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Vivir en un lugar deseado

Otro de los nombres de la vieja guardia en Claromecó fue Josué Simonelli, su hija Marta y el marido de esta, Aníbal “Tigre” Iané, contaron parte de sus historias en la localidad. 

Marta llegó a Claromecó en agosto de 1952, “tenía 6 años. Nosotros vivíamos en el campo cerca de La Sortija y era todo un problema el ir al colegio, por esto es que primero vine yo. Mi tía me había enseñado el primer grado, cuando llegué acá hablamos con la directora y empecé primero superior”. 
En ese verano de 1953 su padre Josué y su madre vinieron a Claromecó a visitar una prima y comenzaron a pensar en instalarse definitivamente. Este recuerdo difuso como Marta lo refiere lo ejemplifica con el “cuánto agradezco a mis padres el haberme traído a vivir a este lugar hermoso. Siempre le decía eso a una amiga -Cándida- que ya falleció porque cuando estábamos las dos bien nos pateábamos todo por el pueblo”. 
Cuando la familia Simonelli se instala en Claromecó lo hace alquilando una propiedad en calle 32 entre 15 y 17, “eran don saloncitos, uno usaban cómo vivienda. Teníamos bar y despensa donde los pescadores iban a comprar y cuando podían pagaban; papá les daba fiado, era otra manera de vivir. Y cuatro años después nos trasladamos al de calle 15 y 28 porque papá construyó; primero tuvimos como en el otro lugar bar y despensa y después en un lugar puso frutas y verduras y en el otro despensa”. 
El gusto por el mar 
Hay cosas que han quedado en la memoria de Marta como que “cuando teníamos el negocio en calle 32 nos íbamos a la playa con papá. A mamá no le gustaba mucho la playa pero a él sí, nos llevábamos unos sándwiches para comer cuando cerraba el negocio. Le encantaba el mar, bañarse, estar en la arena, lo disfrutaba. No sé si era por llevarme a mí pero a él le gustaba porque de grande lo seguía haciendo, irse a la costanera y quedarse en la arena”. 
Trazando un paralelismo entre el ayer y hoy Marta confiesa que “me gusta todo. Si las chicas me vienen a buscar y me llevan a la Costanera soy feliz, ver todo eso lo lindo que está. A mí me encanta, para criticar no tengo nada. Si bien antes era más tranquilo el cambio tenía que venir, la contraposición entre el invierno y el verano es grande. Aunque antes llegaba marzo y quedaba un silencio, un desierto, ahora todo el año tenemos turismo y mucha más gente permanente”. 
En tanto Aníbal recuerda “si habré ido al almacén de tu viejo Norberto a comprar o Enrique que te decía ‘qué vas a llevar’. Me acuerdo de mi papá que a la pasada cuando veníamos en el carro, a la tardecita, los domingos se paraba, pedía una cerveza negra, un pedazo de queso roquefort y la tomaba. Eran otros tiempos ni mejores ni peores pero se vivía diferente” señala.  
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