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Tres Arroyos, JUEVES 28.03.2024
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Divino tesoro

La EDITORIAL, en la voz de su autor, Diego Jiménez

(en memoria de Alberto Almirón)

Es interesante de observar el abordaje que se hace en tiempos de campaña electoral de temas que son escasamente mencionados o directamente ignorados en el día a día político vernáculo. De pronto aparecen, motivados por un hecho disparador, una frase de apariencia disruptiva, una imagen provocadora, un suceso de impacto nacional o un error de cálculo, que obliga a tener que hablar de esa temática oculta. Luego de ello, suben a escena, acompañados de energía discursiva multiplicada por la fuerza de la reiteración que los medios y redes facilitan. Y ellos y ellas van como expertos, hablando sin parar de ese temario nuevo, pero, al mismo tiempo, se ufanan en explicar que estuvo siempre entre sus intereses y preocupaciones, pero del que nadie lamentablemente, se excusan, les pregunta mucho. 
Ahora le tocó a la juventud. Casi mágicamente, a causa de una frase deslucida realizada en un programa, y sin más vuelo que la literalidad de lo que las palabras usadas significan, los chicos y chicas, con ese dejo paternalista en el uso del lenguaje para referirse a ellos, que reduce y minimiza sus valores e identidades, cobraron protagonismo. 
La frase disparadora que algunos afines a su emisora vieron cargada de filosofía y profundidad, asocia a la juventud al divertimento, a la frivolidad, al deseo lúdico por antonomasia, a la asociación exclusiva de la sexualidad con genitalidad, a la vida de esa etapa solo posible en la superficie de las cosas. Del otro lado, o de los otros lados, tampoco hubo mucho, casi nada. Chispazos de sin sentido, con la motivación de rebatir al adversario, pero sin la sustancia necesaria para un debate que podría ser interesante e intenso. Ambos compartiendo la dificultad de articular un discurso que prenda, que apasione, que entusiasme a la ciudadanía en general y a su sector más entusiasta en particular, los jóvenes, menos conservador, más cuestionador, menos anquilosado en los convencionalismos sociales, más directo, más sincero. A veces cruel, otras equivocado y excesivo. Pero con las virtudes de aquellos y aquellas que irrumpen casi sin lastre, en el escenario de la vida.
Eran jóvenes los que acompañaron como soldados y cuarteleras, las campañas de la independencia sudamericana. Lo eran también, los que iniciaron la Reforma Universitaria de 1918, como también los y las protagonistas de los movimientos de vanguardia y liberadores en el campo intelectual, artístico y político a lo largo del siglo XX. Lo fueron también, quienes se apasionaron en la primavera democrática de los ´80 y en los primeros años de este siglo pos crisis de 2001. No estamos aquí para juzgar sus intenciones, pero sí para deshilvanar el mote de inmadurez con que se habla de ellos. En todo caso, mejor pensemos en el mundo que les dejamos, en sus males y sus injusticias, hablemos de nuestra incompetencia, de los fracasos con que los cargamos. También de los aciertos. Reunamos todo para conversar y buscar caminos, para juntar universos. Esos y esas, que algunos reducen a un jolgorio pésimo, serán los dirigentes dentro de casi poco. ¿Desde qué pedestal minimizamos su mundo y nos apropiamos de sus desvelos? 
Son jóvenes los que asisten a tomar una copa de leche a las escuelas o los que cada día se alimentan de los bolsones de comida que se reparten, allí también, en esos edificios creados para alimentar almas, no estómagos. Son jóvenes los que abandonan los estudios, pero a la vez no encuentran empleo. Los que trabajan siendo aún niños grandes, los que hacen de las veredas una cama, los que soportan la inseguridad de sus barrios humildes y los que a pesar de ello bailan, piensan, se comprometen en sus comunidades, cantan y descubren con felicidad y a veces dolor, producto de la incomprensión, sus identidades. Lo son, mal que nos pese, los que eligen o piensan en irse de este gran país, pequeño en oportunidades para brindarles. Los ejemplos sobran. De lo mejor y de lo más crudo de la existencia. Lo que no podemos hacer es mirar con superficialidad el planeta vasto de sus intereses.
“Viejos Vinagres” es un tema que cantaba Luca Prodan y que está incluido en su segundo disco “Llegando los monos” del año 1986. La canción termina como comienza en su título, esta nota editorial, pero con el agregado de una palabra que siempre ha simbolizado el cambio positivo en los últimos siglos de la historia humana, a lo largo y a lo ancho de esta esfera que habitamos llamada Tierra. Juventud, un tiempo de la vida, en donde todo parece posible, incluso y a pesar del horizonte viscoso que ofrece a menudo, la madurez de los adultos. 
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