Jens Spahn, ministro de Salud de Alemania

Opinión

Editorial

No cantemos

28|11|21 08:49 hs.

No cantemos victoria, el virus sigue circulando en el hemisferio norte y en algunas naciones volvieron las restricciones severas. En Austria se resolvió un retorno al confinamiento desde el lunes pasado; en los Países Bajos y Bélgica, las manifestaciones ocurridas el último fin de semana como reacción ante las posibles medidas para evitar el acceso de los no vacunados a determinados lugares, causaron violencia, destrozos y detenidos. En los Estados Unidos siguen las medidas para contrarrestar las decisiones de los anti vacunas que producen efectos negativos en el resto de los habitantes del país que inventó la gaseosa más conocida. Es que el promedio de casi cien mil contagios por día en estas jornadas, enciende las alarmas. En la próspera, tranquila y civilizada Nueva Zelanda, desde este lunes, se prohibió la entrada de extranjeros hasta abril del 2022. La nueva Alemania, que se apresta a vivir sin Merkel, enmudece al mundo con las declaraciones de su ministro de Salud, quien describió un futuro cercano un tanto escalofriante si la vacunación no continúa reforzándose y se abandona el celo en el cuidado social. “Para fines de este invierno, todos en Alemania estarán vacunados, recuperados o muertos", decía Jens Spahn en una conferencia de prensa en Berlín. 

Si hacemos un ejercicio de revisión de las noticias en estos casi dos últimos años, en todo el mundo, desarrollado y no tanto, las contradicciones, el ensayo y el error, los furcios olvidables, las declaraciones destempladas, las idas y venidas, las demoras en las vacunaciones, la discusión sobre las fiabilidad o no de los laboratorios, las renuncias de funcionarios, la politización de la muerte y el dolor, estuvieron presentes diariamente. 

La frivolización de un tiempo extraordinario, olvidándose, por la naturalización de las cosas, la dimensión de lo que vivimos y la todavía imprecisa evaluación de sus consecuencias, son aspectos que impiden mensurar correctamente la época que nos toca transitar. Es imposible no incorporar centralmente el factor “Pandemia” en la explicación de la mayoría de las cosas (todas) que nos sucedieron desde marzo del año pasado, en términos individuales y colectivos. 

Lo inédito de los sucesos debería moderar el arrebato de los opinólogos, dominados por el ideologismo y los sesgos, carentes, obscenamente, de hechos en sus análisis y del necesario ejercicio de la comparación explicativa de situaciones similares. Ambas, materias primas del periodismo serio y democrático. No se trata de disculpar el gobierno argentino por sus decisiones tomadas en los últimos meses, dado que la crítica severa debe ser irrenunciable. Pero sin el contrapeso del contexto mundial, los errores ajenos se pierden en la exageración de los propios y viceversa. Ergo, se comunica confusión y uno de los requisitos de la buena vida democrática, la ciudadanía informada, se erosiona intencionalmente. 

Un ejemplo concreto, proveniente del ámbito del entretenimiento, abona la idea que sustenta este artículo. Este punto de vista, sostiene que las polémicas y el ideologismo de los medios de comunicación se privilegiaron por sobre el valor de los datos y lo fáctico, a la hora de abordar el tratamiento de la pandemia. Y esta regla, fue dominante en estos casi veinte meses, aquí y alrededor del Planeta. “Una noche en París” (disponible en la señal Netflix), es una película en donde se muestran estrellas del Stand Up volviendo a los escenarios luego de varios largos meses sin poder hacerlo, a consecuencia del rigor de las medidas tomadas por el gobierno galo. Críticas, insultos al gobierno, burlas a Macron, juegos de palabras provocadores, ¿es la Covid o el Covid?, reseña de medios y sus dichos, racismo y dolor. Todo eso, atraviesa y es central, en las breves apariciones de los artistas del monólogo parisino. 

El ombliguismo negativo que se cultiva en muchos medios de información, consiste en atribuirnos como sociedad la potestad de todo lo mal hecho, el ser los campeones de las malas decisiones, los estrategas de la improvisación y los artistas del fracaso. En todo, claro. Por eso es esencial mirar lo que pasa alrededor, no para vanagloriarnos de las equivocaciones, sino para descubrir que no siempre las cometemos. 

Es preciso no caer en la tentación de cantar victoria en una lucha que todavía sigue. Se aprendió mucho, tenemos mejores armas, no sin pérdidas, ni desilusión. Ver el mundo ayuda a combatir esa pasión argentina por creer que lo mejor está solo afuera y que solo allí, las cosas se resuelven bien. Esa pasión, cuando enceguece, evita que veamos con claridad, la realidad de las cosas. Una realidad conformada por muchas tonalidades, matizada por brillos y oscuridades. Singular. Tan única como la de cualquier nación. Ni mejor ni peor. Diferente.