La crisis del año 2001 se resolvió institucionalmente. Pero hay una pregunta para reflexionar: ¿qué

Opinión

Editorial

Diciembre

05|12|21 09:17 hs.



Hace muchos años que diciembre dejó de ser solo el mes de las compras navideñas y de los gastos previos a las vacaciones estivales. Siempre el país supo bien de cimbronazos y de cómo salir a flote de esos terremotos de inestabilidad. Aunque la realidad indica que los sucesivos temblores dejan cada vez más heridos y tullidos de toda oportunidad, solo sostenidos por el Estado, que con un énfasis de otro mundo, hace poco por revertir esa situación.

El surrealismo de la economía y de la política Argentina, con sus variados tipos de cambio y su inflación (que a esta altura de la historia, es el entenado desprolijo y exagerado que molesta a diario) se empeña en quitarle el ánimo festivo al último mes del año. Es que asociamos estos días a una de las crisis más agudas de la historia argentina. No solo porque es la más reciente en el tiempo, sino por la combinación de factores que llevaron a generarla: débil poder presidencial, agotamiento de la convertibilidad, crisis de deuda y descontento social. 

Corralito, corralón, Estado de Sitio, renuncia, Asamblea Legislativa, manifestaciones, cacerolazos, “qué se vayan todos”, feriado cambiario, bancos, devaluación, uno a uno, pesificación asimétrica, “el que depositó dólares recibirá dólares”, abismo, debacle, caída, gobernadores, Alianza, golpe institucional, FMI, Argentina caso testigo. Frases, adjetivos, instituciones, que nos remontan a días que conmovieron al país. 

Veinte años después, en términos económicos y sociales, la Argentina no avanzó. Solo retrocedió y en el mejor de los casos, quedó estancada. “…Entre 1928 y 1974 el PBI per cápita argentino creció al 1,5% anual y el resto de América del Sur al 1,8%... Desde 1974 a la actualidad, sin un patrón de crecimiento orientador, el PBI per cápita argentino creció al 0,6%, mientras que el resto de América del Sur mantuvo, con diferencias nacionales importantes, el 1,8 %. Esto es, el ritmo de crecimiento argentino fue un tercio del de América del Sur…”, explica el economista Pablo Gerchunoff. Sin un patrón de crecimiento orientador, es una expresión académica que evidencia la carencia de una hoja de ruta que nos oriente en la manera de llegar hacia un tipo de país deseable y cómo querríamos que este produzca y se organice. Cómo viviríamos en él y, fundamentalmente, imaginar cómo lo seguirán haciendo las generaciones que nos sucedan, también son piezas imprescindibles de esa orientación ausente. 

El diciembre actual, a la espera de un acuerdo con el FMI y con la incertidumbre congénita de la vida económica argentina, debería llevarnos a reflexionar que hemos hecho desde aquel fin del 2001 para superar el mareante péndulo nacional. Una manera de colaborar con esa necesaria meditación es apoyar ideas y conceptos con cifras e índices, que abarquen ciclos largos y no breves, siempre asociados a caídas, rebotes o despegues. 

Lo breve es engañoso, porque oculta la dinámica real de las cosas y no permite ver con más precisión el desenvolvimiento económico y social de un país. Este mes, como escribíamos al comienzo de este comentario editorial, trae al presente recuerdos de unas jornadas críticas que fueron resultado de una sumatoria de decisiones, vaivenes, contradicciones, impaciencias, intolerancias y ausencia de acuerdos básicos que la sociedad produjo y no supo resolver a tiempo, dominada por la coyuntura.

Pero incluso, en la peor de las circunstancias hay espacio para cierto optimismo moderado. La crisis del año 2001, en su dimensión política, se resolvió institucionalmente, es decir, de acuerdo a los mecanismos que establece la Constitución argentina. Solo un rápido vistazo al siglo XX ensombrecido por Golpes de Estado, “Planteos militares”, proscripciones, violencia política y terrorismo del Estado, permite ver en perspectiva y medir adecuadamente lo ocurrido en términos institucionales en aquel fin de año. 

Incluso, con sus opacidades, lo ocurrido fue un avance notable en relación a un pasado repleto de discordias y salidas por fuera del estado de derecho.

Sin embargo, diciembre regresó y con él la memoria de sinsabores que se empeñan en no dejarnos de acechar.