La niebla se apoderó de Claromecó. La rodeó, la acarició, se coló entre sus tamariscos, costanera, bailó por el arroyo, se regodeó en el mar.
Las calles desiertas fueron testigos, y algún perro curioso que asomó el hocico para constatar el fenómeno.
Digno de un fresco Caspar Friedrich, las imágenes inmóviles destacan la belleza de la villa balnearia que bajo el sol o la niebla siempre luce hermosa.
El paisaje soñado, una mañana fresca y cubierta