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"Aquí murió Juan B Maciel defendiendo las libertades cívicas"
Esa frase reza el monolito sito en la plaza central de Coronel Dorrego, que está instalado en el lugar donde cayera fusilado por un cobarde miembro del Partido Demócrata, en connivencia con el párroco que permitió que se use el campanario como mangrullo de tiro.
Toda una postal de época, un clero que daba la espalda a la democracia, fuerzas de seguridad que nacionalismo autoritario mediante, velaban para que aquella perversión democrática que había sido el radicalismo, el gobierno de la chusma, no volviese al poder, que no osara volver a quitarles el lugar que correspondía a los privilegiados, el de conducir los destinos de la República. Para ello, harían pedagogía democrática.
No bastó con encarcelar a Yrigoyen en la Isla Martín García dos veces, pese a su edad avanzada y su salud precaria. No bastó con proscribir a Marcelo T. De Alvear, ni tampoco con encarcelarlo en el mismo lugar.
El radicalismo se mantuvo en abstención revolucionaria hasta 1935, año donde volvería a presentarse a elecciones provinciales y legislativas nacional, preparando el terreno para las presidenciales que se vendrían pronto, en 1937.
Una vez más, el partido mayoritario demostró no estar ni roto, ni doblegado. Poco a poco las urnas nos dieron como ganadores, siendo tal vez el caso más paradigmático el de Amadeo Sabattini, quien fuera elegido Gobernador de la Provincia de Córdoba. Eso dio señal de alerta al conservadurismo... "están vivos". Ese fue el pie para construir, sobre todo con la maquinaria del Partido Demócrata de la Provincia de Buenos, lo que se denominó el Fraude Patriótico. Y lo custodiarían con el rigor de las armas, la connivencia de las FFAA y la custodia de las fuerzas policiales y parapoliciales apostadas en cada ciudad y pueblo.
A esos molinos, enfrentó Juan B. Maciel. Esa fue su quijotada, luchar en la adversidad, por la libertad, en tiempos donde no se declamaban eslóganes falsos, donde el Estado de Derecho no protegía a nadie, donde desde una computadora no se podía vilipendiar gratuitamente o donde no se podía pautar a los mass media capitalinos para insultar al sistema político para garantizar el derecho de una élite financiera a seguir siendo más ricos y detonar la única institución que les puede poner freno a sus apetencias: el Estado.
Ese tiempo vivió Maciel, y "defendiendo las libertades cívicas" dio su vida.
Como radicales, sigamos honrando su gesta y la de todos los caídos en la Revuelta Cívica del '37, es nuestra obligación moral.
*El autor es oriundo de Dorrego, a punto de recibirse de historiador