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Un presidente de transición

Por Roberto Barga


Al celebrar el 204 aniversario de nuestra Independencia, el presidente pronunció la frase que tal vez resignifique su paso por la primera magistratura. Provista de la solemnidad que la ocasión ameritaba, Alberto Fernández dijo: “vine a terminar con los odiadores seriales y vine a abrir los brazos para que nos unamos”.
El retrato de familia contó con la presencia de empresarios (Miguel Acevedo, titular de la UIA; Eduardo Eurnekián más preocupado porque le devuelvan los 150 millones de pesos que puso en el programa PPP de construcción de rutas); Adelmo Gabbi, titular de la Bolsa de Comercio; Javier Bolsico, de la Asociación de Bancos; Héctor Daer, titular de la CGT y la asistencia disruptiva de Daniel Pelegrina en representación de la Sociedad Rural. Que Pelegrina haya formado parte de la tenida en este momento, cruzado por denuncias de roturas de silo bolsas y por marchas de claro tinte opositor, con eje en la defensa de la no expropiación de Vicentín, le da significancia y espesor a la foto de Olivos.
El encuentro del jueves 9 de Julio pasado parece contar con los ingredientes necesarios para empezar a darle forma al remanido y nunca bien ponderado, Acuerdo Económico y Social o Pactos de la Moncloa a la Argentina o el nombre épico y rimbombante que cada uno le quiere poner. Por supuesto que le faltan patas a la mesa, sobre todo algún apellido de la oposición “odiadora,” pero las referencias a “mi amigo Horacio Rodríguez Larreta”, empiezan a darle forma a un ecosistema político un poco más respirable. 
Que Alberto Fernández piense en terminar con los odiadores o cerrar la grieta como más comúnmente se llama a la disputa política agria, retrotrae a la Argentina al año 2015, cuando Mauricio Macri, le propuso a la sociedad “unir a los argentinos”. Muy por el contrario, el representante del último experimento de sesgo conservador que llegó por los votos al poder, desempolvó todo el argumentario del antiperonismo, esta vez en cabeza del antikirchnerismo y agrietó hasta el infinito lo que ya venía dividido. Aconsejado por Jaime Duran Barba, su alter ego comunicacional, se impuso la idea de demonizar a Cristina y entonces todo era “la jefa de la banda”, “la ruta del dinero K”, “la chorra”, “se robaron un PBI,” etc, etc… La idea era clara, con Fernández de Kirchner arrinconada, este lado de la grieta se impondría por “default”. Mientras tanto el empresario exitoso, multicampeón con Boca y alcalde capaz de poner en funcionamiento un carril exclusivo con el nombre de Metrobús, desempolvó en su presidencia el programa económico de Martínez de Hoz, endeudó a la Argentina sin ton ni son y sucumbió electoralmente con la figura política que quiso destruir. Esa figura política le puso un fronting llamado Alberto Fernández que intenta o, por lo menos lo enuncia el 9 de Julio, unir a los argentinos. Y aquí viene a cuento lo de resignificar su mandato. El presidente por razones de peso está llamado a ser un presidente de transición. 
Basicamente las razones son dos: 
-Su condición de heredero, designado por un dedazo de Cristina, lo limita para ejercer un liderazgo fuerte. El tiempo fundante del “albertismo” ya fue, según el propio interesado, que nunca quiso darle alas al concepto. La idea de liquidar a su mentora presidencial a sugerencia del ex presidente Duhalde, fue filtrada a un periodista del grupo Clarín, por el presidente de un banco estatal presente en el cónclave entre Alberto Fernández y el “cabezón” de Lomas. Pero prescindir de Cristina, ni es posible, ni es aconsejable, cuando vamos a entrar en zona de turbulencia social. 
Alberto Fernández y su presidencia quedarán signados por el episodio más traumático que se recordará en mucho tiempo. Covid-19 es una pandemia que a un tiempo destroza economías y reinventa liderazgos. Ya hemos contado en estas columnas que ningún presidente cayó por la peste y que incluso algunos, subieron en popularidad. Fernández, con los matices del caso es uno de ellos. Pero todos sabemos que lo peor está por venir y que el cuadro social será agobiante. Por bien que lo haga Fernández, el desgaste no podrá evitarse. 
Como en el deporte del yudo, el presidente puede usar la fuerza del contrario, en este caso el coronavirus, para volcarla a su favor. Esto es de alguna manera reinventarse a partir de objetivos incluso modestos, que quedarán amparados por una correlación de fuerzas adversas, impuestas por los hechos entre otras cosas que son de público y notorio. 
Si Alberto Fernández logra conducir el barco preservando cierta paz social, cimentar las bases de la reconstrucción productiva despejando el horizonte de por dónde hay que crecer y entierra las antinomias que muchas veces operan como dos caras de una misma moneda, su mandato estará más que cumplido. Esa será su mejor transición. Sus decisiones, la baraka y el destino, que es cabrón, lo pusieron en ese lugar. 
Enigmas y misterios
Winston Churchill se reventaba los sesos tratando de adivinar qué cartas jugaría Stalin en las negociaciones de Yalta, donde se discutía ni más ni menos que el reparto del mundo luego de la Segunda Guerra Mundial. Churchill decía a sus colaboradores que Stalin era un enigma encerrado en un misterio. Algo de eso le pasa a la Argentina. 
Es un misterio enigmático, entender por qué los actores más o menos relevantes de la vida nacional, encaran con fruición debates absolutamente accesorios, secundarios y pueriles, como, por ejemplo, la guerra desatada entre periodistas a ambos lados de la grieta, que lo único que demuestra es que la hoguera de vanidades es trasversal y que no tiene límites. Se pierden horas y días discutiendo sobre las condiciones de la muerte de Fabián Gutiérrez o si Lázaro Báez ira al country tal o cual o si los vecinos se manifestaron en contra de la “corrupción”. Del otro lado del rio Bravo, se responde con las imágenes de periodistas acosados y violentados que cubren una manifestación contra el gobierno nacional. 
Mientras tanto, los rostros de los comerciantes que cierran para siempre sus negocios, las Pymes que no dan más, los hombres y mujeres que viven de la changa, los pequeños emprendedores y cuentapropistas a los que las manos del Estado no abraza, siguen ausentes de la mayoría de las crónicas. Ojala la transición de Fernández los contenga.    

Roberto Barga

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