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Tres Arroyos, JUEVES 28.03.2024
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Perpetua III

Al evocar estos hechos se me cruzan, inevitablemente, Carlos Monzón y Alicia Muñiz. Esta última al pie del balcón, con el cráneo destrozado. La foto impresionaba. Impresiona.

La autopsia de Muñiz indicaba muerte por esas graves lesiones craneanas. Algo muy compatible con el sentido común. Así se firmó. Pero junto al tipo que tiene sentido común suele estar el tipo complicado: la pista viene muy regalada, dice. Hay algo que no le cierra. Yo confieso que la vida real me ha vuelto así. Complicado como la vida misma. 
La aparición del cartonero Báez contó otra historia. Hubo ahorcamiento previo. Y la pobre mujer cayó como un saco de papas. Y no recuerdo puntualmente los detalles subsiguientes a eso, pero me arriesgaré. El tipo complicado dijo “ahí está”. Ahí está por qué la mujer tiene el cráneo destrozado pero, muy curiosamente, no tiene lesiones defensivas. Vean esos brazos… 
Allí Monzón dejó de explicar cómo la pobrecilla cayó prácticamente sola, y que él cayó casi a la par de ella, procurando salvarla. En verdad ya estaba muerta. O sin consciencia. (Y él se tiró un rato después. Y con otra ropa). Hubo entonces una re-autopsia que así lo dijo. En algún momento se perdió un músculo del cuello de la víctima en los vericuetos de la justicia, y al resto lo conocen. Intervino el muy nefasto forense Raffo. Quien, no habiendo policías ni militares implicados, le bajó el pulgar a Monzón. 
Mi amigo y su camioneta: ¿cuántas personas estaban allí? Alguien dijo que éste era el único caso local descubierto vía laboratorio. No lo creí así. Más bien valoré los interrogatorios de aquellos tres investigadores policíacos venidos de La Plata. Pero en noches de cuarentena por coronavirus, junto al fuego en mi terreno selvático, he variado esa posición. El ayudante de Fiscal, recuerdo, bajó la voz y me dijo que habían mandado a hacer el ADN de las cosas halladas en la pick up. Y que la bombacha era de… y mencionó a la pareja del socio. “Pero no digas nada, porque…”. Ok. 
Eso derivó en una declaración de la dueña de la prenda, interrogatorio que se tornó muy exigente. De su lado, ella manifestó que tenía presentes todas y cada una de sus prendas, a veces eran conjuntitos, que ella misma lavaba su ropa, y -hete aquí- no le faltaba absolutamente nada. Categórico. Diligencia judicial llevada a cabo por un funcionario que previamente había leído el cotejo de ADN del laboratorio. Que determinaba que la prenda hallada era de esa señora, la que declaraba ante él, y no de otras personas que también se tomaron en cuenta. Un cerco que se cerraba. Firme acá, señora. Puede retirarse. 
Por mi parte siempre creí que era una prueba plantada. El caso Nisman -con Lagomarsino suministrando el arma a un tercero- superó en extravagancia aquella situación. Pero si hay personas que culpan a Lagomarsino, en cambio nadie creía en la culpabilidad de aquella mujer. Habría que ponerse en su lugar, claro. Nuestras parejas -quienes la tenemos- tienen virtudes y defectos. Pero si una mañana su pareja dice “Acabo de matar a mi socio, no digas nada”… bueno, sería toda una experiencia. Creo que desde ese día la mujer debió tomar pastillas para poder dormir. En algún lugar está escrito. 
El caso fue que gracias a ese ADN la dueña de la prenda fue detenida. Sólo ella. Le cerraron la reja desde afuera y allí quedó. Esperé los acontecimientos unos días. Días en que su concubino le llevaba puntualmente comida a la comisaría. Quienes lo vieron advirtieron una desesperación notoria en él. Sólo entregaba la comida. El ambiente policíaco no le presagiaba nada bueno. 
Pero el laboratorio también analizó una toalla hallada en la pick up. El ADN hallado pertenecía a un sujeto de sexo masculino. Pero no coincidía con ninguno de los posibles usuarios de dicha toalla ¿quién más estuvo allí? Eso nos preguntábamos. La escena del homicidio era por momentos un quebradero de cabezas. 
En la vieja Fiscalía, al entrar, nos topábamos con la escalera que llevaba a la planta alta. Hubo un día, uno de esos días, en que el ayudante de Fiscal bajaba en momentos en que yo entraba. Pero eso lo contaré luego, queridos amigos. Aquí mismo. 
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