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En una entrevista exclusiva con La Voz del Pueblo, el ex piloto suizo de Fórmula 1 Marc Surer, brindó detalles de su pasión sobre el mundo motor y de las enseñanzas que la vida le dejó
Por Luciano Moran
Marc Surer nació el 18 de septiembre de 1951 en Arisdorf, Suiza. Un ex piloto de automovilismo que participó en más de 80 grandes premios de la Fórmula 1, debutando el 9 de septiembre de 1979 en Estados Unidos. La conquista en ese mismo año (con el equipo Junior Team de BMW) del campeonato europeo de Fórmula 2 marcó un antes y un después en su vida, ya que le permitió pegar el salto a la principal competición de automovilismo internacional.
Esas vueltas que a veces tiene la vida hicieron que su camino se cruce con Silvia Renée Arias, periodista y escritora tresarroyense que a los 17 años se trasladó a Buenos Aires a estudiar periodismo; alguien que ha sabido colaborar en revistas deportivas de automovilismo por su pasión por la velocidad y la palabra. Cubrió muchas carreras de Fórmula 1 y sus vidas, quedaron unidas para siempre.
-¿Cómo se conocieron con Silvia y cuándo decidieron encarar el camino de la vida juntos?
-Nos conocimos en la sala de prensa de Río de Janeiro en 1989, ella como periodista de la revista Corsa, y yo como comentarista de la televisión suiza. Ya nos habíamos cruzado en el gran premio de Portugal de 1986, justo el día que yo anunciaba mi retiro de la F1. A partir de esa coincidencia en Brasil, empezamos a encontrarnos en los grandes premios y forjamos una amistad que se prolongó hasta fines de 2003, cuando viajé a Claromecó para pasar año nuevo con ella. La amistad se tornó en una pareja que ya lleva diez años. Nos casamos en Claromecó en 2011.

Marc Surer y Silvia Renée Arias. Un amor sobre ruedas que no entiende de límites
-¿Qué explicación le encontrás a tu pasión por la velocidad?
-Siempre me gustó correr, desde que era un niño. Fue algo natural para mí, eso es algo que tienes o no tienes. Está en la sangre, pero lo básico fue que me gustaba manejar todo cuanto se me presentaba, desde un tractor hasta un coche. Desde que tengo uso de razón quise ir rápido, es decir que nació una conjunción de manejo y competición.
-¿Qué recuerdos tenes del día del debut en Fórmula 1 y qué circuito captó más tu atención?
-Fue en Watkins Glen, Estados Unidos, en 1979. Recuerdo una pista completamente mojada en un circuito que siempre me gustó mucho, muy natural, con trepadas. Y una anécdota divertida. Durante las prácticas libres, el único que se atrevió a salir a dar una vuelta fue Gilles Villeneuve con la Ferrari. Animado, Vittorio Brambilla lo imitó, pero volvió con el Alfa Romeo destrozado. Entonces vimos a Carlo Chiti, el dueño del equipo, enojadísimo, de un lado para el otro, y cuando Brambilla se bajó del coche y lo vio, Chiti se alejó de él, así que Vittorio empezó a seguirlo a los gritos, justificándose: “¡Aquaplaning, ingegnere, acuaplaning!”. Fue muy gracioso. Pero volviendo a mi debut, clasifiqué vigésimo primero entre treinta con el Ensign, tuve una muy buena carrera pero se rompió el motor, que ya tenía muchos kilómetros. Y el equipo no nadaba en la abundancia, precisamente…

En cuanto al circuito que más me atrajo, sin dudas es Spa, en Bélgica. En mi época, sobre todo, cuando Eau Rouge no se tomaba a fondo. Ahora todos los pilotos pueden encararla, pero antes sólo podías hacerlo con neumáticos nuevos y poco combustible, lo que ponía a prueba tu valentía. Y lo mismo pasaba en Blanchimont: la dirección se bloqueaba en un punto exacto, tenías que tomarla perfectamente porque el chasis de aluminio era flexible y tenías la sensación de caer en un pozo. Si no acelerabas lo suficiente te podías ir de pista, lo que era lo peor que te podía pasar en esos dos puntos del circuito.
-¿Cómo se trabaja la preparación física y mental para poder competir a tan alto nivel?
-Físicamente siempre hice mucho deporte, sobre todo deportes de resistencia, como correr largas distancias y practicar disciplinas en la nieve con el Cross-Country. Me gusta forzar los músculos al límite. En los tiempos en que corrí en F1, los autos no tenían dirección hidráulica, necesitabas mucha fuerza en los brazos, debíamos hacer entrenamientos especiales porque eran direcciones muy pesadas. En cuanto a la preparación mental, me bastaba con pensar en las mujeres lindas que había en los circuitos, y eso me motivaba (risas). Bueno, aparte de eso, no contábamos con simuladores, hacíamos juegos para concentrarnos. En el BMW Junior Team, nuestros entrenadores nos hacían conducir con la mente en el circuito alemán de Nürburgring, de 23 kilómetros, y a pesar de esa distancia, la diferencia que obteníamos al final con el tiempo real era de apenas diez o doce segundos. Era un muy buen ejercicio que todavía practican los esquiadores, por ejemplo: cierran los ojos y van haciendo el circuito de memoria. Es la mejor preparación que puedo recordar.

-¿Cuál fue el accidente más grande que protagonizaste y cómo saliste adelante del mismo?
-Fue el primero, con el ATS, en Kyalami, Sudáfrica, en 1980. Fallaron los frenos y vi que se venía la pared. Pensé: “es el final”. Y luego me sorprendí cuando advertí que todavía estaba vivo. Quise salir del auto pero no pude, tenía las piernas bloqueadas por el metal retorcido. Es el más impresionante por eso, porque ahí me di cuenta de que me moría. El accidente de rally en Essen, en Alemania, en 1986, fue más espectacular, pero no recuerdo nada del momento en que ocurrió. ¿Si he tenido un ángel de la guarda? Fuera de Silvia, no (risas). La verdad es que no creo en la mala o la buena suerte, y menos que menos en ángeles. En lo que sí creo es en las coincidencias.
-Comentarista experto de F1 en la televisión alemana y actualmente en la suiza, ¿qué análisis haces sobre la categoría en comparación a cuando vos corrías?
-Me encantaría manejar ahora estos autos, porque son tan seguros que no me volvería a romper las piernas dos veces. Pero no me gusta la electrónica, especialmente la telemetría, porque ahora todo es cristalino, se puede ver cada maniobra que hace un piloto, mientras que antes la pregunta era “¿cómo fuiste capaz de hacer ese tiempo?” Ese “glamour”, digamos, ha pasado. Tanto la telemetría, como los simuladores, ayudan incluso a los pilotos no tan talentosos, porque se pueden adaptar viendo qué hacen bien los otros.
No sé si tengo un referente, como comentarista debo ser neutral y no tener un piloto favorito. Por supuesto, Lewis Hamilton está al tope, eso es indiscutible, pero también me gusta mucho el estilo de Charles Leclerc o Max Verstappen, jóvenes, agresivos y súper talentosos.
-¿De dónde proviene tu pasión por los caballos y qué te dejó el accidente en 2015?
- Cuando era chico quería ser un cowboy. Tomé clases de equitación, y con parte del primer dinero que gané, al consagrarme campeón de Europa de F2, me compré mi primer caballo. Era un sueño que siempre había tenido. En cuanto a lo que pasó en el 2015, tras haber cabalgado toda mi vida y haber practicado salto, no podía creer que algo así me sucediera. Pero lo cierto es que no me caí del caballo, sino que el caballo se me cayó encima. Él fue el que se cayó. Y eso hace una gran diferencia en el orgullo de un jinete (risas).

Marc Surer accionando sobre otra de sus pasiones, la actividad hípica
-¿Qué recuerdos te trae la ciudad de Tres Arroyos y las playas de Claromecó? -Lo primero que me impresionó de Claromecó fue la cantidad de boogies con los escapes abiertos y sin matrículas (risas). Pero, sobre todo, el espacio, y poder manejar en la playa, algo impensado en Europa; y la libertad que eso brinda. Y todo natural, intocado fuera de lo que es el centro de Claromecó y eso me encanta. Pero, más allá de ese balneario, la Argentina tiene todo lo que uno puede soñar, desde grandes ciudades hasta el mar y las montañas. Cada vaca del mundo sueña con el pasto que crece ese país. ¡Me gusta tanto viajar por la Argentina!
-¿Te arrepentís de algo a lo largo de tu vida?
-Ante todo, lamento no haber tenido un manager, porque un piloto tiene que concentrarse en pilotar, no en otras cosas. Tuve amigos que me ayudaron, pero no conté con uno que supiera del negocio. Y debería haber luchado más por conseguir el mejor material y obtener una ventaja. Era muy fácil para mí, porque frente a todos mis compañeros de equipo (salvo Nelson Piquet y, en algunas ocasiones, Thierry Boutsen) me sentaba al volante y era más veloz que ellos. Pero, repito, fuera del habitáculo no luché lo suficiente detrás de la escena.