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Tres Arroyos, MARTES 19.03.2024
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Cívicamente

En las circunstancias extremas en las que vive el país, económicas, sociales y epidemiológicas, poco agregan los coros de loas y rechazos, que se escuchan a un lado y otro de la tribuna. El barullo, en no pocas oportunidades acompañado de griterío, poco aporta a la hora de abordar los problemas del momento.

La crítica, el señalamiento de errores (evidentes unos, inexactos otros, exagerados en alguna porción otro tanto) y la observación de los desaciertos cometidos por el gobierno actual, son necesarios. Imprescindibles. Pero deberían tener un sustrato constructivo, sostenido por algo a todas luces evidente: un país con un 42% de pobreza y un 10,5% de indigencia, no puede permitirse, la pésima discusión política actual.
La denominada segunda ola de la pandemia exige de la sociedad civil un compromiso decidido en el cumplimiento de los protocolos y formas necesarias para evitar un oleaje interminable y sucesivo. De ella depende, en gran parte, que la situación no se agrave. Los gobiernos, esto ocurre en todo el mundo y se puede chequear siguiendo medios extranjeros del más variado enfoque, deciden políticas, pero la sociedad es clave para que sus resultados sean óptimos. 
Usar tapabocas, higienizarse regularmente las manos, cumplir los protocolos de acceso a lugares públicos o mantener distanciamiento social, no dependen de ninguna ley, sostenida por el poder de policía del Estado. Siempre fue, pero a estas alturas lo es más, un acto de cooperación comunitaria y de cuidado individual sin precedentes. Es cierto: los gobiernos toman malas decisiones que nos pueden perjudicar mucho. También es cierto que lo que nos corresponde a nosotros es de resolución sencilla: son cuatro cosas que no requieren ninguna coacción externa. Y representan la mejor defensa contra desacertadas medidas gubernamentales y para el sostenimiento de una vida social más cuidada y libre, en un contexto singular, trágico e inédito. Conforman la clave que nos ayudará a abrir la puerta para lograr una salida más rápida de esta crisis extraordinaria.
“…Un particular concibe la idea de una empresa cualquiera; aunque esta empresa tenga una relación directa con el bienestar de la sociedad, no se le ocurre la idea de dirigirse a la autoridad pública para obtener su concurso. Él da a conocer su plan, se ofrece a ejecutarlo, convoca a las fuerzas individuales en ayuda de la suya y lucha cuerpo a cuerpo contra todos los obstáculos. A menudo, sin duda, tiene bastante menos éxito que si el Estado ocupara su lugar, pero a la larga el resultado general de todas las empresas individuales supera en mucho lo que podría hacer el gobierno…”. 
Escribía Alexis de Tocqueville (1805-1859) en su fenomenal libro “La Democracia en América” (dos volúmenes 1835; 1840). Y por empresa no entendía solo la dimensión económica del concepto, sino todas las acciones e iniciativas, posibles y variadas, surgidas desde los miembros de una sociedad civil, a las cuales les sumaba el rol de las asociaciones intermedias. Para el pensador francés, el rol del individuo es fundamental para el funcionamiento de cada una de las facetas de la vida social. Sin descartar sus acciones en común con otros y el rol de los gobiernos. Pero en ese orden. La clave está siempre en lo que resuelve cada uno y cada una. 
Afirmar la libertad individual supone hacer aquello que mejora la vida común, porque cuando traspasamos el portal de nuestras casas, nos sumergimos en el lugar de todos. En ese espacio limitamos la afirmación de nuestros deseos personales para contribuir a la construcción de la libertad común, que hace posible, vale recordarlo, la individual. Ni una ni otra son absolutas, pero requieren armonizarse, sobre todo en circunstancias fuera de lo habitual. 
Eso conforma parte de la vida social. En especial, en las democracias. Nuestra libertad no consiste solo en afirmar nuestra individualidad e intereses. Es defender, también, la realidad de que nuestros deseos e intereses, solo son posibles en una vida con y junto a otros u otras. 
No cumplimos los protocolos porque estamos a favor de tal o cual gobierno. Eso es precario y en muchos casos, malintencionado. Lo hacemos porque cuidamos nuestros derechos individuales y somos responsables del presente y futuro cercano de las comunidades en las cuales vivimos. De eso se trata actuar cívicamente. 
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