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Tres Arroyos, VIERNES 29.03.2024
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Florece un escritor

Por Valentina Pereyra


Planté miles de árboles, tuve hijos, sólo me falta escribir un libro, ese es mi sueño. Soy Hugo Esteban Giuliani viverista desde los 12 años, tornero por estudio, carpintero por vocación, entrenador de hockey por servicio. 
Los pimpollos de rosas son mis preferidos, pero nunca les escribí un verso, en general invento historias dramáticas, casi siempre mato a alguien al final de los cuentos. 
Nace el primer pétalo
Fue en el Barrio Colegiales, en Lavalle al 1500, cerca del vivero Los Rosales donde trabajó toda mi familia, es más, hace unos 23 años -después de que el dueño falleciera- lo adquirimos junto a otros empleados como una indemnización que se pagó con plantas. 
Arranqué sacando yuyos y alternaba la Escuela Primaria N° 14 con el vivero, lo mismo hice cuando comencé a estudiar en el Colegio Industrial. Quería ser carpintero, pero mis padres no podían bancarme esa carrera que se cursaba de día, así que opté por una de las tres ofertas que había a la noche: Electricidad, Mecánica y Tornero mecánico que fue la que elegí, pero a pesar de que me recibí nunca más agarré un torno, siempre estuve en el vivero.
Un nuevo pétalo más aterciopelado y brillante emergió del tallo junto al deseo de editar un libro. 

Desde que me acuerdo me gustó escribir, me tiraba en la cama boca abajo y en cualquier papelito -que no guardaba por aquel entonces- plasmaba una poesía o un cuento corto. Tenía muchas faltas de ortografía y no sabía escribir en manuscrita, sin embargo las frases de amor, de dolor, odio, de tristeza, alegría y desconsuelo me fluían y esas, no sabían de la Real Academia, sólo del corazón. 
Pero, ¿cómo lograr la edición de un libro sin los conceptos básicos de escritura o de mecanografía? Una vecina que estudiaba magisterio me corregía todos los textos que luego yo pasaba a máquina con un dedo. Una vez terminado ese trabajo encuaderné los escritos, dibujé las tapas, les hice un índice y conquisté por primera vez el mundo de la poesía. 
Sacrificio 
El pétalo más redondeado, acorazonado cae sobre la pila de cuadernos que descansan en un escritorio debajo de los diplomas que enmarqué y colgué de la pared en la que se apoya la computadora, la impresora y la enorme pila de libros, carpetas y mis cuentos. 

Esas manos que muchas veces trabajaron la tierra también escriben hermosas poesías (Marianela Hut)

Para poder escribirlos tuve que estudiar mucho, hice cursos de computación durante cuatro años en el Centro de Formación Profesional. 
El pétalo más fino y frágil se sujeta fuerte a una espina sin sospechar que podría ser su verdugo y se inclina hacia el celular que está apoyado sobre la mesa del living, quiere escuchar las vibraciones del ringtone de la banda de sonido de “El bueno, el malo y el feo” (wéstern/spaghetti de 1966) que lo mueve y hace bailar.
El pétalo más voluminoso pelea para mostrar su belleza, forma la corona completa. 
Satisfecho 
A partir de los 17 años trabajaba y jugaba al fútbol en Boca hasta que tuve 22, en esa época teníamos tiempo para todo. Fue en el ‘82 que empecé a jugar al hockey sobre césped en Colegiales, hasta competí con la selección del Sur en un Torneo Argentino, siempre fui deportista, eso me encanta. 

Desde hace tres años todos los martes y jueves entreno un grupo femenino de hockey sobre césped en el predio de la Fiesta del Trigo y los sábados en la cancha de Veteranos.
La verdad es que hubo un trofeo inolvidable que me gané con el deporte, fue cuando salimos campeones en un Torneo Comercial junto a mis tres hijos varones y el broche, entrenar a mi hija en grupo de hockey. 
Los pétalos casi forman el corimbo
El tallo semileñoso sostiene hojas perennes de bordes bien redondeados y cerrados, mis cuadernos sostienen hojas amarillentas, ajadas, gastadas, manoseadas, con tinta que corre por las líneas bien dibujadas de un rostro que aparece entre los renglones y se pierde en alguna letra despistada. 
Siempre escribí, pero tiraba esos papeles hasta que en el ‘82 los empecé a guardar, también conservé un libro de poesías de Neruda -aunque no me gusta leer tanto, no me llama- y artículos que me interesan, ¡Hasta tengo unos CD con recitados de esos poemas! 
Las rosas son muy sensibles a los cambios de temperatura, mis poesías a mis vivencias, a mis razones, hay que cuidarlas, por eso las ordeno, les pongo fecha, las dibujo, les hago las tapas con tinta china.   

En su casa tiene un lugar especial para sus libros y diplomas (M. Hut)

Florecen 
La rosa es una planta de día largo, se mantiene y crece con la luz, mis escritos se alimentaron de la inspiración que surgía, esa que se me ocurría y terminaba en cuentos hechos de una sentada, empezaba y en un ratito me salían, no me llevaban tiempo, es que soy de día largo. 

Los poemas se anclaron al suelo fértil, orgánico y aireado de mí pluma, no se encharcaron porque los cuidé y les dediqué mis horas, como lo hice con “Ultimas vacaciones “, un relato que forma parte de las “Antologías, poesías y narrativas breves” de la Editorial Ruiz Rivas, publicación que logré luego de participar de un concurso cuyo anuncio leí en La Voz del Pueblo. 
Envié mi cuento y después de un tiempo recibí una carta en la que los directivos de la editorial me anunciaban que había quedado seleccionado e iba a recibir un premio. Me animé mucho y mi obra floreció por eso seguí participando en diferentes concursos y mi rosa sacó más y más pétalos, nacieron nuevas hojas y otros cuentos cortos se integraron en distintas antologías. ¡Una vez eligieron uno de mis cuentos entre más de mil personas que participaron! 
El pimpollo bien abierto, simétrico y radial invita a otros a nacer, a crecer, a florecer.
El vivero se pobló de rosales, los cuadernos de poesías y cuentos, ya es tiempo de escribir un libro. 
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“Soy el campeón del mundo”
Uno de mis cuentos me llevó por lugares a los que nunca había ido. Un día me enviaron por carta la invitación para ir a retirar el premio que había obtenido, la cita era en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Jamás había entrado a un lugar así, hermosos, con una iluminación y escenario maravillosos. Fui con mi hijo mayor, un tío y un primo, al llegar, en la puerta de entrada, nos esperaba el director de le editorial, el mismo que durante el acto me entregó el premio. La foto de esa ocasión la tengo recuadrada y colgada en un lugar central de la casa, cerca del ventanal que deja pasar la luz que da vida. 
El teatro estaba lleno, me temblaba todo, me sentía muy nervioso por eso les pedí a mis familiares que no me dejaran a pesar de que los organizadores solicitaban que a los premiados los acompañara una única persona, pero yo les insistí que se quedaran sentados a mi lado. 

En abril de 2009 Giuliani fue reconocido por participar en un concurso de Ediciones Raíz Alternativa

Escuché mi nombré, caminé por la alfombra roja, subí al escenario, recibí el premio y la antología en la que estaba impreso el cuento que nació fuerte y erguido a pesar de las puntudas espinas y, en un recuadro en la esquina superior a la derecha, mi foto. Me temblaban las piernas cuando bajé del escenario, miré a mi hijo y le dije: “Soy el campeón del mundo”. 
Volvimos y organicé una cena en el Club Racing para festejar y regalarle a mi familia ejemplares de la antología, cuentos creados en mundos de fantasías que salen y crecen en suelos fértiles. 
Planté nuevos textos que cuentan historias tristes, de violencia, amor y desamor, guerra, que en general terminan mal y me hacen sufrir mucho como si se secara un rosal. 
La planta se carga de corolas preciosas entrelazadas en tallos erguidos, regala color, belleza, aroma y poesía. 
No me guardo nada, todos mis cuentos y poesías pujan para ser editados en un enorme ramillete de relatos ya podados, replantados, injertados, sujetos a tutores invisibles, regados. 
“El corazón duele 
Cuando una pena lo invade 
El alma pesa 
Cuando un dolor se le aferra 
La mente se confunde 
Cuando la angustia la acompaña 
El cuerpo todo se enferma 
Cuando todo esto le llega. 
El corazón en silencio llora 
El alma sufre callada 
La mente agota sus recursos 
La angustia se hace continua 
El cuerpo todo se entrega 
Cuando todo este dolor 
Es causado solo por amor 
Y se cura el dolor de amor 
Si se siente verdadero amor” 
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PERFIL
Hugo Giuliani tiene 59 años, nació en Tres Arroyos en el Barrio Colegiales. Sus padres, Isabel y Nelson, tuvieron cuatro hijos varones, Daniel, Hugo, Gustavo y Martín.
El viverista se casó con Estrella con la que tuvieron cuatro hijos: Esteban, Walter, Franco y Milagros y cuatro nietos: Ulises, Uriel, Magaly, y Melani

La autora de todas las fotos es Marianela Hut

A todos les dedicó poesías, canciones de cuna o cuentos, también a sus ahijados Alejandro, Guillermina y Maia. 
Trabajó en el vivero Los Rosales desde los 12 años y hace 23 que junto a otros miembros de su familia son propietarios del lugar. 
Por vocación es carpintero, vicio que despunta haciendo sillas y mesitas de madera para sus nietos. Por amor es escritor. 
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