04|07|21 09:59 hs.
Por momentos, durante la entrevista, Rubén Porfilio se emociona. Es inevitable y está muy bien que así suceda. El miércoles fue el último día de atención al público de panadería La Sirena, tradicional comercio ubicado en Roca 171, donde desempeñó el oficio de panadero durante 28 años.
Un rubro que conoció hace 40 años “por circunstancias de la vida y sin saber nada”, recuerda. Tuvo que buscar personas para que le transmitieran las ideas principales sobre cómo llevar adelante esta actividad. “Vino una persona de apellido Wilgenhoff, no está en esta vida, que me explicó. Y en pastelería me ayudó otro vecino que tampoco ya no está entre nosotros, Paco Alvarez. Me enseñaron lo básico como para empezar, para mí fue muy importante”, valora.
Se inició en panadería Güemes, donde permaneció tres años. Luego quedó en su lugar su hermano Hugo Daniel Porfilio; “le enseñé el oficio bien. Quedó solo en esa panadería. El falleció el año pasado”.
La etapa siguiente fue en panadería Centenario. “Surgió la oportunidad de comprarla. Allí estuve dos veces, la primera tres años y medio, luego volví dos años más”, cuenta. Siguió creciendo, otras posibilidades se plantearon: “incorporar panadería San Carlos constituyó el paso siguiente, atendí durante tres años y medio, también viví en el inmueble donde se encontraba el local comercial”.
El arribo a La Sirena a partir de un acuerdo con sus propietarios, la familia Garcimuño, se produjo sin dejar otras dos panaderías. “Llegué a atender tres a la vez, se complicaba para mí solo. Lo hice un tiempo por el empuje de la edad, cuando uno es joven es una cosa, a cierta edad te cansás más”, argumenta.
Incidieron algunas complicaciones no graves en su salud, pero que significaron un llamado de atención.
Es así que un primo Orlando Porfirio adquirió panadería Centenario y posteriormente, se desprendió también de su participación en San Carlos, que pasó a manos de la familia Yebra.
Se concentró en La Sirena, que tenía muchas virtudes, como ser “céntrica y venía con muy buenos antecedentes por la trayectoria de Sergio Garcimuño. Solamente había que atender, preocuparse de sacar los mejores productos, me fue maravillosamente bien”.
En este sentido, menciona que “traté mucho en su tiempo con Aurora Botas, la mamá de Sergio y Eduardo. Actualmente he conversado mucho con Eduardo, me dijo que tiene una sobrina que viene a quedarse, en la parte de arriba del inmueble hay una vivienda, donde yo también crié toda la familia. Lo entendí, son los propietarios y lo comprendo. Llevo muchos años y estoy bastante cansado también, cerramos un ciclo. Se termina mi trayectoria de panadero”.
Se detiene para destacar que, de acuerdo a todos los comentarios que escuchó, “Sergio Garcimuño, el padre de Sergio y Eduardo, tenía muchísima capacidad y era una persona espectacular”.
Satisfacción
En un repaso de todo este tiempo en La Sirena, le otorga relevancia a “la cantidad de buenos trabajos que he tenido. La confianza que la gente mostró en nuestro servicio de lunch. También las tortas aniversario para la Municipalidad. Un montón de pedidos de la comunidad”.
Asimismo, expresa que “hemos colaborado con diversas instituciones, el hogar para ancianos, El Parquecito en Ruta 3 Sur, en alguna oportunidad en el Jardín Frutillitas, en comedores. No cuesta nada si te pones a analizar y ¡hay tantos chicos que lo precisan! Donar tres o cuatro kilos por día no hace a la cuestión. Venían personas a pedir y también les dábamos facturas, pan”.

Rubén, junto al horno que lo acompañó en cada una de sus mañanas
Describe a los vecinos como “amigos y clientes por supuesto”. Habla con gratitud por el acompañamiento además de proveedores, colegas y de la familia.
Reflexiona que “la vida demuestra que sembrando bien se cosecha muy bien también. Estoy agradecidísimo a toda la gente y a Dios”.
Las puertas se abrían bien temprano, “a las siete y cuarto o siete y media. El pan preparado, porque pasaban quienes trabajan en el campo”.
Observa que “el público, con sus pedidos, te va formando la panadería. Anexamos tartas, empanadas, pizzas hechas, le vino muy bien a las personas de campo. Decían ¡Me salvas el mediodía!. Le simplificamos la comida y bienvenido sea”.
La familia
Quien siempre estuvo, en toda ocasión, es su mujer Graciela Frederiksen. “Desde el primer momento trabajó a la par y a su vez, crió a nuestros cuatro hijos -tres mujeres y un varón- diez puntos. En estos últimos tres meses me dio el último empujón que me faltaba”.
Sostiene que “a veces es difícil comenzar, pero también es muy difícil tomar la decisión de terminar”.
Los dos tienen pensado descansar, una vez que finalicen el desarme de las instalaciones. “No madrugar más, por lo menos levantarnos, desayunar como es debido y buscar una vida más tranquila -afirma Rubén-. He cumplido un ciclo de mi vida levantándome todos los días a las cinco de la mañana y años antes más temprano, a las cuatro. Cuando sos joven y tenés emprendimientos, la vitalidad misma te lleva, hoy lo pienso y lo planifico de otra manera”.
Vuelve a agradecer, esta vez a sus hijos porque “colaboraron, atendieron. Me han reemplazado cuando tuve achaques por alguna gripe. La panadería siguió gracias a ellos de la misma manera y mi señora -reitera- estuvo siempre”.
Inquietudes
Rubén realizó los estudios primarios en la Escuela 15 y la secundaria de noche en la Escuela Técnica. Luego hizo cursos de radio y televisión, así como de electricidad.
Trabajó desde la adolescencia. Entre muchas otras vivencias, relata que “le di una mano a mi cuñado, un excelente tornero. Quería poner una metalúrgica relacionada al campo, fuimos a buscar un terreno en la ruta 228 y lo conseguimos, en la intersección con Cangallo”.
Otra tarea que desarrolló es la de zapatero. “Mi papá me ayudó con un local que actualmente está en la primera cuadra de Beruti, puse venta de calzado de hombre y mujer, una linda zapatería. Después los clientes querían compostura, yo no entendía nada, era mucha la demanda y tuve que aprender. Natalio Aiello fue uno de los que me enseñó de corazón, él ya no está entre nosotros”, puntualiza.
Describe esta actividad como “un éxito total, me casé con mi señora siendo zapatero, siempre fui muy prolijo para hacer lo que sea calzado”.
Hasta que se presentó el desafío de incursionar como panadero. “Hoy hay cursos de todo tipo, podes aprender a ser maestro pastelero. En Internet se encuentran las recetas. Yo me tuve que apoyar en gente con conocimiento, no tuve que inventar nada pero sí practicar y errar. Gracias a grandes equivocaciones que he tenido, han salido muy buenos productos que uno quiso fabricar para el público. Por entonces, era todo a los ponchazos”, rememora.
Finalmente, considera que un aspecto central es “poner garra y corazón. El empeño trajo buenos resultados. Salió todo bien gracias a Dios. Siempre hicimos un esfuerzo para que no falte nada, atender lo mejor posible y no defraudar a nadie en el sentido comercial”.