Estudiantes de tercer año de Publicidad del Instituto 167

La Ciudad

Tormentas que pueden ser oportunidades

“El niño que salvó al trigo”

07|05|23 10:35 hs.

Por Antonella Muñoz Defendis, Santiago Belén Arévalo y Leandro Pontacq


Su padre le había advertido que se aproximaba una fuerte tormenta, que lo mejor sería que se mantuviera cerca del hogar, pero para Adrián las nubes oscuras, el soplar del viento y el sonido inconfundible de la lluvia representaban algo mágico para su alma, algo muy difícil de describir. “Tenés que hacer más caso Adrián”, imploraba su mamá.

A pesar de los retos, decidió hacer oídos sordos y, fiel a su testarudez, caminó hasta uno de los tres arroyos que se ubicaba a pocos metros de su casa de campo. Era su fascinación, podía pasar tardes enteras. A veces tirando piedras al agua y otras pescando hasta la llegada del atardecer. Era un lugar único para él.

Ese mismo día, minutos antes del almuerzo Adrián se cambió, agarró su gorra favorita, su caña, un frasco blanco para recolectar lombrices y un viejo balde verde para traer los pescados. Con todo preparado, emprendió camino. El sol era radiante y el viento casi imperceptible, aunque en el horizonte se podían apreciar unas lejanas nubes grises que lentamente parecían acercarse. Para él nada podía ser mejor.

Habían pasado dos horas y aún no había pescado nada, se estaba frustrando. Decidió relajarse y descansar. Antes de adormecerse observó con preocupación unas vacas que comían del otro lado del alambrado las espigas de un trigal maduro. Esa situación le hizo recordar las palabras de su padre en las cuales subrayaba la importancia de cuidar el cultivo, al que también llamaba “el oro rubio”: “Es lo que nos da el dinero y el pan de cada día, es nuestro futuro y seguramente va a serlo para quienes vivan por siglos”, repetía una y otra vez su progenitor.

Minutos más tarde, casi sin previo aviso, esa siesta fue interrumpida por un estruendo seco y ensordecedor. Adrián se despertó sobresaltado por el feroz estallido. Un rayo había caído sobre los cultivos y esa tormenta advertida por su padre, que al llegar se veía en el horizonte, ahora se desataba sobre él con una furia incontrolable. 

Aterrado y un poco perdido, tomó la decisión de regresar a su casa. No obstante, mientras intentaba guardar todo, se percató de una luz extraña e intensa. En ese momento se dio cuenta que era fuego. Un fuego que podía destrozar todo el trabajo y esfuerzo de su familia. Sin perder tiempo, el niño de 12 años sacó de su interior un coraje extraordinario y se dirigió casi instintivamente a llenar su pequeño balde con agua del arroyo procurando extinguir esas llamas, que cada vez eran más intensas.

En minutos el fuego se convirtió en un muro abrasador y, sin darle tiempo a escapar, lo rodeó por completo junto a una densa columna de humo asfixiante. En estado de shock y casi inconsciente, Adrián cubrió su cuerpo como pudo, temiendo lo peor. Pero de pronto el calor desapareció. Al quitar las manos de sus ojos para comprender la situación, quedó pasmado al observar lo que había enfrente suyo. Una silueta angelical de pelo rizado color oro hasta la cintura y vestida con una túnica singular se encontraba parada entre el trigo quemado.

La furia de la tormenta se había ido y el incendio que parecía incontrolable se había extinguido por completo. Adrián, además de lamentarse por no haber escuchado las advertencias de sus padres, estaba paralizado y confundido por la presencia de una mujer desconocida frente a él sonriendo y mirándolo fijamente a los ojos. 

Esos finos y tiernos labios susurraron una dulce voz que le dieron a Adrián un sosiego único. -No temas. mi nombre es Demeter y estoy acá para salvar tu vida y agradecer el valor y coraje que mostraste para salvar los trigales-. La deidad se acercó, posó sus delicadas manos en los hombros del niño y le dijo al oído, con un tono plácido: -en reconocimiento por tu heroísmo, he decidido brindarte abundancia a ti y a todos los tuyos-.

Adrián, más tarde, descubrió con sorpresa que Demeter era la diosa de la agricultura y la tierra fértil. Y la profecía se cumplió. Con los años esos espléndidos trigales ubicados cerca de los tres arroyos que transitaban cerca de su casa, regaron de esperanza, progreso, prosperidad y trabajo no solo a su familia, sino también a todos aquellos que se acercaban a la zona a probar suerte desde otro lugar.

El tiempo fue transcurriendo y Adrián por fin pudo entender las razones inexplicables sobre por qué la lluvia, el viento y las nubes oscuras representaban algo mágico y trascendental en su niñez. Las tormentas, por más que puedan ser amenazantes y peligrosas, también pueden constituir el motor de grandes oportunidades para crecer, avanzar y evolucionar.