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Las manos cansadas, añosas, curtidas por el sol, la tierra, la asada, las manos delicadas prontas a preparar un centro de mesa con las rosas de su jardín, listas para hacer un asado en cualquier momento, incluso para su cumpleaños, las manos fuertes y amorosas que acariciaron caballos y ganado, esas manos, las de Dositeo González, Doso para los amigos, se fueron marchitando, pero sostuvieron, hasta el final, las pilchas gauchas y las herramientas con las que cuidaba a sus plantas.
La Estación Vázquez en González Chaves fue su cuna, nació un 27 de octubre de 1928 aunque por las cosas de esos tiempos, las distancias, los malos caminos y la falta de tiempo, lo inscribieron en el Registro Civil el 7 de noviembre del mismo año.
Sus padres llegaron de Galicia y aquí formaron una familia junto a sus siete hijos.
Doso amaba a sus hermanos con la misma intensidad con que los admiraba. Igual sentimiento que desarrolló hacia sus patrones, compañeros de trabajo y ni hablar, hacia sus padres y familia.
Como otros niños de su tiempo asistió a la escuela hasta que fue necesario salir a trabajar. Doso fue hasta cuarto grado y renunció a la posibilidad de seguir su educación con unos tíos paternos en Buenos Aires, con el afán de no alejarse de sus pagos. Así es que eligió, a los once años, trabajar en el campo como peón rural hasta que le tocó el servicio militar en el Regimiento de Granaderos de San Martín. El diploma que recibió a los 20 años por su buena conducta en el Ejército lo pinta de cuerpo y alma. Su paso por el Regimiento forjó su personalidad. Una vez que finalizó su servició volvió a trabajar al campo.
Fue cabañero, oficio que marcó su vida, consiguió importantes logros con ganado bovino y ovino en distintas exposiciones rurales de la Sociedad Rural de Palermo, de Tres Arroyos y otras de la región.
La pilcha gaucha lo acompañó siempre, también el buen vestir. Destinó parte de sus sueldos de juventud para comprar en Casa Galli los Perramus que le encantaban, trajes o perfumes para estar impecable, siempre combinado, bien arreglado, con el calzado impecable. Un hombre elegante, un gaucho de gran ley. En la ciudad o en el campo Doso lució con hidalguía sus trajes o sus pilchas.
El amor por los caballos y las destrezas criollas fue profundo, genuino y duradero. Dio y recibió gratitud de sus colegas, patrones, amigos y de quien lo conociera. Amó todas las tareas de campo, y en su etapa de cabañero se relacionó con gente de todo el país y de países limítrofes.
Con mucho sacrificio logró comprar una fracción de campo en la zona de Micaela Cascallares y así cumplió el sueño de niño.

Las manos que sostuvieron, hasta el final, las pilchas gauchas y las herramientas con las que cuidaba sus plantas
Ya jubilado, vendió el campo y decidió radicarse en Santa Clara del Mar junto a su esposa. En esa ciudad marítima tuvo su casa en la que plantó frutales, hizo huerta y jardín con infinidad de rosales. Fumigó, trabajó la tierra, hizo arreglos varios en su casa, recogió las flores de su hermoso jardín. El matrimonio tuvo tres hijos, siete nietos y seis bisnietos. Doso vivió solo desde 2007, año en que perdió a su esposa, compañera y la madre de sus hijos.
Su descendencia recibió de él el mejor legado posible: Trabajar sin descanso, ser respetuoso, muy creyente, honesto, solidario, disciplinado, dúctil y curioso, tenaz, memorioso y agradecido.
La simpleza de su espíritu se traducía en grandeza cuando decía: “Soy un paisano, un simple gaucho”.
El ponchito, la sonrisa pícara y el gesto del paso del tiempo y una cabeza que no dejaba de pensar quedaron reflejados en fotos familiares, en el recuerdo de todo el que lo conoció.
El gesto serio le daba permiso a la sonrisa espontánea y sana. Solía decir: “Espero que la muerte me sorprenda trabajando”.
Y lo sorprendió en su lugar en el mundo, cerca de sus frutales, perfumado por sus rosales y después de regresar a su casa con los mandados recién hechos.
El lunes 6 de septiembre de este año su corazón se despidió y la noticia enlutó no solo a su familia directa, sino a los amigos, compañeros de trabajo, profesionales que lo trataron, quienes hicieron saber su dolor por la pérdida y la admiración que sentían por Doso a través de los avisos que publicaron o mensajes enviados.
Doso, el paisano, el simple gaucho, el cabañero, el granadero, padre y abuelo, dedicado hombre de campo, Doso, un hombre para aprender, admirar y sonreír cada vez que su imagen o palabras vuelvan en forma de memoria.