«No se recuerdan los días,
se recuerdan los instantes.»
Césare Pavese
Hizo a la mar
su luz
la barcarola,
y estremeció mis huesos
el goce de la tierra,
encrespando la sangre
como un gran maremoto
de fuego y cascabeles.
Desde entonces
llamaron tus manos
en mi puerta,
como una exaltación,
un exorcismo,
una bandada de dudas
migratorias,
un oscilar
del amor al invierno.
Fueron de estío
mis horas más calladas,
mis públicos olvidos,
y Afrodita era apenas
una estatua en el parque,
cuando a mí no acudían
tu cuerpo y tu destino.
Queda claro,
vivir es simplemente
una razón
y un laberinto,
cárcel de minotauros,
arena calcinante
precipitando pasos,
oasis transparente
al filo del abismo.
El color es un modo
de transponer la noche,
y la piel un supremo
bálsamo del delirio,
una impronta de estelas,
un clamor metafísico.
Las malas horas traman
petrificar la pen.
Y mi júbilo duerme
inmutable en la arena.
Sergio Manganelli