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Lunes

Escuchala en la voz de su autor, Diego Jiménez

Los grandes dilemas que tiene por delante la sociedad argentina no encontrarán solución con un cambio de jornada, incluso, luego de una elección presentada como crucial por sus contendientes, pero distante en el involucramiento de los y las sufragistas. 
La nuestra es una población con altas expectativas en términos de consumo, bienes culturales, servicios brindados por el Estado y aspiraciones de ascenso en la escala socioeconómica. Esa característica responde a una historia que supo, a pesar de sus bruscas oscilaciones, inestabilidades y violencia política, responder a esas demandas. Quizá, a mediados de la década del setenta haya comenzado una lenta declinación económica y social, con espasmos de crecimiento, pero que no lograron revertir los problemas estructurales del país. 
La Argentina se acostumbró a vivir con inflación, con una alta deuda externa, con desequilibrios en su balanza comercial y con un déficit crónico en su cuenta corriente. Si esos fueran los números de un agente microeconómico, una familia o empresa por ejemplo, la inviabilidad de su comportamiento requeriría medidas audaces, serías y responsables para revertir ese escenario. Esa reacción imprescindible a nivel nacional, carece hoy de ejecutores decididos.
La nación, por si fuera poco, tiene una deuda social que ha crecido de manera exponencial, de un modo que asombra a cualquier observador. Esa deuda, consecuencia de sus acostumbramientos enumerados más arriba, pone un límite a las reformas necesarias. 
Obliga a operar con precisión, a actuar con prudencia, a fijar políticas bien delimitadas para el corto, mediano y largo plazo. Necesita sensibilidad junto a una dosis alta de profesionalismo. 
La Argentina no puede darse el lujo del tiempo, ni siquiera de la espera breve. Un vistazo al interior del sistema educativo da una muestra de que si allí se fermenta el futuro, este, está lleno de sombras. Docentes sobrecargados, directivos sobrepasados por problemas que no son pedagógicos dado que no hay tiempo para abordarlos de la mejor manera, problemas de infraestructura, de conectividad y de acceso a Internet. Y lo más dramático de todo: el hambre instalada en sus aulas y pasillos. Niños y niñas que reciben bolsones de comida o que desayunan en sus edificios. Aquí no hay excusas y esa realidad no es atribuible a una administración, ni siquiera a una pandemia. Las excusas, los reproches, más que nunca, sobran. La lupa debería estar enfocada allí. Las mejores ideas, las acciones más concretas y el trabajo denodado, también. El primer acuerdo debe ser el educativo, sin grandilocuencias, sin anuncios de grandes reformas, sin puestas en escena. 
Los papeles vuelan y las letras quedan en el olvido sino se transforman en acción decidida. “Denme patria y transformaré en hechos cada una de mis palabras” versa esta frase atribuible a Domingo Sarmiento. El analfabetismo en nuestro territorio cayó del 78% en 1869 al 35% en 1914, por acción, entre otros, de ese cuyano alborotador, parafraseando el título del libro de José Ignacio García Hamilton. Hay cierto ideologismo de poca monta, marcado por sesgos simplistas que reducen la vida de los hombres o mujeres públicas a ciertas frases o episodios poco felices. El sanjuanino ha sido y es víctima todavía, de ese tipo de dardos. Un repaso de la historia, muestra que una persona es muchas personas. Dicho de otro modo: no hay vida sin contradicción. Pero los hechos rebaten, siempre y por suerte, a la pereza intelectual. 

En política están los estilos, las cosmovisiones, las metodologías. Pero sin un diagnóstico compartido, la enfermedad se agudizará con pronóstico reservado

Ese primer acuerdo no puede darse en soledad, necesita resolver las grandes cuestiones que arrastra el país desde hace décadas. Para ello es relevante ponerse de acuerdo con el diagnóstico. 
Imagine que visita un médico preocupado por una dolencia que sufre y este le dice que tiene un resfrío. Luego, insatisfecho, realiza una interconsulta con otro que le responde que lo de usted es apendicitis. Contrariado, interroga a un familiar, también del ámbito de la salud, y este le responde que solo es un dolor muscular. Sin acuerdo sobre los fundamentos no hay posibilidad de encontrar el remedio. Luego, en política, están los estilos, las cosmovisiones, las metodologías. Pero sin un diagnóstico compartido, la enfermedad se agudizará con pronóstico reservado. 
El día de mañana tendrá la zozobra que tuvo esta semana que concluye, en términos económicos, muy propia de países sin solidez macroeconómica. Los medios de comunicación se llenarán de intérpretes parciales o imparciales de los resultados que conoceremos esta noche. Algunos festejarán, otros explicarán su fracaso. También, muchos chicos y chicas, tomarán su copa de leche y sus padres buscaran su bolsa de comida, en un sitio creado y pensado para otro fin.
Quizá los dilemas comiencen a ser discutidos con seriedad, mirando a la educación como su basamento insustituible. Pero, como alguien escribió o dijo alguna vez y compartimos, somos optimistas del corazón pero pesimistas del entendimiento. Por ese motivo, creemos que lo único cierto, es que mañana será lunes. 
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