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Estelas maradonianas

Mientras asistimos a la segunda muerte de Diego Maradona, una muerte mucho más ominosa por cierto, el otro Maradona, el del mito eterno, inicia su marcha a la memoria que lo hará inmortal con el paso del tiempo. 

Lo de la segunda muerte tiene que ver con la maquinaria mediática que necesita hurgar en las causas del deceso desde un lugar supuestamente científico para miles de “opineitors” que buscan los cinco minutos de gloria que Andy Warhol decía que todos merecemos. 
Maradona se murió simplemente porque su vida estaba cargada de pulsiones de muerte en la misma medida que las pulsiones de vida. Las dos eran muy intensas, generaban un empate infinito, pero como pasa con los choques entre lo viejo y lo nuevo que tan bien describía Gramsci, la primera se impuso a la segunda. 
Escrutar en su intimidad familiar, en la herencia controvertida o en el delirio de pensar que se lo dejó morir porque no lo atendían, es desconocer o negar la realidad. La realidad es que su cuerpo no daba más, sobre todo su corazón, pero, por sobre todas las cosas, no daba más su alma. 
¿Cuánto hubiese durado Diego, con una “correcta” atención? Y lo de durar no es antojadizo. En la última aparición pública, en la cancha de Gimnasia, todo sonó a despedida. Su round trip por los estadios argentinos durante el 2019, donde le colocaban sillas especiales para observar los partidos, mientras él saludaba emocionado a las hinchadas rivales que lo homenajeaban, parecían retratar aquel viejo apotegma de Perón en 1974: “llevo en mis oídos la más maravillosa música”. 
 Maradona y la política 
Una de las características singulares de “Pelusa” era su condición de personaje poliédrico, por lo cual, la posibilidad de abordarlo desde distintas caras es perfectamente posible. Y sobre todo desde la cara política del fenómeno, porque no nos engañemos, Maradona desde sus definiciones, sus posturas y sus imágenes, irradiaba todo el tiempo inclinaciones ideológicas. 
 Toda la secuencia de su velatorio no hizo más que confirmar su pertenencia. Maradona era peronista hasta la médula. Los rostros humildes que fueron a despedirlo, la estética dominante y, por sobre todas las cosas, ese desorden bello y caótico que acompaña al peronismo en mucha de sus manifestaciones.
 En 75 años de historia, el movimiento creado por un general del ejército, tuvo en sus representaciones momentos de tensión increíbles. El 1º de Mayo del 74, Perón echó a los Montoneros de la plaza. Tiempo después se sucedieron las peleas de la década del ’80 por la conducción entre la renovación y la ortodoxia, donde en un famoso acto en Tucumán voló de todo. Y tenemos todavía muy fresca la reyerta entre facciones sindicales cuando trasladaron a Perón a la Quinta de San Vicente. Es esta una recopilación grosera e incompleta, pero concatena con los sucesos de la Casa Rosada del jueves de la semana pasada. El cajón de Maradona, Cristina que va a despedir a uno de los suyos, tal vez a quien mejor la sintetizó, la muchachada en la calle que se vuelve loca cuando le anuncian que no hay tutía y que el cuerpo de Diego partirá a las 19 horas, ante la intransigencia familiar para extender el adiós y los hinchas en el Patio de las Palmeras, revoleando camisetas. Esto último, que a ojos de buena parte de la sinfonía mediático opositora fue presentado como el enfrentamiento entre la barbarie y la civilización, no es más que la ratificación que las manifestaciones populares seguirán bajo dominio peronista y que al arco opositor, ni está, ni se lo espera. 
Quedará para según quien, saber si la aproximación a lo “popular” que experimentó el PRO en 2015, cuando iba a las barriadas populares, fue pura mise en scêne o convicción profunda de que para ganar, como ocurrió aquel año, había que comer en caladero peronista. Lo cierto es que después de 80 años una fuerza social conservadora llegaba competitiva a la carrera electoral de ese momento y una de las claves era que la disputa por la construcción de sentido, se libraba con éxito en el folclore justicialista. ¿O acaso Macri no cerró uno de sus últimos actos de campaña de aquel 2015 abrazado a Duhalde y a Moyano ante una estatua de Perón? 
 Y entonces la pregunta suena ineludible, ¿Cómo Rodríguez Larreta, evidente cabeza de lista de la oposición, no estuvo en el velorio de Maradona? ¿Cómo regalar ese espacio exclusivamente al peronismo? En un tiempo signado por lo líquido a mayor gloria de Zygmunt Bauman, por la sobre determinación de la imagen por encima de la palabra y el texto, esa ausencia sonó inmensa. 
¿Qué lugar ocupó Cambiemos en el escenario dramático de la despedida del ídolo popular más significativo de la Argentina? ¿Sólo la posibilidad de ratificarse como el partido del orden? ¿Sólo el papel de la represión? Demasiado poco para disputar la captura de las mayorías.
 Sobre llovido, mojado. Los Pumas no homenajearon a Maradona y saltaron una catarata de tuits de integrantes del equipo de rugby, de corte racistas y discriminadores. Otra vez la dicotomía entre la élite y la periferia y una vez más ¿Dónde se ubica la oposición que disputa el recambio en democracia frente a todo esto? No me refiero a la izquierda paleolítica que siempre será maximalista en sus posturas. Un servidor se pregunta por la construcción política que ganó en el 2015 en Quilmes o Lanús o San Miguel o Tres de Febrero. 

 Mientras tanto Alberto Fernández firmó un nuevo reparto de coparticipaciones con 20 gobernadores, con el apoyo legislativo del peronismo centrista cordobés. En una nueva muestra de unidad justicialista, más allá de las controversias, en Rio Cuarto, schiarettistas y camporistas fueron juntos para conservar la alcaldía y lo consiguieron. 

Esta semana se conocieron los nuevos datos de la pobreza relevados por la UCA entre julio y octubre de este año. La cifra es demoledora: 44,2 % de la población es pobre en la Argentina, pandemia mediante.
Mientras la oposición no dé una explicación sensata de lo que pasó cuando le tocó gobernar, mientras no abandone su posición victimista, mientras no fije posiciones frente a los grandes temas de debate y mientras no dispute construcción de sentido en los sectores populares, entonces; larga vida al peronismo, que no nos olvidemos, no se pelea, se reproduce.    
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