, en horas del mediodía. “Nosotros somos de Rauch y en el año 91’ nos vinimos para Oriente, donde estuvimos hasta el 5 de septiembre de 1992… es muy linda la ciudad, pero nos vinimos para acá. Tres Arroyos nos gusta, es la ciudad donde pasé casi la mitad de mi vida en esta casa, en esta panadería…”. 


“Panadería San Martín” se encuentra en la esquina de avenida San Martín y Brown(Fotos: Marianela Hut)


 “Panadería San Martín” tiene la particularidad de ser la única que mantiene su horno a leña. “Es una muy linda panadería, nosotros tratamos de seguir con el horno a leña a pesar de que tenemos el rotativo para reparto” me cuenta. 

 Pero para llegar al presente, debemos indagar en el pasado. 

 En Rauch 
Juan comenzó a trabajar en el rubro ni bien terminó el colegio secundario. “Me hubiera gustado estudiar pero no se pudo” reconoce. “Se dio la posibilidad de entrar en una panadería, fui aprendiendo y me gustó”.

 El amor tanto de Juan como de Liliana por el trabajo trasciende el habla y cada palabra desempolva recuerdos que se suceden. “Fue como la escuela de la calle. Hoy en día con internet hay posibilidades de conseguir recetas pero antes era mucho más difícil; había maestros y te las ocultaban” señala. “A mí me encanta” sostiene. 

 Si uno piensa en panadería piensa en madrugadas en la cuadra, en despertares antes del alba, en los calores del horno… piensa en sacrificio, pero para los Moizzi no hay nada más lejano. 

 “Hoy estoy trabajando más adentro y empiezo a las 4 y media de la mañana… incluso hay días que estoy 14 horas” me cuenta Juan.


(Fotos: Marianela Hut)


 - ¿Pero cómo hacen para sostener ese ritmo por 30 años? 
- JUAN: Y, hay gente que tiene la casa separada del negocio. Nosotros lo disfrutamos siempre porque la teníamos acá… iban los chicos al negocio y convivimos todos con esto. Ya estoy acostumbrado, a veces te despertás antes que suene el despertador. 

- LILIANA: Yo estoy en el mostrador y me levanto a las 6, desayuno y embolso los pedidos para la calle, ahí me ayuda mi hija Belén. Después ya vienen los empleados hasta la 1. A la tarde estamos de 16.30 a 21, todos los días, sin vacaciones… como es familiar para nosotros es normal, pero alguien de afuera lo ve como muy sacrificado… Es sacrificio, no te voy a decir que no, pero la familia lo vivió siempre, de lunes a lunes.

 El comercio abre todos los días, salvo el 25 de diciembre y el 1º de enero. En los últimos años tomaron la decisión de no abrir los domingos por la tarde y aprovechar el tiempo para descansar, pero el trajín del día a día no les permite darse tiempos. Es que la panadería le lleva sanguches a varias estaciones de servicio, lo que genera que siempre tengan que reponer mercadería. “En plena temporada cuando se van todos de vacaciones es cuando más trabajamos, a veces para otras panaderías se hace difícil enero y febrero porque todo el mundo se va... para nosotros es al revés”. 


El horno a leña, único en la ciudad, donde se cocina la magia (Fotos: Marianela Hut)




 Una historia de amor 
Juan y Liliana se conocen desde pequeños. “Nos conocimos en el primario” recuerdan. “Yo terminé el año en la Escuela 19 de Rauch, en el campo, y después fui a la Escuela 1 y nos conocimos ahí. Luego seguí con el secundario pero ella no” señala Moizzi.

 Durante esos años no se vieron más. Pero el destino quiso que, más temprano que tarde, se vuelvan a encontrar. “Yo andaba buscando trabajo y empecé en una panadería como empleada, estuve un tiempo y después me quedé sin trabajo. Me gustó el mostrador, seguí buscando y pregunté en la panadería donde trabajaba Juan, ahí me tomaron a prueba y quedé. Con el tiempo nos empezamos a tratar y nos reconocimos, nos acordábamos cada uno del otro” sintetiza Liliana. 

 En aquel comercio donde nació el amor también se selló porque se casaron. La ceremonia se celebró el 17 de mayo de 1986. Tiempo después se trasladaron a Tandil, pero rápidamente regresaron a Rauch hasta 1991. “Me llevaron de encargado de panadería a Oriente y cuando tuve la posibilidad de comprar, me vine para acá” dice Juan. Aquí hace una mención especial. “Debemos agradecerle especialmente a Raúl Delbono, que nos tendió una mano para crecer y vivir mejor”. 


Los mostradores enmarcando los productos que fabrican, como tablitas, panes, galletas, facturas, saguches, pizzas y postres (Fotos: Marianela Hut)




 - ¿Les gustó la ciudad cuando llegaron?
 - J: A mí sí. Tenía mucha relación con la gente… en Oriente me acostumbré a jugar al paddle e hice muchos amigos y acá hice aún más. Con el tema del reparto empezamos a conocer y hoy en día, conozco mucha más gente acá que en Rauch… tengo muchos amigos. 

 La charla fluye. De fondo, el timbre no para de sonar. “Siempre es así” afirman. “A veces se hace cola hasta la vereda”.

 Los productos 
Cuando uno entra al lugar, se encuentra con los mostradores enmarcando los productos. Tablitas, panes, galletas, facturas, saguches, pizzas y postres asoman en canastos y bandejas. Todo sale, pero hay algunos que son los más buscados. “El pan, la miga y la galleta de campo son los que siempre salen” me cuentan. “Hay muchos productos, ahora estamos haciendo muchos más panes integrales o saludables porque se busca más…todo va cambiando”. 

 Para estar acorde a los cambios y a las nuevas necesidades, Juan estudia, lee, mira. “Acá vamos probando los productos y vemos si a la gente le gusta. A mí me gusta mucho mirar, tengo muchos libros, miro siempre internet y veo qué hacer para seguir innovando. Me la paso mirando El Gourmet porque me encanta la cocina”. 

 Es que cuando sale del trabajo, Juan cambia la cuadra por la cocina. “Siempre está haciendo algo” me cuenta Liliana. “Le encanta, le gustan las comidas elaboradas”. 

 Juan se excusa. “Mi apellido es italiano” me asegura, y me dice que le gustan las pastas. 

 Durante media hora, ahondamos en recuerdos, en vivencias, en momentos. Llegando al final, Juan y Liliana hacen una pausa para agradecer “a todos los empleados que han pasado por acá, en 30 años fueron muchos” dicen y resaltan a uno en particular: Omar Spikerman. “El estuvo 40 o 50 años en la panadería. Cuando nosotros compramos, él ya trabajaba porque había arrancado con Roberto Colombini, el dueño anterior… le encantaba el trabajo, a veces venía dos horas antes, preparaba el mate y arrancaba despacito”. 


La familia unida, celebrando 30 años de trabajo en la ciudad (Fotos: Marianela Hut)


 Juan piensa y no olvida destacar a su papá del corazón. “Era panadero. Cuando mi mamá falleció, se vino a Tres Arroyos a trabajar conmigo y estuve desde el 99’ hasta hace 3 años. Me ayudó muchísimo”. 

 Para el final deja a Roberto Colombini hijo, su señora Clara Rubio y sus hijos, Nora, Hugo y Roberto, “ellos nos permiten seguir en este camino”. 

En la memoria 
En 30 años de vida, Juan y Liliana cosecharon una buena cantidad de historias y anécdotas. “Hicimos muchos amigos y jugábamos al truco en la cuadra, aunque con la pandemia eso se ha cortado un poquito. Nos juntábamos todos los fines de semana y alguna vez llegamos a ser 25. A veces venía el empleado a cocinar y nos encontraba sentaditos, jugando al truco”. Si bien esa costumbre se cortó, el contacto sigue. 

 De pavos y lechones 
Como sucede en todas las panaderías, una costumbre era que para las fiestas, la gente lleve lechones, corderos y pavos para cocinar en el horno. “Siempre se hizo y la changa se la ganaban los empleados. Un día vino Roberto Bettomeo y me pidió cocinar uno para Navidad y uno de los empleados dijo que se iba a encargar. 

En aquel momento, yo también puse uno en el horno. Pasadas las horas vino alguien, un vivo, a buscar un lechón, agarró al empleado medio dormido y se lo llevó. Al rato voy a la cuadra y estaba Bettomeo reclamando porque no estaba… le tuve que dar el mío y salir a comprar comida a las 6 de la tarde de un 24 de diciembre. Esa fue la última vez que lo hicimos”.