31|10|21 10:15 hs.
Por José Alvarez
Hace seis días, medios nacionales reprodujeron lo que quizás sea la más trágica historia de crimen que haya ocurrido en nuestro distrito, al cumplirse 50 años de lo que se recuerda como la “Masacre de Claromecó”.
Luis Godoy, el único de los cuatro hermanos que logró sobrevivir a los disparos efectuados por su madre, contó en detalle lo que ocurrió aquella mañana en que su vida cambió para siempre y conmocionó a una comunidad que, en su mayoría, no conocía la historia.
Con una memoria envidiable, Luis hizo un repaso de lo que ocurrió aquel 25 de octubre de 1971. Pero lo que se destaca de su historia de vida es lo que vino después, con una infancia transitada en el desaparecido Hogar de Niños El Amanecer y una vida entre sus dos familias, la que formó con su esposa Daniela Epaziano y la que aún hoy lo sigue teniendo como estandarte, la de “los chicos del Hogar”.

Luis y Daniela se casaron el 8 de enero de 1993
Luis nos recibe en el living de su prolija casa de barrio Los Aromos, mismo lugar donde desde hace décadas es anfitrión de los encuentros con sus “hermanos de la vida”, los numerosos ex pupilos para quienes él es el consejero, el psicólogo, el amigo, el padre, la autoridad,
“nuestra bandera”, como lo definió Ariel Graglia.
- ¿Te cuesta hablar sobre lo que pasó?
- Nunca tuve problemas en hablar sobre eso. Por ahí a los chicos del Hogar les daba un poco de vergüenza preguntarme. Pero cuando me sacaba la remera y veían mis cicatrices se animaban y yo les contaba. Incluso en el año 1994, cuando mi hijo mayor Leo era chico y yo trabajaba en el bazar El Mundial, Ricardo Listorti me hizo una nota en El Invitado.
No fue tan crudo como el relato que hice para Infobae, pero siempre que me preguntan yo cuento sin problemas. Pasó hace mucho tiempo y no es algo que me afecte. Lo tengo asumido.

Luis con su mamá, en la costa de Claromecó
Luis recuerda que cuando ingresó como pupilo en el Hogar de Niños, casi dos años después de la tragedia, los otros niños lo señalaban y murmuraban cosas referidas a lo que le había ocurrido. “Yo me levantaba la remera y les mostraba las cicatrices. No me daba cuenta porque era muy chico, y la verdad es que nunca tuve problemas para hablar”.
Sobre lo que ocurrió, comienza contando que la noche anterior a que su madre mate a sus hermanos y se suicide, su padre había usado la misma arma para espantar unos perros que se comían a las gallinas. “Uno de los tiros dio en el techo del sereno que tenía el Camping ACA, que quedaba cerca de casa. Ese testimonio, más la pólvora que mi papá tenía en las manos, llevó a que sea el sospechoso de todo y pase un buen tiempo preso. Hasta que yo me desperté y pude contar lo que había pasado”.
Buscando entender qué llevó a su madre a cometer ese aberrante acto, Luis cuenta que ella atravesaba un cáncer, descubierto por un embarazo perdido. “En esa época no había tratamiento, por lo que ella sabía que se iba a morir. Pensaba que lo iba a dejar solo a mi papá con los cuatro nenes. Y mi papá ya era alcohólico”.

El papá de Luis, en el frente de la casa de Claromecó
Hace una pausa y posa la mirada en una de las paredes del living de su casa. “Pienso, porque no lo sé. Pienso que eso la puede haber llevado a tomar esa decisión”.
Los detalles son escalofriantes, pero Luis los describe sin interrupciones, como si los hubiera repasado tantas veces en su mente que ya no lo conmueven. “Primero mató a mi hermanita y después a mi hermano mediano. Mi hermano mayor y yo salimos corriendo y nos escondimos en los médanos. Nos agarró y nos trajo hasta la casa. Primero le disparó en el corazón a mi hermano y después a mí. Cuando me iba a dar el tiro en el corazón yo me moví, me pegó al lado y caigo de espaldas. Al rato me empiezo a mover y a quejarme. Ella me vio y ahí es cuando me da un culatazo en la nuca, que rompe la culata de la carabina. Me dio por muerto. Después se ve que reaccionó de lo que había hecho, se dio cuenta. Y se pegó un tiro”.
Luis continúa recordando. No se da cuenta que este cronista ya no escucha, que la mente está en blanco y los ojos vidriosos ya no pueden seguir mirando los suyos, que se abren inmensos como si estuviera viendo lo que relata.
“Ella quedó en la cama con los ojos abiertos. Cuando despierto la veo y pienso que me estaba mirando, así que me quedé quietito. Un rato después me animé y fui despacito por abajo de la cama hasta la cocina. Ahí pude levantarme un poco y llegar hasta la pava, para tomar agua del pico”.

La mamá de Luis lo sostiene en brazos, en el patio de la casa de avenida 42 donde ocurrió todo
Pasó tres horas tirado en la cocina, con ese panorama a su alrededor. Cerca del mediodía escuchó ruidos afuera de su casa. También algunas voces, pero nadie se animaba a entrar. “Salí para afuera como pude y me caí desmayado. Al rato llegó mi papá y me cargó en la ambulancia. Me puso en sus piernas y me hablaba para que yo no me durmiera”.
A Luis, al borde de la muerte, lo operaron en el Hospital Pirovano, donde lograron salvarle la vida. Mientras su papá lo esperaba fuera del quirófano llegó la policía y se lo llevaron preso, acusado de haber sido el autor de la masacre. El testimonio de Luis, unos meses después y con cinco años ya cumplidos, fue suficiente para que lo liberen.

Luis recibe la atención de una enfermera y un regalo de su padre, en los días en que se recuperaba en el Hospital Pirovano, previo a la rehabilitación en Buenos Aires
La llegada a su Hogar
A medida que el relato avanza, aumenta la sorpresa ante su inmaculada memoria. Sobre todo teniendo en cuenta la edad que tenía cuando ocurrieron los hechos. “Cuando pasa lo de mi mamá a mí me faltaba un mes para cumplir los cinco años. Pero cuando yo ingresé en el Hogar ya tenía casi 7 años, porque estuve un año y medio recuperándome. Me operaron acá en Tres Arroyos por la herida de bala y después me llevaron a recuperarme a Buenos Aires, a un Hospital de Niños. Allá tenía una tía, hermana de mi papá, que me iba a visitar mientras yo me recuperaba y después me llevó a vivir con ella unos meses, hasta que volví a Tres Arroyos”.
Cuenta que los casi dos años de rehabilitación lo habían dejado sin fuerzas y se desplazaba en silla de ruedas, por lo que tuvo que volver a aprender a caminar. “Recorría el Hospital ida y vuelta todo el día en mi silla de ruedas. Y cuando ingreso al Hogar, que fue cuando volví a caminar, yo era el más chico de todos los pupilos”.
Su corta edad y su impactante historia le permitieron contar con ciertas ventajas en el trato, tanto de las autoridades del Hogar como de los chicos más grandes, en una época en la que la vida en ese lugar “era dura”.

Luis, ya adolescente, sentado en el frente del Hogar de Niños El Amanecer. sobre calle Rocha
“Eran bravos los grandes con los más chicos, los tenían cortitos. Conmigo no, pero otros chicos no la pasaron bien. Te doy un ejemplo. Hubo una época difícil desde lo económico, en todo el país. A la hora de comer nos servían un plato a cada uno y no había para que todos repitamos. Entonces se servían solamente los más grandes. Los más chicos nos quedábamos mirando. Yo pensaba ´el día que yo sea grande me va a tocar a mí´. Pero no, cuando yo crecí y llegó el capitán Pinto cambiaron muchas cosas que estaban funcionando mal. Eso se terminó, y la comida era igual para todos, cuidando sobre todo a los más chicos”, detalla.
El hermano mayor
La llegada del capitán Pinto fue el punto de inflexión de los chicos que residían en el Hogar de Niños. Hasta entonces, ningún pupilo tenía autorizado traspasar el portón del frente y las salidas solo estaban permitidas para ir a la escuela. “Nos escapábamos para ir al kiosco y si te descubrían te ponían en penitencia. Con la llegada de Pinto eso cambió. El portón se abrió tanto para que nosotros salgamos a la ciudad como para que la gente entre al Hogar” cuenta Luis, y agrega que “lo mismo pasó con los colegios. Antes todos los chicos del Hogar íbamos a la Escuela 29, y pasaba que cualquier problema que había la pregunta inicial era ´cuál de los chicos del Hogar se mandó la macana´. Por eso Pinto nos repartió en todos los colegios de la ciudad, y eso nos cambió la vida”.

Luis conoció a Daniela de adolescente. Ella vivía en Quintana al 700, frente el Hogar. Nunca más se separaron
Luis no lo confirma, pero los que eran chicos cuando él ya era un adolescente afirman que era el primer defensor de los menores. Con su modo un tanto distante pero con sus valores como bandera, terminó con los privilegios por edad y se encargó de que cada uno de los chicos esté contenido y reciba lo mismo que los demás.
“Nunca lo busqué, pero sé que para muchos chicos yo era su hermano mayor. Sobre todo cuando estaba el capitán Pinto, vos pensá que él tenía 31 años cuando llegó a hacerse cargo del Hogar, y yo tenía 19. Éramos como hermanos. Yo ya me había ido a vivir enfrente del Hogar, con Daniela, y cada vez que Pinto tenía que viajar venía a casa caminando y me pedía que cuide a los chicos. Íbamos con Daniela y nos hacíamos cargo. Nos quedábamos varios días”.
El respeto que Luis forjó en chicos y grandes tenía un sustento inefable: el ejemplo cotidiano. Era el primero en levantarse, el primero en colaborar en los quehaceres diarios y el primero en acudir ante un pedido de ayuda. También se encargaba de consolar a los más chicos en esas largas noches de angustia.
“Siempre traté de que haya respeto. Sin llegar al miedo, pero siempre traté de que me escuchen y de que se mantengan lejos de todo lo malo. De los robos, de las drogas. Traté de hablarles para que no se metan en esas cosas y trabajen. Y si podían estudiar, como hicieron varios que hoy son profesionales, mucho mejor”.
- ¿Tuviste una infancia feliz?
- Si, la verdad que sí. No me quejo. A pesar de que pasamos épocas difíciles, lo pasé re contento porque la vida en el Hogar era la de un chico cualquiera con un montón de hermanos. Nos levantábamos, desayunábamos, jugábamos al futbol o a lo que sea y siempre con alegría. Sigo pensando que haberme criado en el Hogar fue lo mejor que me podría haber pasado. ¿Qué hubiera hecho yo con mi papá? Él era alcohólico, y con todo lo que pasó con mi mamá peor todavía. Yo prefería estar ahí con mis hermanos de la vida. Me iba en las vacaciones a la Colonia de Claromecó, y después me iba unos días con mi viejo hasta que empezaban las clases. Pero yo contaba los días para volver al Hogar. Fue mi casa, por eso me da tanta lástima que ya no esté.
La vida después
Luis elige una foto al azar. Fue sacada en el frente del Hogar, sobre calle Rocha. En los costados están el capitán Pinto y su esposa. En el centro, unos 30 niños, muchos de ellos en edad de Jardín de Infantes. Luis, ya adolescente, está apoyado sobre una de las columnas en una posición relajada. Para ese entonces ya era el padre/hermano de la mayoría.

En la adolescencia. Parado a la derecha junto a la columna, con el grupo de pupilos. A la derecha, abajo, el capitán Pinto
Con su dedo índice va pasando por las cabezas de los chicos y los nombra a todos. Conoce sus historias previas, pero también la actual. “Hubo de todo. Algunos se descarrilaron, alguno falleció, pero la mayoría trabaja y ha salido adelante. Son buena gente, a la mayoría todavía los sigo viendo”, cuenta. “En ese tiempo los más grandes cuidábamos a los más chicos. Los levantábamos, los cambiábamos, los ayudábamos a hacer los deberes. Nos fijábamos que vayan a la escuela y sean responsables. Y si era necesario también los retábamos”.

"Lo mejor que me pasó". Luis, Daniela, y "los nenes". Victoria, la más chica, los hará abuelos en febrero
Habla en plural. - ¿Quiénes son los otros?
- Somos unos 10 o 12 que nos seguimos juntando siempre. Antes eran en mi casa los encuentros, pero ahora rotamos y estamos yendo a la casa de Juancho.
- ¿Es una responsabilidad, una carga, esto de ser el hermano mayor de decenas de personas?
- No es una carga. Yo sentía que era el hermano mayor de ellos. Y sé que para algunos lo sigo siendo. Porque cuando tienen un problema me vienen a ver para buscar alguna palabra que los pueda ayudar. O solo para hablar un poco y descargarse. Yo para ellos voy a estar siempre.
-0-0-0-0-0-
Recuperar su casa
Uno de los deseos que movilizó a Luis a contar su historia a un medio nacional es la posibilidad de recuperar su casa, la vivienda ubicada en avenida 42 entre 39 y 41 donde ocurrió la tragedia, y que hoy ya no existe.

La casa que Luis reclama. Estaba ubicada en avenida 42 entre 39 y
Pero para eso sabe que el camino será largo, dado que no hay papeles que lo avalen y actualmente no quedaron ni los cimientos. “No quiero remover mucho el tema de la casa porque las personas que me la sacaron son muy conocidas en Claromecó. La casa la desarmaron con máquinas, rellenaron el terreno y vendieron la casa. Hoy, incluso, me niegan el hecho de que yo haya vivido ahí”.