Manuela, Martina y Sofía Beldarrain montaron tres salones de clase en su casa de la calle Sarmiento 582. Varias generaciones de tresarroyenses, alumnos y familiares, se educaron con ellas. La dulce, la severa, los dictados y las tablas, los que iban a reforzar conocimientos, los que no conocían nada. La historia que las pinta
Por Ivonne Aizpurúa
Nuestras familias materna y paterna tienen varios elementos de origen en común. Fueron nuestros bisabuelos quienes llegaron en el siglo XIX. Ya casados al llegar al país, eran los primeros seis, todos de Guipúzcoa en el País Vasco y del cantón alemán en Suiza. Llegó al país la bisabuela, viuda con sus tres hijos. Así, tres de nuestros abuelos nacieron en Argentina, el restante en Zürich. Tuvieron ocho hijos una pareja, siete la otra, que se amplió con tres primas criadas en común.
De ese modo, mi hermano y yo tuvimos entonces tías y tíos entre carnales y políticos, para elegir. Hubo sin embargo, alguna característica diferente en la composición familiar, por el lado de papá solo conocimos aquí a los de su generación, en cambio, por parte de mamá, estaba aquí además de la abuela materna Dolores, argentina como dije y la mayor, su madre la bisabuela doña Graciana Sarasti de Beldarrain una vasca de imponente físico, el resto de sus seis hijas argentinas todas, su hermano y, a su vez, su yerno Diego Sarasti, y Claudio Pluis, su otro yerno.
Dos de aquellas tías abuelas que conocimos y frecuentamos de chicos eran casadas, Graciana con el tío Diego y Ángela con el tío Claudio. Recuerdo a ambas, hermosas, dulces y amistosas. Completaban el grupo Juana, Martina, Manuela y Sofía, todas solteras, que vivían con su madre en la casa de calle Sarmiento 582.
En esa casa las tías Martina, Manuela y Sofía, maestras de grado, continuaban su tarea de la escuela oficial en forma privada. Organizaron como aula el garaje de la casa, allí no faltaba nada de lo necesario para la tarea docente, empezando por sus símbolos, tiza y pizarrón. Mamá y sus hermanos, es decir su sobrino, englobaban al grupo, incluida la abuela, llamándolas “las tías”. Para nuestra abuela Dolores en cambio, eran “las muchachas”.
La escuela en el campo
Todos nuestros primos hicieron la primaria yendo a la escuela de su barrio. Nuestro inicio escolar fue diferente, crecimos en el campo, allí vivíamos. No quisieron nuestros padres separarnos tan chicos del núcleo familiar ni tampoco venirse con nosotros a la ciudad.
Por ello, mamá, asistida por los cuadernos de sus tías maestras y la supervisión personal quincenal de las mismas, me preparó para poder dar examen en la Escuela Nº1 los tres primeros grados.
Luego, ya con 9 años se desprendieron mis padres de mí y, al año siguiente, empecé a cursar el cuarto grado también en la Escuela Nº1.
Viví los períodos escolares en casa de la abuela Dolores con ella y el tío Tito hasta completar la primaria, en vacaciones volvía contenta al campo.
Al iniciar yo el cuarto grado, mi hermano siguió viviendo en el campo con papá y mamá. Le tocó entonces hacer similar experiencia de inicio escolar. Coincidimos ambos en nuestro recuerdo de las tías, es con todo cariño.
Las Beldarrain
Las tías, qué duda cabe, eran un poco distintas al resto de la bullanguera familia, más formales, sin duda imbuidas de la importancia de su rol de docentes.
Jamás tuvimos problema con ellas, pero problema no pudo tener ningún chico que fuera su alumno, si era uno como éramos la mayoría, buenos chicos con muy buenas maestras también en la escuela pública, estrictas y serias todas ellas y nosotros, por otra parte, con el mandato que portábamos de nuestros padres, de absoluto respeto por nuestra maestra, la escuela y la misión de ambas para nuestras vidas futuras.
Claro que las maestras particulares, todas ellas, cargaron con el mote de “bravas” cuando en realidad los “bravos” eran muchos de los alumnos; ¿Me equivoco?
Familias parecidas con ciertas particularidades. Esas particularidades combinadas con las restantes familias inmigrantes dieron la enorme diversidad que nos enriquece como pueblo. Tal vez aún, a esa enriquecedora diversidad, no la hemos sabido apreciar lo suficiente.
Quiero en especial iniciar el cierre de mi recuerdo con la mención de los Suárez, ya que frente a la casa de las tías funcionó, durante toda o gran parte de su existencia, la Escuela de los Maestros Suárez y, si de maestros se hablaba, mi padre los recordaba siempre como a sus muy queridos maestros.
También recuerdo a los míos, Elena mi madre, las tías Beldarrain, las señoritas de Damborenea e Irigoyen de 4º y 5º grado y a Alicia Alonso en 6º, todas ellas de esa imborrable etapa de nuestras vidas, infancia y escuela primaria.
Por último, ya en el presente, mis felicitaciones por su tarea a quienes iniciaron y continúan dándole vida a la tarea docente en el Colegio Holandés y agradecer a la hermosa nota de la señora Alicia Hoffmann quien al recordar su inicio escolar trajo al presente a “las tías”, mis tías abuelas, maestras ellas.
Coincido además, totalmente con la señora Alicia en el recuerdo del señor Slebos, a quien no solo conocí sino que tuve el gusto de ser alumna suya ya adolecente, en alguna de sus clases particulares. Sereno, sonriente, infundía confianza, todo un maestro y eso, es mucho decir.