Un aspecto valioso de la jornada electoral es que los resultados se conocieron rápido

Opinión

Editorial

Talón de Aquiles

21|11|21 09:02 hs.


Escuchala en la voz de Diego Jiménez


El Gobierno respiró; la oposición ganó pero no le alcanzó para interpretar su triunfo como pírrico; el extremo más conocido se convirtió en tercera fuerza nacional; el extremo desconocido e histriónico, fue tercero en la capital del país; los resultados se conocieron rápido y esa evidencia demuestra dos cosas: que los funcionarios encargados del proceso electoral cumplieron su tarea y que los fantasmas de trampas y fraudes que algunos agitan consuetudinariamente antes del día de votaciones, simplemente no existen. 

La foto general muestra un país dividido en opciones divergentes, lo cual no es un problema y, a decir verdad, es saludable. La batalla (“la madre de todas”) de la provincia de Buenos Aires, con ese centralismo terminológico e interpretativo que caracteriza el análisis de los medios, quedó empatada para las dos fuerzas en pugna: cada una se quedó con quince diputados electos. A nivel nacional, en ambas Cámaras del Congreso, el oficialismo no tiene una mayoría que le permita imponer sus condiciones. Las elecciones de medio término distribuyen fichas, reformulan fuerzas, instauran nuevos equilibrios, pero no establecen liderazgos. La nuestra es una República presidencialista, en su arquitectura institucional y en la manera en que se ejerce el poder. Desconocer, en cualquier análisis electoral esta realidad histórica vigente, es un error conceptual grosero. 

Mientras tanto, en un barrio elegante de la ciudad de Buenos Aires, Cristina Kirchner se quedó en casa mirando algo que para los analistas y observadores viene sucediendo hace unos años de manera paulatina: la vicepresidenta continúa siendo líder de una fracción importante de la coalición gobernante pero no la controla y, además, su poder electoral está encapsulado, solo y fundamentalmente, en algunas áreas del Conurbano bonaerense. Este factor es el pulmotor que debería aprovechar el Presidente para conducir un Gobierno que requiere ser manejado solvente y quirúrgicamente. Es la ocasión no desperdiciable para administrar los dos años que restan de su mandato, utilizando la mayoría de las herramientas políticas disponibles. 

Por otro lado, hay dos declarados muertos innumerables veces, fallecidos, que se empecinan por vivir. La revitalizada Unión Cívica Radical y su histórico rival: el peronismo. A la sazón, las dos fuerzas más populares del país. 

La primera sostuvo el triunfo de la coalición Cambiemos y le aportó figuras nuevas, cierta frescura y algo de mística a una aburrida contienda electoral. Existe allí, en sus filas, una posibilidad, pero requiere de pericia y paciencia. Pericia para que las internas y el viejo estilo radical no terminen fagocitando los nuevos aires.

Las elecciones de medio término distribuyen fichas, reformulan fuerzas, instauran nuevos equilibrios, pero no establecen liderazgos 


Paciencia, para no envalentonarse con liderazgos sin reconstruir los cimientos de ideas del partido fundado por Yrigoyen, modernizando sus conceptos y lanzándose de una vez por todas al siglo XXI.

El peronismo no murió, está en proceso de reformulación luego de un ciclo que está terminando. Sus hombres y mujeres están dispersos en diversas fuerzas (al igual que los y las radicales) y compiten entre ellos mirándose desde distintas coaliciones. Los herederos del carismático General son todavía fuertes en el interior, tienen potencia en el Conurbano y en muchos distritos tuvieron una buena performance electoral (la de nuestra ciudad es un ejemplo). También, necesita de otros aires, de otras metodologías de construcción de poder y de una visión de futuro que hoy carece. 

La izquierda creció siendo fiel a su visión del mundo y a su crítica sistemática al capitalismo. Su vehemencia coherente es un valor, estemos cercanos o no a sus puntos de vista, que merece ser destacado. A su visión económica disruptiva se une su defensa de las minorías y sus posiciones ecologistas. Su voz interpela y el pluralismo democrático hace bien en cobijarla institucionalmente. 

La nueva derecha, exóticamente denominada liberalismo, es un enigma rodeado de muchas sospechas conocidas. Una pequeña digresión: la Argentina es una democracia liberal y el liberalismo político es hijo de un largo proceso intelectual e histórico iniciado en el siglo XVIII francés e inglés, que luego se fue nutriendo de diversas visiones y revisiones, de nuevos conceptos e ideas, a lo largo del tiempo. Al igual que en torno al liberalismo económico, la disputa entre el individuo y el Estado, simplificada en el contrapunto de cuanto de poder para uno y cuanto de poder para el otro, está en el meollo de la discusión de cómo se organizan las comunidades políticas. Allí también habita el debate en torno al mercado. 

El exotismo ideológico es reducir a una o dos frases algo que posee una enorme envergadura y complejidad intelectual además de ser filosóficamente relevante. Es empobrecer una tradición de ideas que tiene muchas vertientes, convirtiéndola en una vulgata contradictoria y endeblemente fundamentada. El discurso de esta nueva derecha, exultante y sin filtro, anti-político y pretendidamente antisistema, concitó apoyos en ciertos sectores descreídos y cansados de la realidad política y social del país, pero que no necesariamente comparten a pie juntillas su visión del mundo. Sus carencias conceptuales no deben impedir que veamos el origen de los síntomas que expresan con desparpajo y, muchas veces, con violencia verbal. 

La política Argentina muestra una variedad rica pero carente de una sólida articulación programática en la mayoría de los fragmentos que la componen. Articulación necesaria para concitar apoyos sólidos y elegir un rumbo determinado. Esa carencia, sin dudas, es su talón de Aquiles.