13|06|21 12:35 hs.
Por Juan Francisco Risso
Hoy es el día de la autorreferencia. No sé explicarlo de otro modo.
Y bien, ya he narrado que estando en primer grado tuve polio. Y marché a casa, en reposo. Con un diagnóstico favorable pero…era la polio. La primera parte en cama, y con varias inyecciones por día.
El Dr. Tesone habría dicho que luego vendría un reposo relativo, no sé cómo se dice, de entrecasa, digamos. No correr, y cuando me dolieran las piernas, pues… baños de agua tibia. Y con esas instrucciones regresamos a Tres Arroyos. El que sigue, dijo el Dr. Tesone.
Adiós escuela 16. Bien poco me preocupaba. Nunca pude entender que a mi hija le gustara el colegio, algo merecedor de un ADN. Pero el caso es que yo en clase era… figurita: siempre levantando la mano, siempre “trabajando en clase”. En parte por mi apego al protagonismo, en parte porque la maestra me tenía gancho. La “señorita” Piru Medina, el primer amor de mi vida. Aún hoy la recuerdo como la hermosísima mujer que fue, hasta su último día.
En algún momento mis padres convocaron a Mela Echegoyen, docente también, para que me diese clases a domicilio. Algo recuerdo de sus enseñanzas. Y pronto me autorizaron a salir a la calle, y luego… guardapolvo, cartera, los gomicuer, peine y a la escuela.
Todo estaba igual: la misma maestra, los mismos compañeros. Hasta que la maestra escribió una palabra en “la pizarra” con grandes caracteres. Todos los chicos, a coro -desparejo- dijeron en voz alta y clara lo que allí decía. Y allí descubrí -con espanto- que yo no tenía idea de lo que pudiera significar; solo recuerdo que era tiza de color. Quedé sentadito, shockeado. Eso lo recuerdo.
Lo que no recuerdo es cómo ni cuándo me puse a la par de los demás. Ha sido un proceso absolutamente natural. Odio decir “primero superior”, porque parezco un nono, se me cagan de risa. Pero pasé a primero superior sin novedad.
Veamos: si yo tuve una maestra para mí solo… ¿por qué no iba a la par de los demás niñitos? ¿Acaso las clases no van al tranco del más lento? Y bien, esta es mi conclusión: para mis padres, primero lo primero. Recién cuando me vieron caminando, molestando a mis hermanas y queriendo andar en bicicleta, ahí llamaron a la maestra particular. Tendrían defectos, como seres humanos que eran, pero no tenían la estupidez machaza que veo ahora. No eran políticos buscando votos ni opositores con el palo para poner en la rueda. Eran padres. Nada más. Y aclaro: si hoy tuviese un hijo en edad escolar, lisa y llanamente no lo mandaría a la escuela.
Sigo autorreferenciándome. Terminé la primaria, terminé la secundaria, hice el infaltable viaje de egresados y comencé a sacar el pasaporte, que por ciertos contactos lo saqué en 48 hs.; algo que -entonces- llevaba meses. O sea, reemplacé mi ingreso a la Universidad por un viaje. Aclaremos: mi viejo tenía casa en Panamá y allí vivía en esa época, cumpliendo un contrato de trabajo.
“Y…estar lejos de los libros mucho tiempo…” reflexionó mi profesor José Christian Andreasen cuando le conté, y meneó la cabeza con desaprobación. No era su puntual experiencia. Creo que retomó de bastante grande sus estudios de historia, y llegó a ser un profesor muy ameno. Sus clases atraían. Yo tenía, empero, alguna diferencia conceptual. Ideológica. Pero sus clases no había que sufrirlas. Y ese fue su veredicto. Quizá más valioso por haber vivido “lejos de los libros”.
Meses después regresé embarcado, crucé el canal, tocamos Buenaventura (Colombia siempre de terror); Guayaquil -ahí admiré la gran estatua de la entrevista-; El Callao y Lima; Arica y desembarco en Valparaíso. Usé todos -todos- los medios de transporte existentes y me apeé en La Plata. Y no me digan que en un aula habría aprendido más. Ejemplo: yo no sabía si la Entrevista de Guayaquil era reconocida fuera de Argentina, porque a veces nos engrupimos solos. Yo no sabía que una de la principales plazas de Lima es la plaza San Martín. Con su estatua. Porque no conocía la verdadera historia de don José. Aún hoy tengo esa deuda. Por nombrar algo. O los delfines y peces voladores. O aquel terrible crujido del barco en mitad de una tormenta muy brava, de noche, frente a Coquimbo, con gente asustada que golpeaba la puerta del camarote del capitán. No soy valiente: el sueño me había vencido tras mucha tensión, y me enteré al día siguiente, con mar calmo y con sol. Ah, y ver la cordillera desde un avión en un día soleado de invierno.
“Tanto apuro por recibirse, y cuando se reciben, después todos los años son iguales” dijo Lito. Como diría don Ata: “Para qué lo habré escuchao /si era la voz de Mandinga”
El final del periplo fue Tres Arroyos; donde pasé el resto del año. Al comenzar el siguiente fui a La Plata y me anoté en Agronomía. Luego pasamos caminando por la sede de la Universidad y mi novia me indicó que en el primer piso funcionaba Derecho, me recordó que tenía un duplicado del certificado de estudios y que también me gustaba la abogacía. Intenté defenderme alegando que ya había decidido, pero no logré nada. Mascullando “¡mujeres!” fui al primer piso y me anoté ¿estás contenta?.
El caso fue que Agronomía comenzaba diez días antes que Derecho, y que en Claromecó el clima era magnífico. El último día dije “Derecho” y me distendí, acostado bajo el sol por diez días. “Eso sí: ahora a estudiar” me dije, mitad por conducta, mitad por remordimientos. Quise decir que me quitaba el derecho de andar cambiando de carrera: ahí ya veía el fracaso. Y ya me había tirado un año.
En mitad de mi carrera estábamos cenando en Claromecó mi padre; Lito Lopez Cabañas y una señorita. “Tanto apuro por recibirse, y cuando se reciben, después todos los años son iguales” dijo Lito. Como diría don Ata: “Para qué lo habré escuchao /si era la voz de Mandinga”. Porque tenía razón. Yo apreté el embrague para bajar otro cambio. Hice mi carrera en seis o siete años. En Marzo del último año rendí dos materias. Me quedaba sólo una. En esa situación formaban mesa todos los meses si se pedía. Se la hago corta: la rendí prácticamente en Navidad. Kiko Skou me esperaba con una tijera pero regresó para Navidad sin cortarme el pelo. Y sin saber mi suerte. Aprobé.
El año siguiente lo fui empleando en alistarme para trabajar en Buenos Aires, bajo los auspicios de un familiar muy conectado. Allá por setiembre, finalmente, me dejé de joder y alquilamos una oficina con un amigo, abogado también. Desde ahí no paré más, y mi única actividad ha sido la abogacía. Vaya sacando la cuenta, desde primer grado en adelante. En aquellos años algunas madres, trampilla mediante, anotaban al hijo de cinco años en primer grado. Qué se yo que creían. El pobrecillo era algo inmaduro, y tenía todos los números para ganarse el puesto de boludo del grado. Y cuando todos empezaban a deletrear yo me perdí dos o tres meses, sin zoom ¡la NASA tenía computadora! ¿Y qué me pasó?
Absolutamente nada. El único mal recuerdo fue una pelea que perdí, junto al mástil. Mi verdugo tenía un año más, ojo.
Al periodista israelí Gabriel ben Tasgal lo vi más de una vez en TV. Esto lo copié de Infocielo, que lo toma de un diario, Infobae creo: "Estuvimos tres veces en un encierro, cada vez de un mes, hasta que la tercera vez decidieron permanentemente no permitir el colegio. Tené en cuenta que se abrían shoppings y centros comerciales pero los colegios no", agregó Ben Tasgal, para luego completar: "Lo último en abrirse después de los negocios, después de los centros comerciales… lo último en abrirse fueron las escuelas".
"Porque el gobierno dice: no hay nada que hacerle. Los chicos no están vacunados, y por lo tanto no los podemos exponer ni a ellos, ni a los que no se han vacunado, ni tampoco a otras personas que deambulan en el medio".
O sea, lo contrario de la teoría de Rodríguez Larreta. Paulino Rodrígues… como Gardel en el bronce, y puteando para sus adentros a su producción, a Ben Tasgal y a toda su familia. Se veía. Larreta usa la palabra “evidencia” todo el tiempo. Ben Tasgal explicó que en Israel las cosas eran así “porque no se sabe” qué pasa cuando los colegios funcionan. Por ahí lo contratan para que les explique.
Padres de alumnos, personal de maestranza, alumnos: en la lejana pandemia de polio a mí me cuidaron. Cuiden ahora a sus chicos. No lo digo yo, lo dice el estado de Israel. Y si algo bueno ha hecho el estado de Israel es manejar la pandemia. Déjense de creer embustes. Nada más.