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De vacunas y memorias

Silvia era mi profesora de historia, hace un poco más de 10 años, cuando yo era alumno de Naturales en la EATA. Un año nos encargó leer un libro de esos aburridos que te dan en la escuela, “Memoria Verde”, de A. E. Brailovsky, un libro gordo de letra chiquita sobre la historia ecológica de la Argentina. Lo sufrimos me acuerdo, pero por alguna razón, ese libro nunca salió de mi biblioteca personal y lo he releído más de una vez. Hoy lo vuelvo a
agarrar. En el segundo capítulo leo, que en 1778 se crea el Protomedicato, una especie de Ministerio de Salud para la época. El Protomedicato se pone a prueba en la epidemia del año 1802, y toma una serie de medidas para frenar el avance de la viruela. Entre otras cosas, había que limpiar las calles y aislar a los enfermos. Un poco más adelante cuenta el autor cómo las medidas que se tomaban con cada epidemia se dejaban de respetar con el paso del tiempo, hasta que se producía una nueva, y en cada ocasión, en lugar de trabajar sobre lo aprendido, se actuaba como si fuera la primera vez.

La vacuna contra la viruela ya existía desde 1798, pero en nuestro país no fue aprobada (por el entonces Virrey Sobremonte) hasta 7 años después, en 1805. Cuando la corona española se sentía cómoda con la eficiencia y seguridad de la nueva tecnología. Aún así, la población general no se protegió contra la epidemia que causaba miles de muertes todos los años, por temor a la vacuna. En 1810, Saavedra, preocupado por la baja tasa de vacunación toma cartas en el asunto y en una conferencia dispone la obligatoriedad de la vacuna. Era una medida acertada, adelantada a su época, pero la gente no lo hacía, le tenían miedo a la vacuna. Les parecía que era una práctica “misteriosa”, casi mágica, porque el “bicho” (virus variola) no se veía, y la vacuna cayó en una cuestión de fe, más que médico-científica. 
La vacuna contra la viruela se fue haciendo lugar en la vida de la gente y la viruela de a poco fue desapareciendo, hasta que en 1977, en Somalia, casi 100 años después del descubrimiento de la vacuna, se dio el último caso de viruela de la humanidad y desde
entonces el virus de la viruela ha sido erradicado completamente de la faz de la tierra. Aún hay cientos y miles de virus que nos afectan hoy en día, pero como desde hace 200 años, nuestra mejor arma para combatirlos son las vacunas. 
Por suerte ya no estamos en 1800 y no tenemos que “creer” en el “bicho”, lo podemos ver, lo podemos entender, estudiar y podemos desarrollar vacunas eficientes y seguras contra él. 
Pero, ¿qué son las vacunas? y ¿cómo están hechas? 
Las vacunas son una manera de preparar a nuestro propio sistema inmune para un patógeno desconocido. Es como el cartel de “se busca criminal peligroso” en las películas de Cowboys. Si el bandido aparece en el pueblo, el Sheriff ya sabe que lo tiene que arrestar, antes que robe el banco. 
Las vacunas contienen un antígeno como ingrediente principal. Un antígeno es el virus inactivado, debilitado o una porción del virus. Al presentarle este antígeno al sistema inmune, éste empieza a crear los anticuerpos para combatirlo, pero sin enfermarse en el proceso. Entonces, cuando el verdadero patógeno se presente, el sistema inmune ya está preparado para enfrentar el virus con más fuerza. Como un simulacro de incendio. 
Pero, ¿qué más tiene una vacuna? Hacer una vacuna puede parecerse a hacer pan, hay una receta, y cada ingrediente tiene su función. 

Para administrar el antígeno, se necesita por ejemplo diluirlo, esto se hace con agua estéril, es decir, libre de otros patógenos. Se necesita además asegurarse que la vacuna no se va a estropear en el camino desde su fabricación en, por ejemplo, Inglaterra hasta la farmacia, en Tres Arroyos. Para eso se usan conservantes ya establecidos como seguros e inocuos para uso humano, generalmente fenoxietanol, que es el conservante que se usa en
productos de cosmética como cremas, protectores solares y shampoo. 
Se necesitan usar también estabilizantes, cuya función es impedir reacciones químicas indeseadas y evitar que la vacuna se pegue al vial, asegurando la calidad y dosis del medicamento. Estos estabilizantes pueden ser azúcares cómo lactosa (la de la leche) o sacarosa (la que le ponemos al café), pueden ser aminoácidos como glicina (presente un muchas comidas), o proteínas como la albúmina humana recombinante, (la albúmina es el principal componente de la clara del huevo por ejemplo).
Se necesita también usar tensioactivos, que son sustancias que permiten mantener a todos los componentes de la vacuna mezclados, de la misma manera que el huevo ayuda a mantener mezclados el aceite y el agua en la mayonesa, o el helado. También se suelen agregar a las formulaciones, adyuvantes, es decir, sustancias que ayudan al sistema inmune a responder contra el antígeno, por ejemplo, haciendo que la inyección se mantenga en el lugar un rato más. Estos adyuvantes suelen ser minúsculas cantidades de sales como el fosfato de aluminio, que se usa en la fabricación de pan, o como el hidróxido de aluminio, principal componente del antiácido que nos tomamos después del asado del
domingo.
Por último, puede haber en las vacunas lo que se llaman residuos, por no ser ingredientes activos de la formulación. Estos pueden ser proteínas de huevo, de levadura o algunos rastros de antibióticos. Estas sustancias están presentes en cantidades ínfimas, al punto
que son medidas en partes por millón o incluso partes por cada mil millones. 
Una vez desarrollada una vacuna, esta pasa por un estricto y altamente regulado proceso de evaluación, para asegurar no sólo su eficacia sino su seguridad. Una vacuna experimental se prueba primero en el laboratorio in vitro, es decir en vidrio (cajas de petri o tubos de ensayo), luego si esa fase es satisfactoria, se prueba en animales, muchos. Al quedar demostrada la eficiencia y seguridad de la vacuna en animales se puede empezar a probar en humanos, en lo que se llaman las pruebas clínicas, que consisten en 4 fases.
En la fase 1, se administra la vacuna a entre 20 y 100 voluntarios adultos jóvenes sanos. En esta fase se demuestra la seguridad de la vacuna y se determina la dosis óptima. 
En la fase 2, se administra la vacuna a entre 100 y 300 voluntarios para verificar si la vacuna genera la respuesta inmune deseada y se lleva a cabo la administración de vacunas placebo (inyecciones que no tienen la vacuna), para poder comparar. 
En la fase 3, se administra la droga a entre 300 y 3000 voluntarios. Esta fase suele llevarse a cabo en distintos países y regiones en simultáneo para asegurar que los efectos de la vacuna aplican por igual a distintas poblaciones y grupos. Una vez aprobada esta fase se aprueba la vacuna para uso general y venta al público. 
En la fase 4, la vacuna ya está en uso masivo y se lleva un control de los efectos a largo plazo de la vacuna mediante sistema preestablecidos. 
¿Qué diferencia hay entre las vacunas más prometedoras? 
“La vacuna de Oxford”, desarrollada por la Universidad de Oxford (Inglaterra) y AstraZeneca (Suiza), técnicamente llamada ChAdOx1 nCoV-19 usa una porción de ADN con información del virus SARS-CoV-2 (covid) metido en otro virus, llamada Adenovirus (el que causa el resfrío), pero modificado para que no cause ningún síntoma. Lo que sucede es que cuando esta vacuna entra al cuerpo, empieza a generar las espículas virales (esas “antenitas que tiene el SARS-CoV-2”. Entonces, cuando el verdadero virus entre al cuerpo, este lo va a reconocer por sus “antenitas” y sabe que debe atacarlo. Esta vacuna tiene una buena estabilidad y puede durar hasta 6 meses si se mantiene a 2-8 °C (aproximadamente la temperatura de la heladera) 
“La vacuna de Pfizer”, desarrollada por BioNtech (Alemania) y Pfizer (EEUU), llamada correctamente BNT162b2, usa el ARNm (el libro de recetas) del SARS-CoV-2 envuelto en una nanopartícula de lípido (una gota de grasa mil veces más chica que el ancho de un pelo. Esta vacuna también produce las espículas, “antenitas” para que el sistema inmune reconozca el virus real cuando llegue. Como esta vacuna es muy frágil, necesita transportarse en heladeras con hielo seco, para mantener una temperatura de -70°C. 
-“La vacuna de Moderna”, desarrollada por Moderna (EEUU) y el NIH (EEUU) se llama mRNA-1273. Al igual que la de Pfizer, esta vacuna usa ARNm en nano-gotitas de grasa para llevar la receta de las “antenitas” hasta las células del sistema inmunológico. Estas vacunas también deben ser refrigeradas pero basta con -20°C (más o menos como un freezer hogareño). 
“La vacuna Rusa” también llamada Sputnik-V, como el satélite soviético, desarrollada por el instituto Gamaleya (Rusia) y el Ministerio de Salud Ruso, oficialmente llamada Gam-COVID-Vac. Utiliza tecnología similar a la de Oxford. Un adenovirus desactivado que transporta ADN del SARS-CoV-2 para fabricar las espículas. Al igual que su par británica, debe refrigerarse a 2-8°C. 
“La vacuna China”, si bien hay varias, la que llegó a la Argentina es la desarrollada por CanSino Biologics Inc. (China) y un instituto militar Chino, y se llama o Ad5-nCoV o Convidecia. También hace uso de la tecnología de adenovirus para presentar las espículas.  
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¿Y el mensajito que dice
que tienen nanochips? 
Se puede pensar que la información falsa y la desinformación se propagan de la misma manera que los virus. Yo puedo compartir noticias falsas en el grupo de WhatsApp de mis amigos o familia y después ellos las comparten con más amigos y parientes, y antes de que nos demos cuenta, la información es viral y nos enferma a todos. 
Pero así como podemos protegernos contra el COVID-19 lavándonos las manos, manteniendo la distancia social y usando barbijo, podemos frenar la difusión de información falsa y desinformación practicando cierta higiene de la información.
Antes de compartir algo en las redes o charlando en la esquina, preguntate: ¿Por qué estoy compartiendo esto? ¿Cómo sé si es verdad? ¿De dónde vino?. 

Evaluá la fuente de información, la tía Carlota no sabe de virología.
No te quedes con el título. Leé la noticia, los títulos están hechos para atrapar.
Comprobá las referencias. Un artículo confiable cita fuentes reales y serias.
Quitá los prejuicios. Los hechos y datos científicos no tienen bandera ni color. 
Consultá a los expertos. Llamá a tu médico, farmacéutico, bioquímico o virólogo amigo. 
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 Acerca
del autor 
Cristofer Rybner es oriundo de Micaela Cascallares, Licenciado en Biotecnología y Biología Molecular con especialidad en biotecnología farmacéutica, egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Su tesina de grado consistió en la formulación y evaluación de un tratamiento con nanopartículas de plata y levofloxacina contra Pseudomonas aeruginosa. 
Actualmente dedicado al desarrollo de Biomateriales para la salud y Nanotecnología para las comunicaciones. 
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