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Del fulgor ajeno a la decadencia propia

Escribe Oscar Rossi

Debo reconocer que Rusia 2018 le ha dado un ruidoso bife a mis presagios futboleros, pergeñados a través de ver pasar uno tras otro los mundiales desde aquel de hace 40 años (mi primero en el diario), concebido para disimular el dolor de nuestro país, desgarrado por una horrenda dictadura. Es que siempre me generó el magno certamen una montaña de expectativas y casi nunca esas expectativas se vieron recompensadas, debido a una sarta de partidos malos y otros peores en los que generalmente, de una forma o de otra, ganaron los que uno se imaginó al comienzo que iban a ganar. De allí que ante esta nueva cita me senté ante la TV con poco optimismo por ver buenos espectáculos y hasta «sabiendo» el resultado de antemano: Alemania, España, Brasil y Argentina lucharán por el título porque, como siempre, tienen los mejores jugadores. No fue así: la mayoría de los encuentros resultaron entretenidos, con goles y hasta con buen juego y ninguno de los cuatro grandes ni se asomó a las instancias decisivas. Mis vaticinios sufrieron un severo revés. Pero claro, cómo iba uno a imaginar que ya no nacen sólo en un barrio argentino o en una playa brasileña los pibes de gambeta atrevida, o que la formación de un equipo por sobre las individualidades ya no es patrimonio germano en exclusiva, ni que el toque excelso de los españoles ya no desarticula a cualquier rival. Cómo suponer el crecimiento de algunos a los que hasta hace poco ignorábamos, como el caso de Japón, durísimo adversario para cualquiera, la asombrosa Croacia, la estupenda Bélgica, por nombrar sólo a los que más me sorprendieron y dejando de lado a la fantástica Francia, que de antemano ya se sabía que llegaba bien dotada.

De todos modos, no seré el único al que el pronóstico le falló. Es que evidentemente, también le erraron feo quienes tuvieron algo que ver con la selección argentina.
Porque pensaron, o al menos eso parece, que sólo con alguna estrella (Messi), un par de buenos acompañantes y el prestigio de la camiseta alcanzaría para pasar por arriba al resto.
Claro, no han tenido en cuenta que ya Dios dejó de ser sólo argentino en materia futbolera, que ya la picardía criolla no es sólo criolla; que hoy, hasta el famoso latiguillo de ”inagotable cantera”, se puede poner en duda, y que evidentemente ya no nacen aquí todos los talentos.
Es que no he visto y seguramente Ud. amigo lector tampoco, a jugadores que se manifiesten con la celeste y blanca como sí lo hicieron con la de Francia Mbappe, Umtiti, Kanté, Pogba y Varane, o con la de Bélgica Curtois, Hazard, De Bruyne y Lukaku, o con la de Croacia Modric, Rakitic, Vrsaljko y Mandzukic. Y así podríamos seguir nombrando a figuras de otros planteles, como el 10 de Japón, el 9 de Egipto y hasta tres o cuatro de Inglaterra, incluyendo el goleador del Mundial, mal que nos pese.
Más allá de que las culpas por este nuevo golpe a la ilusión de los argentinos recaigan sobre el pintoresco personaje, a veces rayano en lo ridículo, que hasta hace unas horas era entrenador de la selección argentina, uno puede presumir a la distancia que la cosa no pasa sólo por allí. Si bien es cierto que el hombre estuvo trabajando (y gastando a destajo, de acuerdo a los números presentados por la AFA) durante un año, no se vio en ningún momento juego asociado y ni siquiera se observó algún mecanismo de defensa y/o ataque en pelota parada, táctica que evidentemente fue una de las vedettes del certamen.
Claro que además, y pese a las declamaciones de algunos “expertos”, no tuvo tampoco nuestra “avejentada” selección individualidades para enfrentar desafíos tan exigentes. Si bien las comparaciones son odiosas, valen en este caso para saber dónde está parado el fútbol argentino. Sobran los dedos de una mano para nombrar a los jugadores nacionales que podrían estar a la altura de los foráneos nombrados poco más arriba. Y mucho no se ve en el horizonte, más allá de algún nombre que a Sampaoli, por decisión propia u obligado por los veteranos del equipo, se le olvidó convocar. Para graficar esto, bien vale el ejemplo de los arqueros: Romero fue borrado de última por una «lesión» y los que fueron, o al menos los dos que jugaron, no se mostraron muy aptos que digamos para este tipo de competencia, si se tiene en cuenta lo que significaron los número 1 de las selecciones que lucharon por subir al podio e incluso otros, de equipos que se fueron antes, como el caso del colombiano Ospina.
Es probable que ahora que los dirigentes lograron echar a quien pusieron como salvador hace un año, la cosa se tranquilice y con el “perejil” en la olla todo vuelva a la “normalidad”, y sólo en eso quede el borrón y cuenta nueva que tras el fracaso ruso surge inevitable para el renacimiento. Muerto el perro se acabó la rabia, dice el refrán. Los especialistas acallarán sus críticas, el calvo DT ahora se hundirá en los quintos infiernos con mucha platita en el bolsillo y el fútbol argentino aparentará grandeza al son de sus fulgurantes estrellas europeizadas, que quizás sigan llenando de goles al planeta y demostrando su amor por la celeste y blanca manteniéndola adherida a su piel. Y por un tiempo, todos felices, hasta que el próximo torneo de selecciones denote como hace unos días, que los astros no son tan brillosos y que por sí solos no son capaces de grandes proezas, más allá de sacar a relucir su personalidad para voltear a un DT con el que no comulguen. Aunque para ello tengan que bajar los brazos y mirar al piso mientras los rivales los pasan por arriba (como contra Croacia) y luego demostrar que se puede cuando ellos tienen el manejo (como contra Nigeria). Si es así, quizás aparezca otro Mbappe para terminar con el nuevo verso. Y para darle al fútbol argentino una nueva oportunidad. Claro que se habrán perdido varios años más y una buena cantidad de talentos, que todavía los hay.
Lo ideal sería empezar ya mismo un trabajo serio a futuro, que no sólo incluya, sino que priorice, a las selecciones juveniles, como en los tiempos no tan lejanos de Pekerman y Cía. Queda visto que con los nombres no alcanza. Hay que formar un equipo en serio y para eso se necesita que también la dirigencia trabaje en equipo y en serio. Urge hacerlo. Habrá que ver si esta AFA post Grondona, que aún no pudo develar el bochornoso misterio de aquel voto número 76 que sacó de carrera a Tinelli, es capaz de ponerse a la altura de las circunstancias. Si logra hacerlo, convertirá el fracaso de hoy en la gran ilusión del mañana.
El campeón 
Incuestionable título para Francia. En los tres enfrentamientos que a priori parecían ser una prueba de fuego para su grandeza como equipo (de los nombres imposible cuestionar absolutamente nada) los sacó a flote con una envidiable solvencia y hasta casi con comodidad (Léase Argentina -4 a 3-, Bélgica -2 a 0- y el de ayer, ante la sorprendente y admirable Croacia -4 a 2-). Llegó con el DT Deschamps cuestionado por dejar algunas figuras afuera, pero el conjunto se solidificó con el paso de las fechas al ritmo de sus jóvenes estrellas, algunas con un brillo deslumbrante, como Mbappe, Griezmann, Kanté y Pogba, las que presagian un futuro aún mejor para el fútbol francés. 

La figura 
Para mí no quedó ninguna duda. “El” jugador del Mundial fue Eden Hazard, más allá de que la FIFA se decidió por el croata Luca Modric, quizás como premio a que disputó la final. Y no lo veo mal en absoluto, como tampoco si se lo hubieran concedido a Griezmann. Pero para mí el belga le hizo honor como nadie a esa camiseta con el número 10. Creo que ningún jugador fue tan determinante en este Mundial como él para su equipo. Gambeta, velocidad, cerebro y hasta sacrificio para robar alguna pelota. Un fenómeno. Alguien dijo un Riquelme con más dinámica. Casi nada.
Pero más allá de estos tres nombres, este torneo dejó ver un sinnúmero de figuras relevantes como creo no se ha visto en otros mundiales. Algunas recién surgidas como los chicos franceses, o el brasileño Philipe Coutinho, otras en pleno apogeo, entre las que se pueden citar al uruguayo Cavani, los extraordinarios arqueros de Bélgica, Inglaterra y Colombia, el francés Varane y hasta Neymar, más allá de sus intermitencias y sus “zambullidas”. 

Una dulce
Vale el aplauso para Néstor Pitana. El soplapitos misionero fue el encargado de dirigir la apertura y tuvo el privilegio de impartir justicia en la final. En la previa hubo voces en contra de su designación en la Argentina, pero el hombre fue y no sólo cumplió, sino que demostró el buen nivel suficiente como para que le dieran la cita máxima. Y la sacó bastante bien. 
El VAR 
Más allá de las quejas de aquellos que sostienen que en algunos momentos pareciera perderse la esencia del juego, la inclusión del sistema posibilitó que en Rusia sólo se hablara de fútbol. Quiero decir que prácticamente no hubo motivo para criticar a los jueces, dado que no quedaron grandes dudas en ningún encuentro. Las veces que el árbitro se basó en el VAR, terminó con cualquier suspicacia y fue justicia. Y hasta resultó decisivo en varios partidos, incluso en la final, ya que el penal que finalmente Pitana cobró asistido por el novísimo sistema, le cambió el rumbo al juego. A mi entender no caben dudas de que pasó la prueba con holgura y por eso no extrañaría que se ponga en práctica cada vez con mayor asiduidad. 

La opinión de Oscar Rossi

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