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En algún libro debe estar escrita la vida en familia que supimos llevar en aquellos gloriosos tiempos idos. Y digo que eran gloriosos aquellos tiempos porque todo se hacía más despacio. Hoy en día todo se hace muy rápido, todo se emprende para terminarse casi en el mismo instante del comienzo. Cocinar, cantar, ir de compras, cartonear, pescar tiburones, viajar o hacer collarcitos.
Una cosa que con mi familia sabíamos hacer con lentitud y calma era secuestrar.
La primera experiencia fue con Karina la lechuguita. Fue un capricho de mi hermanita Lucinda. Ella nos pedía a la nena de enfrente. Tanto insistió, gritó y lloró, que al final decidimos concederle el capricho. Karina Bermúdez tenía cinco años y le decían la lechuguita porque era muy livianita. Papá la tentó con un chupetín y nos la trajo. Parecía contenta. Se quedó a vivir con nosotros. Los Bermúdez trataban de pagar el rescate. Era mucha plata para ellos. Al final pagaron y les devolvimos a la nena, que ya se estaba poniendo a hacer berrinche porque extrañaba a los papis y a la familia. Es que dos meses es mucho para un niño pequeño, qué le vamos a hacer. Con esa plata nos compramos las chapas para la casilla del fondo que nos quedó pipí cucú,
Llegamos a secuestrar familias enteras, hasta que mamá dijo basta porque estaba cansada de cocinar para tantos. Y, aunque en general, fuera gente humilde, hacíamos buenas diferencias.
Una vez, mi viejo quiso ir a más. En vez de secuestrar a tanto pobrerío, se fue a la parte cheta de San Isidro y se trajo un coker muy lustradito. Lo durmió con un Valium robado y nos lo trajo. Era precioso.
Los chetos obedecieron al mensaje que les dejamos y pusieron la plata en una caja de cartón en el árbol de Libertador y Perú.
Ganamos mucho más, fue la mejor plata que hicimos, pero al perro no lo devolvimos porque nos encariñamos y él con nosotros.
Ya habíamos terminado de construir la casilla del fondo, que, en realidad, nos servía de depósito para guardar más materiales para otras casillas que pensábamos hacer.
Empezamos a hacer vida normal, sin secuestrar, yendo al colegio, papá arreglando y vendiendo autos usados, hasta que una tarde, mientras tomábamos mate con los vecinos de al lado (a esos no les secuestramos a nadie), se nos estacionó un Mercedes Benz gris, ahí, donde estábamos nosotros.
Se bajó un señorón muy trajeado con un pañuelito verde brillante en el bolsillo de adelante del saco. Preguntó quién era el jefe de familia, y papá se levantó muy derecho, la camiseta parecía un traje de Christian Dyor.
Se apartaron, hablaron un ratito y se despidieron. Hasta que el coche no arrancó, papá no se dio vuelta. Resultó que el trajeado era un colega de muy alto nivel y nos iba a encargar muy buenos trabajos.
Limpiamos la casa, la dejamos como nueva.
Nos señalaron a una chica del sagrado corazón y la secuestramos. Primero lloraba y hasta gritaba, decía que la casa era horrible, villera y esas cosas de conchetos. Le pusimos una mordaza por un ratito. Fue lo más violento que hicimos en nuestra profesión. Después todo volvió a la normalidad, la piba se fue quedando con nosotros. Se llama Josefina. La queremos. Su familia pagó el rescate, un rescate voluminoso, nunca vimos tanta guita, y eso que ahora había que repartir, pero era mucha mosca, tanta, que hasta tuvimos que abrir una cuenta en el banco.
La Jose no se quería ir de casa, le gustaba más que su cuasi mansión. Al final volvió, pero siempre nos viene a visitar los domingos. Prefiere amasar y comer los ravioles con nosotros a visitar el campo con su familia.
Después tuvimos a Luis Pedro. Se quedó con nosotros como seis meses. No se quería ir. La Josefina se ponía celosienta. Hasta nos amenazó con llamar a la policía si no lo largábamos.
- Pero no, Jose, no nos hagas esto -Imploré yo-.
- Igual, nena, la cana está arreglada -intervino papá-.
- ¡Pero yo quiero ser la única!
- Pero vos ya no estás secuestrada, dejalo al Luispe un poquito -Le dijo mamá-.
- Sí, bolúa,- se mandó el pibe- yo también tengo derecho.
Y empezaron a pelear. Una pelea de chetos. No se les entendía nada.
Pensamos darle fin a este negocio, pero seguimos. La Jose y el Luispe se reconciliaron. Hasta nos ayudan a buscar víctimas entre sus amistades. Yo creo que las familias, en el fondo están agradecidas porque les devolvemos a los pibes más educados, más trabajadores, y tranquilos para vivir.