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Tres Arroyos, MIÉRCOLES 01.05.2024
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Las señoritas Beldarrain

Manuela, Martina y Sofía Beldarrain montaron tres salones de clase en su casa de la calle Sarmiento 582. Varias generaciones de tresarroyenses, alumnos y familiares, se educaron con ellas. La dulce, la severa, los dictados y las tablas, los que iban a reforzar conocimientos, los que no conocían nada. La historia que las pinta
Por Leonardo Hugo Aizpurúa (foto)

La primera maestra que tenemos en la vida es nuestra madre, la que nos trajo a este mundo, la que nos dio de comer, nos bañaba, nos cuidaba. Hasta los cinco años andaba libre en el monte de la chacra cazando pajaritos con la honda, hasta que un día mi madre me dijo que me iba a enseñar a leer y escribir. 

Me puso primero a hacer unos palotes en un cuaderno para que aprendiera a tomar el pulso del lápiz entre las manos, me enseñó precariamente las primeras letras y después los números, pero al otro año, un chacarero vecino de apellido Busachelli -su mujer era de la familia Echarri- vecinos de toda la vida, tenían cuatro hijos y ocupó una maestra particular para darles clase en su casa en el campo. 
Estaba ésta a unas 25 cuadras de la nuestra, entonces mis padres aprovecharon y me mandaron con ellos. Iba todos los días en un caballo petiso.

En la escuela de calle Sarmiento
Cuando venía a la ciudad era a la casa de la abuela materna Dolores Beldarrain viuda de Kuhn, quien tenía varias hermanas solteras que eran maestras y daban clase particular. Ellas supervisaban lo aprendido. 
A fin de año daba examen, así fue de primero al tercer grado, después continué en la Escuela Nº 1. Manuela daba 5º grado, Martina 6º grado, no eran malas, eran estrictas y les agradezco que me sacaran de la ignorancia. 
Cuando pasaron los años y ya éramos grandes una o dos veces al año íbamos a saludarlas, ya estaban jubiladas, tenían un casa tradicional con la puerta de entrada con los vidrios biselados. Te hacían pasar al living, te convidaban con algún caramelo y un guindado en aquellas copitas de licor que se usaban para esas ocasiones. 
Tenían colgados en la pared dos cuadros grandes: uno de Sarmiento y otro de Roosevelt el presidente norteamericano. Eran admiradoras del mundo anglosajón, de los ingleses y los norteamericanos y del sistema democrático que tenían. 
Muchos años después, supe que Martina estaba grave y fui a la clínica, hoy Cooperativa Policlínico. Cuando llego a la habitación estaba en le cama, cuando me vio se le iluminó la cara, feliz de ver a unos de sus alumnos. Le dije: “¿Cómo está tía?” y me contestó: “Serena, tranquila, esperando que me venga a buscar el Señor”. Las tías abuelas eran de religión protestante, iban a misa a la Iglesia que está en avenida Moreno (Unión Evangélica)”.   
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