26|12|21 21:31 hs.
A la mañana temprano vinieron los pintores. Uno de ellos me llamó la atención por su aspecto de tumbero, un ex convicto pensé y le tuve aprehensión. El capataz y sus compañeros le decían “el grillo” por su parecido a ese insecto menudo de ojos saltones. Caminaba rengueando y llevaba la enorme escalera apoyada en su joroba. Se notaba que era asmático porque emitía un chiflido al hablar. Jorge -el jefe de la cuadrilla- me contó que le tenía lástima y lo contrataba por día para lijar las paredes y pasar el enduído, Para darle importancia también le delegaba la preparación de los colores.
El grillo enseguida simpatizó con mi marido que me acompañaba a ver los avances de la obra en ese pequeño departamento. Lo caló de entrada, con ese olfato que tienen los marginales para detectar a las personas buenas de corazón, las que le van a dar una pequeña ayuda, las que se detienen en la puerta de las iglesias y miran a los ojos de los pobres.. No a mí, por supuesto, que siempre sigo de largo haciéndome la distraída, porque me parece indigno darles plata para calmar mi conciencia.
Por el traje y la corbata se dio cuenta de que es abogado. Enseguida le sacó conversación. Y eso que le tengo dicho que no haga contacto visual con la gente, porque se le pegan como moscardones, pero no hay caso.
- ¿Cómo anda doctor, mucho trabajo? - Le dice el grillo desde lo alto de la escalera mientras se refriega los ojos para quitarse el polvillo de las pestañas.
- Y si, complicado porque son los últimos días del año.
- ¿Quiere que le pula el piso el fin de semana largo? Ahora que se viene la navidad tengo unos días libres, se lo puedo hacer. Es un trabajo de artesano, a mano: con viruta y tiner le saco las manchas a la madera y se lo dejo como nuevo. Le cobro unos pesitos nomás.
Mi marido duda y me mira:
- Y bueno le dice, ¿quedará bien?
- De primera doctor. Lo único que le pido es si me puedo quedar a dormir acá, vio, se me complica si me tengo que ir al hotel de Constitución. Me cobran caro. Soy de Chivilcoy, la familia la tengo allá. Me arreglo con un colchón nomás, usted no se preocupe.
Y bueno, ahí lo dejamos con las llaves en el departamento vacío todo el fin de semana de la navidad.
Al día siguiente nos fuimos al campo temprano con la camioneta cargada, porque así son nuestras navidades, duran varios días de asado, lechón, ensalada, helado, pan dulce y esas cosas. Alguien se viste de Papá Noel y reparte los regalos. Siempre le toca a alguno disfrazarse. Agarra el viejo cencerro y lo hace soñar, desde el monte viene en la oscuridad con la bolsa llena de paquetes, de juguetes para los chicos. Este año hemos iluminado el pino de la entrada con minúsculas luces que se prenden y apagan como luciérnagas.
Mientras tanto el grillo le da al tiner, pero hace tanto calor en ese pequeño departamento, que se acompaña con una cervecera helada y después otra. Cuando se le termina y oscurece empieza a tomar el fernet del pico de la botella. No ha comido en todo el día, solo una medialuna que le convidó la portera cuando lo vio entrar a la mañana. Tiene que apurarse para terminar el trabajo antes del lunes. La poca plata que tenia se la gastó en los materiales y le dio cosa cobrar por adelantado.
No quiere quedar mal con el abogado que es tan buena persona y capaz se lo lleva para hacer otras changas. O al campo, de puestero, nunca se sabe.
Pero algo anda mal, le falta el aire, se le cierran los pulmones. ¿Será el vaho del tiner? Algún médico le dijo que era tóxico, pero también lo es la pintura y hace años que trabaja así, sin barbijo y nunca le pasó nada aunque cada tanto lo internan en el hospital. Ahí se pasa los días solo mirando el techo hasta que le dan el alta.
Es que los hijos no lo quieren ver, porque estuvo preso y les da vergüenza. Cosas de pueblo, que no se perdonan. Un robo en la estación de servicio, la mala suerte que el dueño estaba armado y lo agarraron. Pero eso fue hace tiempo…
Con este trabajo y lo que Jorge le va a pagar en la semana va a poder comprar algo para Año Nuevo, para llevarle a Alicia. No quiere que ella la pase mal, aunque en el fondo piensa que es una desagradecida porque le puso a los chicos en contra.
De golpe tiene la sensación de que el techo se le viene encima, como si en el cieloraso se formara un enorme globo a punto de estallar, se le nubla la vista, las paredes se encogen. Tiene que pedir ayuda, buscar a la encargada que está arriba. Pero al salir del departamento se le traba la llave y no puede abrir la puerta. Trata de forzarla pero la cerradura está trabada, se olvidó de ponerle el lubricante y eso que uno de los muchachos le avisó que tuviera cuidado.
Se asoma a la ventana que da a la calle para tratar de respirar un poco de aire fresco. Afuera los fuegos artificiales anuncian las navidad. La iglesia de la esquina hace soñar las doce campanadas. Piensa en Chivilcoy, en el cielo estrellado, en los hijos que están grandes, en como se ha pasado la vida y no pudo comprarles ni un regalo. Trata de calmarse para que el aire le llene los pulmones.
Apoyado en el alféizar de la ventana mira hacia la plaza y ve venir a su padre con la caña de pescar. Lo agarra de la mano, como cuando era chico y se iban al arroyo pardo a la salida del pueblo.
-Vení grillito, teneme la lombriz así la enganchamos en la punta del anzuelo. Hoy tendremos suerte, seguro que sacamos un bagre bien gordo - se entusiasma su padre.
Los demás chicos se burlan de él, le gritan ¡bicho feo! ¡bicho feo!, pero a él no le importa porque su papá lo quiere. Sostiene fuerte la lombriz entre los dedos, con cuidado de no lastimarse cuando el gancho la atraviese. Mira por última vez el agua oscura que corre debajo del puente. Cierra los ojos y muy tranquilo deja que el aire salga de los pulmones.
(*) El cuento fue realizado en el Taller de Escritura la Biblioteca José Ingenieros, de la profesora Sandra Staniscia.