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El imperio de la economía como una disciplina con leyes inmutables aplicables universalmente es una idea que carece de sustento ni bien se la defiende a raja tabla. La actividad económica ocurre en un contexto histórico y geográfico determinado, en donde se desenvuelve una sociedad que tampoco es estática. Y si agregamos que la actual condición planetaria está atravesada por múltiples, complejos, variados y no pocas veces contrapuestos intercambios de todo tipo de corrientes, culturas, informaciones, datos, bienes y estímulos, es fácil concluir que las leyes económicas operan en territorios ricos y contradictorios que erradican sus pretensiones de infalibilidad.
Dentro de ese mundo en donde conviven el azar y el orden, lo lineal y lo imprevisible, opera también la política, que bien sabemos, altera a su modo el conjunto frágil compuesto por las leyes económicas. Por estas razones, en relación a los gobiernos, es correcto hablar de política económica, cuando se analizan las ideas, fórmulas y estrategias económicas que estos implementan. Contexto, política y teoría conviven en una tensión constante e inevitable.
Lo anteriormente dicho no invalida a la economía como ciencia social, así como tampoco sus contribuciones explicativas, sus respuestas solventes a males y dificultades sociales, ni su evolución histórica. En el mismo sentido, la historia económica aporta el aprendizaje del tiempo, es decir la experiencia, para calibrar si determinada medida o reforma sirve y potencialmente puede dar sus frutos esperados.
Escrito lo anterior, es indudable afirmar que la Argentina no tiene una moneda sólida, por el sencillo motivo de que su valor se reduce mes a mes desde hace décadas. Solo en este último septiembre perdió un 3,2%. En el caso de nuestro país, estadística económica y saber popular coinciden en este punto cuando cualquier individuo va a comprar un mismo bien mes tras mes. Del lado gubernamental, como respuesta previsible, se aumentan los sueldos al nivel de la inflación, pero, nuevamente, cuando se observa la relación entre nuestra unidad monetaria y la que le da valor de referencia, el dólar estadounidense, la verdad aflora sin engaños. El peso pierde día a día. Aquí también ciencia y saber común armonizan. Como pueden y cuando pueden, poco o mucho, con cepo o sin cepo, los argentinos y argentinas ahorran en moneda verde. Si los depósitos en pesos aumentan o mantienen su nivel en estas condiciones, es por la imposibilidad de migrar a otra moneda, no por fortaleza de la propia.
Lo arriba escrito, cualquiera lo sabe y por esa razón, entre el conjunto de medidas tomadas estos días, todos desconfían del congelamiento de precios. Es un cinturón a presión en una cultura inflacionaria. Además, el fijar un plazo de duración de dicho instrumento económico, tres meses en este caso, revela la precariedad del mismo y alista los atajos para burlarlo. En una historia como la Argentina, remarcar precios antes o después de ese lapso establecido de vigencia, es esperable y su resultado es sencillamente dejar sin efecto su intención inicial. De alguna manera los precios buscarán aumentar. Los que sugieren y llevan adelante la medida lo saben. La suya es una ficción conocida. Una ficción que revela la ausencia de un plan razonado. Una cultura no cambia por una ley, menos, por una medida transitoria de probada ineficacia.
No está demás expresar el deseo de que la ficción funcione, pero en está ocasión, más temprano que tarde, realidad, sapiencia popular, historia y ciencia económica coincidirán nuevamente en reprimir las ilusiones de éxito. Expectativa inflacionaria, debilidad monetaria, baja credibilidad gubernamental y proximidad de elecciones deberían apurar el comienzo de un camino de consistencia y claridad macroeconómica, con capacidad de sostenerse en el tiempo. Deberían, pero el poder repartido de la alianza gobernante disputa sus espacios de influencia operando en la realidad con viejas medidas y con diagnósticos precarios. Prima el corto plazo, que casualmente es el más largo en sus efectos negativos. Una ironía poco feliz.
En las Ciencias Sociales, con particular desarrollo en la política y la economía, hay un aspecto de la teoría de la decisión que trata de explicar los motivos de por qué hacen lo qué hacen los que llevan adelante políticas. Como resumía esta área del conocimiento en lenguaje llano, un notable profesor de la Universidad Nacional de la Plata, Roberto Miranda, se trata de indagar qué tienen en la cabeza quienes deciden. ¿Qué los motiva?, ¿qué buscan?, ¿qué los determina y qué los influye?, a la hora de decidir. Buenos interrogantes y de respuesta incógnita dentro de la política argentina, que avizora un descongelamiento de precios con pronóstico impreciso.