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Tres Arroyos, JUEVES 28.03.2024
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El bien sin mirar a quién

Por Valentina Pereyra 

Fotos: Marianela Hut 
«En la radio no hablaban de
mí…” 
Creíste que todas son
malas noticias, creíste que lo único
que hay para leer es que “Argentina
pasó los 40 mil contagios” o sobre
el “Pico de contagios
y de internados en terapia intensiva” o que hubo “Cuatro
policías heridos durante
una detención por venta de
estupefacientes”. Creíste que no
había buenas noticias. 
De pronto alguien te cuenta una
historia, te dice que en Villa Italia
hay un matrimonio que ayuda a los
chicos del barrio, los lleva a la escuela,
les compra lo que necesitan, los
apoya, los escucha, los ve. 
Te vas para allá porque querés
saber de qué se trata. 
Arrancás por la Ruta 228 en dirección
a la Ruta 3 y doblás hacia la derecha
en la calle Domingo Vázquez,
al llegar al 1400, a la izquierda, está
la despensa “Mi Vieja”. 
Hay dos referencias que podés
tener en cuenta para encontrar el
lugar: Un potrero muy bien mantenido
en la vereda de enfrente, una
canchita de barrio con arcos, redes
y todo. Otra pista, la despensa está
pintada con los colores de Boca. El
azul y amarillo que alterna las letras
del nombre del negocio es la muestra
inequívoca de que Boca corre por sus
venas, al igual que el Club Argentino
Juniors. 
Te gusta disfrutar la lectura de las
historias de domingo, no por bien
escritas, sino por buenas. 
Querés saber qué pasa cuando
todo pasa. Tenés la certeza de que
todavía hay gente buena, mucha,
que la generosidad no pasó de moda
y que a pesar de la malaria hay esperanzas. 
Los empezás a conocer a través
de sus palabras. Te dicen que las dos
rutas nacionales que dividen Tres
Arroyos marcan la diferencia. Están
los que viven de “este lado” y los que
viven “del otro”, “los de adentro y
los de afuera”. Ni arriba, ni abajo,
eso no. 
Delia Tolosa y Fabián Ibarlucía
nacieron del lado de afuera de la
ciudad, saben de las necesidades y
conocen en primera persona lo que
hace falta para sobrevivir y para
ayudar. “El que no la vivió de chico
ni se da cuenta, los que están de la
ruta para el otro lado les cuesta ver
la necesidad de todo que tiene un
chico, también de educación”, dice
Fabián. 

Hay equipo Delia y Fabián se casaron hace cinco años, ella tenía 40 cuando se decidió. “Estaba pensando que si no me había dejado antes ya no me iba a dejar”. Están juntos desde 1989 y no sólo comparten la vida, también el trabajo y el deseo de ayudar al

Llegás a la despensa, la puerta
está abierta. La clientela guarda los
protocolos de seguridad para evitar
los contagios por Covid mientras
compra lo que necesita para preparar
el almuerzo. Mirás el reloj y te das
cuenta que faltan treinta minutos
para el mediodía. Desvías la atención
hacia cuatro chiquitos que corren por
la vereda y cruzan la calle hasta la
canchita. “¡Cuidado, vienen autos!”
dice Delia. 
Un nene de unos diez años carga
la mercadería recién comprada en
una bolsa transparente que lleva
abrazada contra su pecho, ves que
tiene entre los dedos un papelito con
la lista. Los conductores de camiones,
autos, proveedores que pasan
por la despensa levantan sus manos
para saludar a Delia y a Fabián que
cuentan su historia parados frente a
su negocio. 
Delia no te esconde nada, dice que
cuando era niña conseguía comida
para llevar a su casa pidiendo casa
por casa. Fabián ayudó a parar la
olla de su familia con la colaboración
de los comercios de su barrio. Delia
cuidó a sus hermanos menores y se
ocupó de llenar sus pancitas. Tiene
catorce hermanos, igual que Fabián,
crecieron sin luz, sin agua potable,
con muy poco para poner arriba de
la mesa. 
Delia y Fabián formaron una familia,
los unió la misma experiencia, los
mismos dolores, ausencias, necesidades,
los mismos deseos de superación
y la búsqueda de sus derechos. 
Juntar voluntades 
Creíste que no había buenas noticias.
Creíste que no ibas a leer lo que
te cuentan desde Villa Italia.
“Hoy dijo la radio que han hallado
muerto al niño que yo fui…” 
Delia tenía trece años y Fabián
veinte cuando juntaron dolores y
amores. En el ‘89 se fueron a vivir a
un galpón de chapa en la casa de un
tío, después en otro en la casa de la
hermana mayor de Delia hasta que
compraron el terreno de Domingo
Vázquez al 1400. Ahí se armaron
un galpón de chapa, una piecita y
un baño. Cuando nació Leandro, su
hijo mayor, agregaron una cocina
grande. 
Fabián era panadero, después
arrancó como vendedor ambulante
hasta que tuvo un accidente en 2001
que lo alejó de las rutas. Aceptó la
propuesta de su hermano para abrir
una despensa en Tacuarí 1360 que se
llamó “289”. Desde el año 2007 el
matrimonio tiene su propia despensa
en Domingo Vázquez entre Reina
Margarita y Claromecó. “Le puse ‘MI
Vieja’ en honor a mi madre porque
si hubiera estado viva le hubiera
gustado. Ella siempre quiso poner un
negocio en este barrio”, dice Delia. 
El club 
“Pero nada decía la prensa de hoy
de esta pasión…” 
Fabián te dice que llegó a Argentino
Juniors cuando su hijo mayor
jugaba en las inferiores motivado
por un acontecimiento familiar. Se
metió con alma y vida a trabajar por
los chicos y por el club. Un sábado
varias divisiones de las inferiores fueron
a jugar a Copetonas, algunos, los
que pudieron, llevaron plata para la
merienda o algo para comer. Cuando
volvieron le llamó la atención
que su hijo tuviera tanto hambre
porque le había dado plata para
que se compre algo en el kiosco de
la cancha. Lo cierto es que Leandro
había repartido su comida entre los
compañeros que no tenían nada. Al
siguiente sábado la maquinaria para
ayudar estaba en marcha. 
Después de cada partido los jugadores
saben que van a comerse un
sándwich bien contundente gracias
a las donaciones de los proveedores
de la despensa, del hermano de
Fabián, de las rifas, del trabajo de
campo. “Veían entrar la camioneta y
salían re contentos, si no llevábamos
hubiera sido una desilusión”. 
Si pasás por Almafuerte al 1400 vas
a ver llegar chicos, chicas, mamás,
papás, jugadores, jugadoras, entrenadores,
entrenadoras, aficionados.
Vienen de todos los barrios. No sólo
hacen fútbol, charlan, se conocen,
comparten sufrimientos, necesidades
y alegrías. 
De cada anécdota sacás una enseñanza
como la del chico que llegó al
predio del club para entrenar con
sandalias tipo crocs. Se puso a jugar y
no le salían los pases porque se le escapaba
el calzado cada dos por tres.
Salió de la cancha enojado, molesto
y no quiso regresar. Entonces Fabián
y otros colaboradores lo fueron a
buscar a su casa, pero no quería
volver porque no tenía zapatillas,
menos botines. Lo convencieron y
para que la práctica se pudiera llevar
a cabo Fabián se sacó su calzado y se
puso las crocs del chico. 

La canchita, el potrero, el lugar donde los más chicos juegan, se divierten y crecen

Delia estaba en la cancha en su
rol de entrenadora de las divisiones
femeninas y se dio cuenta que al
jugador le sobraban talles de zapatillas
y además, descubrió que eran
las de su esposo. Entonces decidió ir
a un comercio céntrico y compró las
zapatillas para el chico que hoy va a
entrenar y se siente con los mismos
derechos que cualquier otro. 
Ni Delia ni Fabián escatiman
esfuerzos para demostrar que se
puede. “En cualquier barrio si vas
y hablas con los chicos o adolescentes,
si los tranquilizas, podés tener
su atención porque los chicos son
iguales a los que están del otro lado
de la ruta”, dice Fabián. 
El contacto permanente con los
jugadores y jugadoras los ayuda
a saber qué necesita cada familia;
extrañan la presencialidad, pero
siguen comunicados. Hacen un seguimiento
telefónico y se enteran
cómo está cada uno, si comen a la
noche, si tienen leña, ropa, si hacen
los deberes. 
“Muchas veces miramos para otro
lado, para el costado, pero tenemos
que ser como tenemos que ser”, te
dice Fabián y Delia agrega “no me
gusta los que aparecen para buscar
votos, hay que estar en los barrios
siempre”. 
Los dos conocen el significado de
“pedir” como sinónimo de comer,
saben de ayudar porque como te
dicen, recibieron mucho y así devuelven. 
“Trabajamos con otra gente que
tiene canchitas de barrio y organizamos
campeonatos. En un encuentro
con el Club Central jugaron categorías
de siete a nueve años y de
nueve a doce, les hicimos de comer
y les encantó”. 
Cruzás la calle y te parás en el
medio de la cancha, mirás a un lado
y al otro del potrero y preguntás
cómo lograron hacer semejante laburo.
“Con mi vecino limpiamos el
terreno, compré dos arcos y después
la Municipalidad mando la Champion
y agrandó el predio; además
nos entregaron pelotas y algunas
otras cosas que los mismos chicos
pidieron”. 

La dinámica del barrio es la de
todos los días, hay que cocinar y
lo que falta lo podés ir a buscar a
lo de Fabián. Un vecino que pasa
completa la historia. “Ellos auspician
trasmisiones radiales, están
en la Liga Comercial, colaboran en
Argentino Juniors, todo a fuerza
de sacrificio”, dice el transeúnte.
Fabián agrega que para eso hacen
rifas, piden ayuda a proveedores, a
la subcomisión de fútbol de mayores
del Club Argentino Juniors que
también colaboran mucho. 
Atrás del mostrador ven lo mismo
que cuando eran chicos, gente que
entra a pedir. Esa cercanía como
en el fútbol les permite saber si los
chicos están vacunados, si van a la
escuela, si necesitan comida. “Te
enterás cuando vienen a pedir y les
preguntás. Yo ya lo hice, yo ya pedí,
siempre les doy, pero los aconsejo,
los trato de llevar por un buen camino”,
dice Fabián. 
“Los derechos de la infancia/ no
se escriben en la arena/porque se los
lleva el agua/cuando sube la marea”. 

Los que les dieron 
“Hoy amor, igual que ayer, como
siempre/El diario no hablaba de ti/
ni de mí…” 
Escuchás que Delia entrena a nenas
de cinco a doce años “Enseñar
fútbol es muy gratificante, pero mi
sueño era poner un comedor y quisiera
hacerlo sin que haya ningún
político en el medio, quería hacer
algo por mis propios medios, pero
no fue posible, así que seguimos con
lo que podemos. Me frustro cuando
entregan una pelota y se sacan foto
con los chicos porque ellos no están
sólo para la foto, están todo el año,
si pasaran una vez al mes a ver a los
chicos van a saber qué les pasa”, dice. 
En una de esas, llegaron a la despensa
dos hermanitos que viven a
una cuadra de ahí y charla va charla
viene cuentan que no van a la escuela.
“No dudás, te hacés cargo y los
apadrinás. Por eso los llevamos todos
los días con nuestro hijo y nietas a la
Escuela N° 12”. 
Delia dice: “No importa lo que
nos gastemos ayudando porque
trabajando lo volvemos a recuperar,
ayudamos con lo que tenemos, es
lo más lindo eso y la humildad. No
hay que tener vergüenza de pedir
ayuda, eso es lo que les decimos a
las familias de los jugadores en los
mensajes que les mandamos”. 
Te queda claro que si no pedían
no comían, que sobrevivieron, sabés
que no tenían luz, recién la pusieron
cuando varios de la casa ya hacían
changas. “No había ayuda de los
gobiernos, mi viejo trabajó siempre
en el campo y antes era más bravo
para cobrar, en general eran sueldos
bajos y como éramos muchos se hacía
bravo para vivir. Teníamos que llenar
la pancita. Capaz hoy hay más ayuda,
pero la pancita hay que llenarla”,
dice Fabián. 

Con la camiseta del Bicho. Delia es DT de las categorías femeninas de Argentino

El hombre valora la ayuda que
recibió de la despensa “Noel” sobre
la Ruta 3 o de la familia Ajargo de
“Hostería La Huella” o la gente del
“Petit Hotel”, o los Maidana que
tenían una gomería. “Ibamos a pedirles
y siempre teníamos un plato de
comida, mi tío que vivía al lado de
casa también ayudaba, al ser tantos
hermanos era difícil llenar la panza.
Los Ajargo me daban el desayuno, el
pan y lo que sobraba de comida, si no
me veían iban a buscarme, lo mismo
me pasaba con la gente del Petit
Hotel que nos dejaba mirar la tele,
muchas veces lo hacíamos atrás de las
ventanas”. Fabián cuidaba coches, pedía,
hacía trabajitos para los vecinos
que le daban una mano. “Por eso no
me voy a meter nunca en política, no
sirvo, mi corazón está como fui yo”. 
Entendés que la cadena de favores
es infinita y que la decisión de pensar
en el que menos tiene, en el más
necesitado no es de ahora. “No voy
a ser ni más rica ni más pobre porque
me voy a morir y no me voy a llevar
nada. Hay muchos chicos que no tienen
nada, hacemos lo que podemos,
pero hacemos”. 
“Pero nada decía el programa de
hoy de este eclipse de mar/ De este
salto mortal…” 
Creíste que las buenas noticias no
se publican, pero sí.
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Hay equipo 
Delia y Fabián se casaron hace cinco años,
ella tenía 40 cuando se decidió. “Estaba
pensando que si no me había dejado antes
ya no me iba a dejar”. Están juntos desde
1989 y no sólo comparten la vida, también
el trabajo y el deseo de ayudar al que más lo
necesita, especialmente a los niños del barrio
o del Club Argentino Juniors. 
Delia cuenta que perdió dos embarazos y
que tienen tres hijos: Leandro de 27 años, Delia de 25 y Carlitos -que llegó 18 años después-
de 8. “Acá estamos peleándola”, dice. 
“Mi viejo tomaba y era golpeador”, sigue
Delia, “esa situación de violencia que viví antes
no la toleraría jamás ahora, siempre tuve
claro que no había que soportar ningún tipo
de violencia. En esa época no había donde
denunciarlo o cómo defendernos con nuestros
derechos. Teníamos que trabajar para
comer y la escuela quedaba en otro lugar,
en el último lugar”. 
Delia hizo la secundaria de grande “Cuando
era chica tenía que buscar la comida para
mis hermanos más chiquitos, por eso les digo
a las mamás de mis jugadoras que cuando
volvamos a los entrenamientos tienen que
llevarlas con orgullo porque se ocuparon y
sobrellevaron este momento difícil”. 

La familia unida. Delia y Fabián junto a sus hijos Leandro, Delia y Carlitos

“Son piecitos que andan descalzos/ lagrimitas
que no se secaron/ es la leche y el pan
olvidados…” 
Son muy unidos y siempre están juntos.
Leandro tiene su casa y familia, Delia (hija)
también, trabaja en el Hospital y con Carlitos
es un volver a empezar. “Me volqué a
estudiar, a hacer cursos y tecnicaturas para
la atención de adultos mayores y asistente
domiciliario. Nunca fue suficiente para mí,
sé que los mayores necesitan cuidados como
los chicos, pero me di cuenta que había que
enseñarles a los más pequeños para que
puedan ser personas de bien y trabajadores”,
dice Delia que también estudió enfermería
aunque tuvo que dejar a pesar de la insistencia
de su profesora Mabel Elías. “No podía
cuidar a mi hijo recién nacido y al bebe de mi
hija que se llevan 19 días. Las dos cosas no se
podían, así que decidí que estudiara Delia”. 
Para la mujer el estudio no es un imposible,
es un sueño alcanzable, “siempre que quieras
se puede, es sentarte a leer y te quedan los
conocimientos”, dice. Fiel a sus principios
continúo capacitándose como cuidadora
en adolescencia y niñez, como promotora
de salud. 
Juntos a la par, con la camiseta bien puesta,
el partido se juega en la cancha y ellos, de
eso, saben un montón.
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