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Un encuentro

Por Diego A. Jiménez


 “…Yo creo que hay una permanente vuelta de Argentina. Argentina va y viene como un péndulo alborotado. Se mueve a una velocidad impresionante, pero no se desplaza. Gira sobre sí misma, pero está quieta. Es decir, groseramente, la Argentina no ha cambiado…” (Dante Caputo, Clarín, 2017)
Teníamos unos veinte años cuando conversamos con Dante Caputo. Lo escribo en plural, porque éramos cuatro o cinco. Los recuerdo a todos, pero temo nombrarlos por pudor y quizá, por miedo de olvidar alguno. Queríamos participar en política y por intermedio del Negro Carranza y de Miguel Ángel Díez, gerente y director de la revista Mercado, en ese orden, vinculados ambos a Rodolfo Terragno, quién tendió su mano amablemente, llegamos a él, quién nos esperaba en su despacho del Anexo de la Cámara de Diputados de la Nación. 
Estábamos fascinados por esa oportunidad. Era una edad, la nuestra de aquel tiempo, en dónde el espíritu gobernaba a los miedos y a la razón, en dónde el idealismo perforaba lo gris del mundo y parecía vencerlo. Vivíamos de sueños y queríamos llevarlos adelante. Esa reunión, en nuestro corazón, más que en nuestra mente, se convirtió entonces en una ocasión para iniciar un camino. Recuerdo que el ex canciller fue directo, concreto, muy puntual en lo que nos dijo. Nos preguntó que hacíamos y que estudiábamos. Balbuceando, le contamos un poco. Hablo mayormente él, nosotros escuchamos. Sentimos una emoción difusa, la misma que aparece cuando estás viviendo algo imborrable, pero que todavía no tenés claro por qué. 
La historia es un relato de lo que creemos recordar, una ficción que se nutre de hechos difusos contaminados por la memoria. De esa jornada, tengo presente el momento en el que cada uno de nosotros se fue hacia donde había venido. Si aquel era yo, caminé unas cuadras por la avenida Rivadavia y doblé por calle Uriburu. Luego, aquel día, se fundió en las penumbras de los pasajes de una vida. Hasta la jornada de hoy, veinte de junio, una mañana que comenzó con niebla, en dónde muchas imágenes luchan por imponerse. Ese día volví solo, con una euforia materializada en un paso rápido y con palabras amontonadas en la boca con ganas de ser dichas. Los primeros, Eloísa y Lucas, amigos cuyas vidas hoy transcurren en Brasil y Europa, escucharon lo ocurrido. 
Aquel grupo sigue pensando parecido. Algún radical, otro peronista, algunos de izquierda, pero unidos por una enorme pasión por este país. Pasión que nos acompaña desde la adolescencia, gracias a nuestros padres y a la vida que nos tocó vivir: natural, sencilla, nutrida de ideas. Ninguno, ahora ya más cerca de los cincuenta, cayó en la trampa del éxito y la simulación en la lucha por la vida, parafraseando a José Ingenieros. Todos, hijos de esta tierra y dispersos a lo largo y a lo ancho de esta extraordinaria nación. 
Dante Caputo fue el ideólogo de la política internacional del presidente Alfonsín, cuyos objetivos centrales fueron incrementar la autonomía política y económica del país, la búsqueda de la paz y la diplomacia como instrumento para el resguardo de los derechos humanos y, finalmente, el impulso a la integración latinoamericana. El contexto era el menos apropiado: años de Reagan, fin del proceso militar con sus secuelas de endeudamiento y estancamiento económico, Malvinas y terrorismo de Estado. Sin mencionar, que desde 1930, la Argentina vivió en una interrupción permanente de los procesos democráticos. Sin la perspectiva de la historia, es imposible reflexionar sobre el periodo 1983-1989. El país en 1983, era un paria internacional, sin crédito económico y lo que era aún peor, sin credibilidad moral. 
El fundamento de esta política era consolidar la democracia. Fundamento y objetivo, ambas cosas. Caputo, un liberal en su concepción de la política exterior, cosmovisión que cree en la igualdad de los Estados, en su autodeterminación, en la solución pacífica de las controversias, en el multilateralismo y en el sostenimiento de valores democráticos globales y comunes, fue el formulador y hacedor de la estrategia alfonsinista. En una coyuntura difícil, recrudecimiento de la Guerra Fría y un vecindario nutrido de dictadores, sin duda fue una apuesta arriesgada. Hoy, con el paso del tiempo a cuestas, podemos afirmar que su política fue acertada.

También, honró al país en Naciones Unidas, siendo presidente de su Asamblea General (1988-1989) y funcionario en la Organización de Estados Americanos. Fue dos veces diputado de la Nación. Mientras transcurría su primer mandato lo conocimos. Intelectual notable, dentro de un gobierno en donde no eran rara avis los hombres de ideas. 

A ese personaje de bigotes demodé, de tono pausado y medio excéntrico, motivo de imitaciones, humoradas e ironías, le debemos parte de la libertad que gozamos. Como los gigantes de verdad que construyen sin aspavientos, se fue de este mundo con la austeridad silenciosa de un republicano. 
Ese hombre, fue el que un día, dio su tiempo para recibir a unos muchachos imberbes que no sabían vislumbrar el calibre de quien les hablaba con cortesía. Hoy, en la mitad de nuestra vida despedimos su existencia y honramos su memoria.
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