28|06|23 08:26 hs.
Rodeada de su familia y amigos, Amelia Peraita celebró sus 100 años de vida este lunes. Nació en la estancia El Espinillo, ubicada entre los distritos de Benito Juárez y Adolfo Gonzales Chaves, ciudad ésta última donde finalmente fue asentado su nacimiento.
Cuando tenía siete se trasladaron con su familia hacia Irene, y pudo escolarizarse en la Escuela Nº8 de Oriente. Con el paso de los años conocería al amor de su vida, en Cascallares, donde finalmente vivirían los primeros años de la formación de una familia que hoy está regada de hijos, nietos y bisnietos.
Un días después del gran festejo, y acompañada de su hija Adriana, su yerno Gastón y su nieta Gabriela, le abrió las puertas de su casa a La Voz del Pueblo.
Lo primero que le mostró al cronista de este diario fue una gran sonrisa, mientras se movía despacio en su andador para luego acomodarse en la mesa de su cocina.
Lo primero que le mostró al cronista de este diario fue una gran sonrisa, mientras se movía despacio en su andador para luego acomodarse en la mesa de su cocina.
Te escucho
Amelia no escucha muy bien, entonces hay que elevar unos tonos la voz para sostener una charla que inmediatamente se vuelve cálida y simpática.
“Me parece mentira, se me han pasado y no sé cómo”, comentó al responder cómo se sienten los 100 años recién cumplidos.
Contó que siempre transitó su vida “trabajando en una cosa o en otra”, para intentar resumir una niñez en el campo ayudando a sus padres Gaspar y Máxima, la crianza de sus cuatro hijas y ser compañera de su esposo Germán Mormeneo en La Armonía, un boliche que tuvieron en Cascallares. Luego vendría la etapa de confeccionar regalos hechos con sus manualidades.
Trabajando
Apuntó su hija Adriana que su “fuerte” eran los baberos y pañoletas que tejía con la lady tricot, una máquina de coser diseñada para ese tipo de trabajos.
“Mi esposo era esterillador”, recordó Amelia al hablar de una de las manualidades que realizaba con los restos de esterillas y que aún hoy se ven en la cocina de su casa.
Que “sean decentes para empezar, que no abusen nunca de la gente, que sepan conducirse -en fin- que se porten bien en general es lo principal y que sean apreciados por la gente”, el consejo de Amelia para quien quiera tomarlo.
Después mencionó que también tuvo que encargarse de los trabajos “rústicos” de la casa, labores que también hacía de chica en el campo, ayudando en los quehaceres hogareños y hasta participando de las carneadas con las que hacían las famosas facturas.
“Las morcillas no las comía, ni las olía, pero las hacía”, dijo entrerisas Amelia que por el contrario conserva en su memoria el rico gusto de otros embutidos; “que chorizos más ricos eran…!!”
Después de terminar la escuela primaria, cursó sólo el primer año del secundario en el ex Colegio Nacional en Tres Arroyos.
Años después conocería a quien sería su esposo, en las salidas de baile. “Se iba al Molino de Las Rosas –ubicado en una de las márgenes del río Quequén Salado- se iba a bailar ahí y nos habremos conocido ahí. Y ya empezamos la relación y nos hicimos novios, siguió y nos casamos, y seguimos en la zona siempre”, repasó la mujer, que también es madre, abuela y bisabuela.
“Si me pongo hago”
Recuerda haber sido una hija “dócil” que aprendió a trabajar ayudando en todo lo que había por hacer en la casa donde creció junto a sus padres.
Pero como madre de cuatro hijas dijo que también debió aprender a ponerse firme para que no se enmarañe la vida familiar; eso también lo apunta –sonriendo por lo bajo- Adriana, la hija menor. Las otras tres son Celia, Amelia Inés y María Liliana.}
Durante la conversación con la protagonista de la historia, fue recurrente que mencionara lo importante y constante que fue en su vida el ‘trabajo’, entendido desde las responsabilidades como madre y hasta en las actividades como compañera de su marido.
Por eso al hablar de los hábitos que supo conservar -según fueron pasando los años- dijo que “lo de siempre nomás, trabajar, el trabajo es la base, trabajo no me faltó nunca. Hoy no trabajo pero si me pongo hago eh…”, comentó obstinada Amelia.
“Nada de cosas raras”
Otro aspecto importante en su vida, para llegar a este punto, ha sido sin lugar a dudas la alimentación. Contó que siempre fue a base de “comidas comunes, nada de cosas raras”; y que sus favoritas son las milanesas, el puré, las papas fritas, y –sí no podía faltar- “una copita de vino de tinto, que nunca falte. No soy muy exquisita”, confesó.
Amelia hace poco más de 50 años que vive en una casa sobre una de las avenidas de la ciudad, donde un buen patio rodeado de verde, la hace sentir cómoda, en su lugar. “Siempre me gustaron las plantas, anduve mucho con ellas, ahora aflojé, ya no puedo”, expresó apoyada en la mesa pero sin dejar de apreciar ese espacio desde la ventana de la cocina.
“Que sean apreciados”
Su línea de vida, su forma de ser y convivir con sus seres queridos, han sido un espejo para el resto de la familia que ha podido tomar nota sobre su conducta y enseñanzas, a lo largo de una historia que aún se sigue escribiendo.
Consultada por si puede dar un consejo para las personas en general, considerando la experiencia de vida que viene transitando, pidió que “sean decentes para empezar, que no abusen nunca de la gente, que sepan conducirse -en fin- que se porten bien en general es lo principal y que sean apreciados por la gente”.
A Amelia nunca le gustó el fútbol, no ha sido de mirar telenovelas, pero sí se entretenía con los almuerzos de Mirta Legrand, o ahora lo hace con “Los 8 escalones”.
Sus cien años de vida también le hacen sentir un fuerte descreimiento en la clase política. “No les hago caso, ni me importan”, dijo.
Ve que el país “va más o menos”, cree que tendría que haber “una mano firme”, para que “no se venga todo abajo”. Y no desconoce los problemas que se desprenden por la falta de seguridad, por cómo se aplica la justicia, o por “las cosas que cada vez están más caras”.
El amor de su vida
Entre los distintos momentos por los que pasó la charla con Amelia, hubo uno que recordó de manera especial. Y fueron los siete años que vivió en Cascallares junto a su esposo mientras comenzaban a armar su familia.

Una imagen del festejo de este lunes (Agostina Alonso)
“Mi marido tenía una confitería, La Armonía, yo hacía la limpieza, lavaba las copas, y él atendía a la gente”, contó al comienzo. Y luego comenzaría a reírse cuando los recuerdos le vinieron a la mente; era porque “de noche barría, y cuando no le gustaba alguno que se quedaba de noche yo empezaba a barrer temprano y le echaba tierra para que se fuera”, dijo al soltar la risa pero confirmando que ese recurso daba resultado cuando había que ‘limpiar’ el boliche de algunos “bravos personajes”.
Pero fue, sin dudas, cuando habló de su esposo Germán que su sonrisa y en general la expresión de su rostro, no hacían necesario que explique nada más.
“Qué bueno era, pobre Germán. Y no de gusto me enamoré de él; era un churro bárbaro”, expresó mientras su rostro describía la felicidad de su recuerdo. “De él aprendí que hay que ser honestos, a comportarse en la vida como se debe”, dijo Amelia sobre su marido que se fue de éste mundo cuando tenía 95 años de edad.