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El Negro Néstor Villafañe es uno de los artistas
plásticos que ha permanecido en el recuerdo de
la ciudad pero también en el de sus obras.
El pasado 12 de octubre se cumplió un nuevo aniversario
de su desaparición -el veinticuatro- a los 61 años
de edad.
Dibujante de excelente calidad, también supo ser muy
buen muralista y gran pintor como lo recuerdan algunos
de sus colegas de los denominados de la “vieja guardia”.
Pero quien más lo conoció y en profundidad es Inge
Andersen, la mujer con la que compartió muchos años
de su vida. Ella recibió a La Voz del Pueblo en la casa de
la calle Roca al 1100 -en pleno Barrio Villa del Parquedonde
hoy transcurre su vida junto al hijo de ambos,
Maximiliano.
Y aquí es cuando Inge aclara que “antes de esto yo
quiero hacer un gran agradecimiento al diario. Por
haberse acordado de homenajear a un gran artista en
Tres Arroyos como Néstor Villafañe”.
Grandes recuerdos
Delante nuestro pasan montones de fotos y varios de
los recuerdos que tiñeron la vida de ambos, charla de
por medio. Obras en oficinas, en Orión cuando era de
Vago, en King Publicidad; los bajorrelieves hechos en
el subsuelo del El Quijote; “estos son una belleza, color
lacre. Son seis escenas del Quijote y el caballo que estaba
en ese lugar fue idea original de él. Hasta fue padrino
de la Banda Coreográfica, también tengo fotos de montones
de exposiciones y de cuando se formó la APTA -la
Asociación de Plásticos de Tres Arroyos-”.
Surge la intriga de cómo se conocieron porque en
todas estas cosas de eso no habíamos hablado. “nos presentó
Mirta Luján Rey. En una exposición en la Biblioteca
Cacuri, que yo había ido me dijo ‘te voy a presentar a
un pintor’ y ahí estuvimos hablando un rato” cuenta.
Cuando le preguntamos cuantos años pasaron juntos
señala, “veintiséis años. No fueron buenos sino muy
buenos”.
Compañero maravilloso
La vinculación entre Néstor e Inge no sólo se dio por
el arte, la música y la política sino que además “era un
compañero maravilloso”.
Quedan para el final algunos pensamientos de Inge
sobre lo que le dejó la vida junto a Néstor Villafañe. Recuerda
que “las manos del Negro eran de oro, la verdad
que sí. Ahora mi vida es otra cosa, todo se termina. Yo
estoy agradecida a la vida porque me dio muchas cosas
buenas. El presente se vive recordando y extrañando. Su
última noche en el Hospital Pirovano en un momento
de lucidez me dijo ‘sabés Federenka -porque yo tenía
varios nombres como ese, Pitonisa, Rusita-, me quiero
acostar con vos’. Yo me acerqué, lo abracé fuerte y me
dijo ‘ahora sí estoy bien’ y se me fue…”.