Cierto día la escopeta se desbarató en mis manos: me quedé con la culata en la mano y el resto -caño, cartucho, aguja percutora- cayeron al suelo. La boca del arma un poco me miraba a mí, y el mecanismo de disparo tocó antes el piso. Creo que no se disparó porque cayó en el barro. De haber golpeado en tierra seca… no sé.
Un error humano. Mi armero, entre risas, admitió que no había ajustado una tuerca que va por dentro de la culata, la ajustó y me la dio. Ahí tiene un error humano.
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Lito Bonifacio, socio de mi tío Arturo, era un gran tirador, en Tres Arroyos y en Buenos Aires. De esos tiradores que jamás hirieron a un animal. Sus hijos -los mellizos- no necesitaban ADN: tiraban mejor que el padre. Yo he visto, enmarcado, el título de Campeón Nacional de uno de ellos. Eran parejitos, en entusiasmo y en habilidad.
En ratos perdidos del Tiro Federal Lito me contaba: “Como…¿y lo que le pasó a mi hijo?”. Disputaba un nacional de pistola neumática, que se carga tiro a tiro. Un balín. Parece que la cosa venía hacha y tiza, y Bonifacio, a su turno, apuntó poniendo el alma en ese disparo, y luego observaron el blanco con ansiedad. Miraron y miraron y… nada: no estaba el tiro en la diana. Después de mirarse y abrir los brazos llegaron a la conclusión de que Bonifacio, en el nerviosismo del torneo, había omitido colocar el balín. Otro error humano. Con algo de increíble.
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Ahora una de SWAT, que -modestamente- me tocó protagonizar. Agarré una pistola muy buena, una .45 del Tiro Federal, y dos cargadores bien llenitos de proyectiles. Coloqué una silueta FBI, retorné al box de tiro -estaba solo-, me puse un cargador en el bolsillo de atrás y metí el otro en su alojamiento, hasta escuchar el click. Quería tirar los dos cargadores en el menor tiempo posible. Me puse en posición de triángulo isósceles, flexioné un poco las rodillas y me bajé el primer cargador. Todos los tiros adentro de la silueta. Al agotarse el cargador, la pistola queda abierta, con la corredera atrás, manteniendo el martillo montado.
Oprimí el botón de retenida, el cargador vacío cayó al piso, coloqué rápidamente el otro cargador, enfoqué la silueta y gatillé. No pasó nada. ¿Por qué? Porque cuando la corredera queda atrás hay que darle un tironcito, y ahí vuelve a su lugar, metiendo otra bala en la recámara. Pues… le di el tironcito, y la pistola volvió a funcionar.
¿Si lo sabía? Por supuesto. Pero te agarra el apuro y te la comés. Error humano. Ansiedad. Porque competía conmigo mismo.
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Mucho, pero mucho, adiestramiento. Horas de polígono. Y nervios muy -pero muy- templados. Es sólo un instante, que para el sicario nada debe fallar. Pero eso de poner un tonto para el asesinato no es nuevo. A Kennedy lo mató ese Lee Harvey Oswald, un chiflado que tenía que figurar como tirador. Para que no se fuera de boca, en un traslado y rodeado de público a él lo mató Shiran B. Shiran. Eso para los que critican las custodias argentinas. Shiran Shiran, palestino, también figura como asesino de Bob Kennedy, en un hecho con tantas contradicciones como nunca he visto.
Pero entre tantos comentarios, escuché a alguien decir que Cristina adelantó su camino a casa unos instantes, sorprendiendo al sicario sin proyectil en la recámara. Otro comentó que, tras la pantomima de tirar sin bala, trató de accionar la corredera, momento en que militantes lo agarran de los pelos y lo detienen.
Tonto, sí, porque fue convencido de que haría algo supuestamente justo, y él se embala y no se detiene a pensar que le cuesta quince años de su vida. A mí, haber estado en un calabozo me enseñó más que una biblioteca. Eso de que te cierren la puerta de afuera hace hablar a un mudo. Por suerte sólo podía yo confesar que era un tonto adolescente; pero en otros casos me dio resultado. Con el fiscal apelamos a la Cámara, finalmente conseguimos la detención, y en tres días el detenido vomitó hasta el apellido materno ¿te acordás, Romero Jardín, hoy fiscal? Y esa es mi teoría sobre el hecho en sí mismo y de lo que sucede cada segundo. Ramificaciones, financiamientos, copos de nieve, vecinas y demás son otro tema.