María Palacio junto a Alberto Foulkes y María Ramona Maciel

Opinión

Tercer Premio del concurso de Cuento Breve

La Habitación 105

17|10|22 11:59 hs.

Por María Palacio (*)


“Esperaba verla aparecer por detrás de las filas de clientes ante las cajas. Era fácil pasar por alto a un niño en la primera oleada de preocupación, buscar demasiado y sin fijarse bien. Sin embargo, al regresar seguía sintiendo una náusea y un endurecimiento en la garganta, y una desagradable ligereza en los pies” (Ian McEwan, “Niños en el tiempo”, Editorial Anagrama).e 

Las camas de los hospitales son todas parecidas. El hierro, el cubrecama de piqué blanco y el plástico que recubre el colchón. Mirás al bebé que duerme en la cuna de acrílico y sonreís. Estás sola y tranquila; van pocas visitas al hospital cuando nace tu cuarto hijo. Más si es 31 de diciembre y hace un calor aplastante. 

Jugueteás con la pulsera celeste que tiene el número de habitación. Tu hijo tiene la misma, es el sistema práctico que idearon para evitar que se confundan los niños que nacen en un hospital tan grande.

"Nunca deje sólo a su bebé" dice un cartel pegado al lado del televisor. El mensaje te impresiona, es inquietante que puedan robarse niños ahí adentro y que el hospital alerte a las madres sobre ello. Igual te parece absurda la advertencia: ¿a quién se le ocurre dejar solo a un recién nacido? 

Pedro y los chicos estuvieron un rato y se fueron a la quinta de tus suegros a pasar el año nuevo. Los chicos estaban tan celosos que casi no se acercaron a la cuna. Te abrazaron y te dieron besos pegajosos; sentiste el olor a vainilla y azúcar del más chiquito. Te contaron que habían comprado estrellitas para prender a las doce. Les advertiste que tuvieran cuidado porque se podían quemar. Se quejaron del calor, pero estaban entusiasmados porque su abuela les había dicho que podían meterse en la pileta a la noche. 

A los pocos minutos de llegar, Pedro te abrazó y te dijo que se tenían que ir porque lo esperaban para prender el fuego. Te dolió la brevedad de la visita, no lo niegues, pero lo disimulaste con una sonrisa: no sos de las que se quejan. También tuviste que disimular el terror que te causó la sola idea del baño nocturno. Invadieron tu mente las peores imágenes: la cabeza de Pedrito golpeando contra el borde de la pileta, el desmayo, sus tiernos pulmones llenándose de agua, tu suegra conversando despreocupada con el resto de la familia en la galería. Sentiste hasta el tintineo de los hielos de su vaso de gin tonic. 

El hospital está desierto. Los médicos no programan cirugías y parece que casi nadie se enferma en la víspera de año nuevo. A partir de las siete de la tarde empezaron a apagarse los clásicos ruidos de hospital: carros que se desplazan en los pasillos, murmullos, la risa ahogada de las enfermeras. 

Recorrés todos los canales de televisión y no encontrás nada interesante para ver. Nadie mira televisión en esta fecha. Ya es hora de que te vuelvan a inyectar el calmante, pero la enfermera no aparece. Llamás a enfermería desde el teléfono que está en tu mesa de luz. Nadie atiende. Sentís un leve dolor abdominal, casi imperceptible; es el útero que se está contrayendo. El efecto del calmante se empieza a retirar como la marea. 

Oís una cumbia que suena a lo lejos, tan bajo que dudás si es real. Aguzás el oído y descubrís que viene de afuera, de la planta baja. También te parece escuchar voces y risas. Bajás despacio los pies de la cama y te parás sosteniéndote del respaldo de hierro. Estás un poco mareada, respirás hondo y te soltás cuando estás segura. Caminás lento hasta la ventana y la abrís. 


Te dolió la brevedad de la visita, no lo niegues, pero lo disimulaste con una sonrisa: no sos de las que se quejan


El calor entra como un torrente, junto con la música y las voces. Te asomás y ves que hay un grupo de personas bailando en el jardín interno del hospital. Se ríen y toman del pico de unas botellas de cerveza. Con razón no te atienden, pensás con rabia. El lunes vas a hacer una denuncia y, seguro, los echan a todos. 

Una de las mujeres se saca el guardapolvo y se queda en corpiño. Un grupito de jóvenes la rodea. Todos gritan y aplauden. La mujer se saca el pantalón y se tira en la fuente que está en el centro del jardín. Atrás de ella se zambulle uno de los jóvenes y empiezan a jugar salpicándose con agua. Al costado de la fuente hay un olmo enorme rodeado de latas y basura. Y sobre un banco que está en fondo del jardín, en el sector más oscuro, hay una pareja haciendo arrumacos. Siempre creíste que en los hospitales los médicos y las enfermeras están de levante, pero esto es demasiado.

Decidís filmarlos para tener pruebas, pero recordás que tu celular se quedó sin batería y no trajiste el cargador. ¿Cómo pudiste olvidar el cargador? Cerrás la ventana de un golpe y volvés a la cama. Llamás de nuevo a enfermería y nadie contesta. Las puntadas en el útero se vuelven más intensas, igual que tu indignación. Ya va a llegar la enfermera, te decís, y cerras los ojos. 

De pronto sentís el zumbido de una mosca, abrís los ojos y la ves posarse arriba del cubrecama blanco. Se te hiela la sangre; como buena hija de médico sabés lo que significa una mosca en un hospital: la muerte está cerca. Bajás de la cama otra vez y te acercás a la cuna para ver al bebé. 

Benjamín respira tranquilo, está enrollado en la misma posición que tenía adentro de la panza. Cuando estás volviendo a tu cama, notás que hay un charco de sangre en el piso. Chorrea de tu entrepierna. Es demasiada sangre para ser normal. Volvés a llamar a la enfermería y escuchás el tono que suena varias veces sin respuesta. 

Querés gritar, pero no tenés fuerza. Vas a morir en la noche de año nuevo, desangrada y sola, en un hospital. Salís de la habitación para pedir ayuda. No querés dejar solo al bebé, pero no te animás a llevarlo alzado porque estás débil y podés desmayarte. 

No se ve ni se escucha nadie en el pasillo. La luz mortecina del tubo eléctrico titila y te produce un ligero mareo. El olor a lavandina mezclado con caldo te revuelve el estómago. Empezás a caminar despacio porque el dolor abdominal es cada vez más fuerte.

Avanzás varios metros sin saber dónde queda la enfermería, llegás a una escalera y bajás un piso. 

En el descanso aparece una enfermera y te abalanzas para pedirle ayuda. La mujer te mira con sorpresa, no es ninguna de las que te atendió durante el día. Le contás de la fiesta en el jardín, de tu hemorragia, de los dolores, te quejás de que nadie atiende el teléfono. Te mira impaciente y te acompaña a la habitación. Tu cama está tendida y la cuna de acrílico vacía. 

Sentís un sudor frío que te recorre el cuerpo y gritás que se robaron a tu hijo. La enfermera te agarra del brazo e intenta tranquilizarte. Te pide que le dejes ver la pulsera con el número de habitación porque seguro cometiste un error. Cuando la observa de cerca, su mirada se dulcifica y cambia el tono de voz. 

Te dice que estás equivocada, que tu habitación es la 105, pero de otro sector del hospital. Te enojás porque estás segura de que ésa era tu habitación, no te alejaste tanto cuando saliste. Le exigís que llame a la policía y a tu obstetra, el doctor Comas. 

La enfermera te toma de la mano y trata de apaciguarte. Te va a acompañar hasta tu habitación y va a llamar al doctor Comas. Te explica que es el psiquiatra a cargo del Pabellón 6. 

Entonces la verdad te cae como un baldazo de agua fría: la mujer es cómplice de la banda que roba bebés. Le das un empujón y salís corriendo por el pasillo. La falsa enfermera te persigue. Pese a las contracciones uterinas corrés bastante rápido. Volvés a bajar las escaleras del fondo del pasillo. Al llegar a la planta baja, te encontrás con cuatro personas que te cortan el paso. 

Una de las chicas tiene el delantal húmedo a la altura del pecho, otro está empapado. Gritás con todas tus fuerzas para pedir auxilio. Entre los cuatro te agarran y ves que se acerca la falsa enfermera con una jeringa en la mano. Gritás más fuerte y te defendés a patadas. Sentís el pinchazo y aullás el nombre del doctor Comas. Llorás y pataleás hasta que todo se vuelve negro. 

(*) La autora es de Tres Arroyos