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La misión que cumplió Ricardo Flaquer

Ricardo Flaquer es periodista e hizo todo lo posible para que el diploma otorgado por el Congreso en 2008 a Hernando Arnaldo Gallo –junto a otros pilotos y copilotos argentinos- llegue a sus familiares. Y lo va a lograr. Después de llamados, averiguaciones y gestiones, a través de Carlos Castelli, se pudo contactar con Elena Gallo. 

Nació en Río Negro y es hijo de Ovidio Flaquer y Dora Diez. Su madre falleció cuando él tenía sólo 18 meses, producto de un cáncer de mama. A los 6 años, sus abuelos paternos lo llevaron a vivir con ellos a General Pico, donde residió hasta los 9 años, pero volvió periódicamente a partir de los 16. 
Explica que “mi tío paterno Aldo Flaquer tenía su taller en la medianera, era chapista, mecánico, armaba cupecitas del TC por encargo, repuestos con el torno, entre otros trabajos. El ambiente en ese lugar era de fierreros, siempre nombraba a los pilotos de la región, en especial Juan Marchini y Hernando Gallo, y otros como Cachi Castaño, Santoro”. 
Su tío Aldo se inició como chapista en la agencia Ford de Juan Marchini, hasta que su padre Antonio lo ayudó a instalar su propio taller en el terreno de la medianera, que le pertenecía. Con orgullo, Ricardo afirma que “Antonio era mi abuelo”. 
En este contexto, considera que “quizás desde ese momento, en la adolescencia, comencé a tener más predilección por los autos que por cualquier otro deporte. Con la llegada de Internet fue más fácil interiorizarme por distintos pilotos de la época, luego llegaría la aplicación de YouTube para ver videos y poder apreciar en tiempo real esas carreras, que hoy sería imposible de realizar, desde el TC hasta los F-1”. 
Habla puntualmente del Turismo Carretera. “Ver competir esas cupecitas por caminos de tierra, sin hoja de ruta y ningún tipo de seguridad hoy sería imposible”, reitera. 
Cita, en este sentido, una frase de Froilán González: “cuando yo corrí ‘La Buenos Aires–Caracas’, al entrar a Bolivia nos encontramos con un panorama muy distinto a la Argentina, eran cerros, barro, alturas y selva, entonces agarré un pedazo de alambre y un perno y atranqué la puerta con eso, porque en un banquina, se abría y podía volar en una curva y nos matábamos los dos».

Ante un grande 
Cuenta una anécdota muy interesante, justamente sobre Froilán González, quien falleció en junio de 2013. 
“Un día caminaba por la calle Uruguay al 100, en el Barrio de Congreso, veo una agencia Fiat y un abuelo parado en la vereda. Al pasar le digo ‘…si yo tengo que comprar un auto de estos, tiene que funcionar como la Ferrari de Schumacher, sino no me sirve. De inmediato responde: ¿a mí me dice que es una Ferrari…’. Le digo, no sé si usted es fana de la F1 como yo, pero es mi equipo favorito, aunque eso de que el ruidito del motor Ferrari no lo tienen otros equipos me deja dudas. Me indica, ‘si no está apurado pase que le convido con un café, yo le voy a dar una lección de Ferrari’; cuando entro veo una gigantografía inmensa de Froilán recibiendo la copa en el GP de Inglaterra de manos de la Reina que todavía no había sido coronada (14 de julio de 1951), ahí me di cuenta frente quien estaba”, relata. 
Conversaron bastante tiempo, “le pedí disculpas, abrió una caja de fotos donde se lo veía con Enzo y Dino Ferrari, trofeos, maquetas, premios, de todo como en botica”. 
Cuando lo conoció tenía una vitalidad enorme, con casi 90 años. “Lo que más le gustó, es cuando le hablé de mi tío y le dejé la página del video para que vea la cupecita. Porque él también comenzó desde abajo, sin un mango, y aprendió el oficio de mecánico y chofer de camiones pesados”, destaca. 
Se contactó con referentes del TC histórico, asistió al estreno del documental “La Caracas” y dialogó con Jorge Bonomo, referente del Museo del Automóvil de la Ciudad de Buenos Aires, dirigente de la Asociación Clásicos e Históricos del Turismo de Carretera, piloto Chevrolet ’38. 
Comenzó a participar en reuniones y en el primer encuentro, “Jorge Bonomo me hizo entrega del diploma para Hernando Gallo, pero el día que viajé a General Pico me enteré que ya no vivía más en ese lugar”. 
Un periodista del diario La Reforma le aportó el dato de que estarían viviendo en Tres Arroyos. En forma reciente, Bonomo le mencionó el nombre de Carlos Castelli, pero no el número telefónico. 
En sus ratos libres, siguió contactando a vecinos, llamó a La Voz del Pueblo y a CRESTA, que confundió con una empresa, donde recibió datos que lo orientaron mucho.
Pudo hablar con Castelli, quien resultó decisivo para ubicar a Elena Gallo. “Una mujer fantástica, la mejor onda, de esas personas que todos quisieran tener de vecinos”, valora. 
Tiene su casa en la ciudad de Buenos Aires, pero le prometió a Elena que “luego de la pandemia viajaré a Tres Arroyos con el diploma. Espero que me reciban con un café”. 
Agradece una y otra vez. La misión ha sido cumplida, únicamente resta la entrega.
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