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Es más que el dólar

Uno de los dilemas típicos de la economía argentina, entre otros graves o equivalentes a él, de estos últimos cincuenta años, está presente de nuevo, en estos días, con sus reflejos intactos, sus maneras clásicas y sus reacciones previsibles. El economista Pablo Gerchunoff lo graficó, en un texto académico que salió de su ámbito hace unos años, para llegar a un sector reducido de los medios especializados, de manera muy sencilla y elocuente. Pero, creemos, sin evaluar las implicancias de largo alcance de su contenido y argumentos. 

Gerchunoff explica que “…existe un conflicto distributivo estructural cuando el tipo de cambio real de equilibrio macroeconómico es significativamente mayor al de equilibrio social…” (La economía argentina y su conflicto distributivo estructural (1930-2015) Pablo Gerchunoff y Martín Rapetti, 2016). En otras palabras, cuando el valor de la divisa extranjera (el dólar) es lo suficiente alto para hacer competitivo los productos exportables del país, pero, al mismo tiempo, su precio, aleja a los sectores medios y medios bajos, y a toda la sociedad en general, de sus aspiraciones de consumo y de progreso social, al disminuir sus ingresos en términos reales y reducir, de este modo, su participación en la distribución del ingreso. Es decir, hablamos de la eterna disputa entre un dólar caro versus un dólar barato. 
Este conflicto se manifiesta de manera mediática, en un debate sobre el precio de la divisa norteamericana, en especial orientado y centrado, a presiones hacia la devaluación o para la evitación de la misma. Pero no es solo eso. Detrás de lo que se ve, se encuentra algo más importante y clave, eje de cualquier política económica: ¿cómo un país distribuye la riqueza que genera? Esto implica muchas cosas. Desde una política impositiva hasta una sobre salarios, productiva, exportadora, social, educativa y cultural. Suponer que hacer crecer un país comprende solo cuestiones vinculadas a la economía estricta, es desconocer el proceso de desarrollo de los países más exitosos. Todo se ensambla y tracciona en forma conjunta. Aunque nos desvele por razones culturales o por ser un instrumento para conservar valor en una Argentina que navega en aguas peligrosas, el dólar es una variable importante, pero una más. 

Detrás de lo que se ve, se encuentra algo más importante y clave, eje de cualquier política económica: ¿cómo un país distribuye la riqueza que genera?

La macroeconomía, porque hablamos de ella en especial, se ocupa de medir variables globales de un país: crecimiento del PBI, inflación, desempleo y déficit, entre las más relevantes. El dólar incide en ellas, pero no las define en soledad. La economía moderna es lo suficientemente compleja como para reducirla y esquematizarla del modo en que lo hacen los medios de comunicación y a la manera en que se la presenta en el debate público en general. 
Es por ello importante no frivolizar una discusión crucial, de poder concreto y cierto, menos en un contexto de pobreza creciente, caída record de la economía y en el seno de un panorama internacional incierto. La distribución del ingreso moldea en muchos aspectos la forma en que uno imagina una sociedad. Las sociedades estables, democráticas y con un desarrollo sostenido, procuran que la distancia entre los que más ingresos perciben y los que menos lo hacen, sea una brecha razonable, que no se convierta en una desigualdad creciente y en el peor de los casos, estructural. Además, decirlo parece una verdad de Perogrullo, de intentar reducirla. 
El estudio de Gerchunoff ilustra esta cuestión y la contextualiza en el marco del desarrollo del país. Ver como primera noticia en los portales informativos la cotización de billete verde, evidencia muchos de los males de la economía argentina, que están más allá de ese valor por sí mismo. Sobre todo, la discusión necesaria y siempre postergada, sobre qué tipo de sociedad finalmente queremos para vivir y para que crezcan las próximas generaciones. 
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