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Una muerte no garantiza una vida

Por Esteban Ernesto Marranghello


“Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”. Esta frase clásica tiene una significación que proyecta aplicándola a la política, que es peligroso insistir en sucesivos errores de estrategia para mantener el poder.
El poder, caprichoso pero necesario a la vez, es poco paciente y mucho menos fiel a quienes lo ejercen con torpeza de mando y carencia de creatividad y experiencia.
Para sostener esa herramienta, sin cuya presencia la política es una actividad sin resultados gravitantes que se impongan para real satisfacción del poder, que si no gana, se aleja buscando otros dueños que lo satisfagan en lo único que acepta: el triunfo.
El poder no respeta a los perdedores, porque nadie que pierde puede ser su dueño. 
Esto le está sucediendo al gobierno nacional en su gestión, en importante medida, hasta el presente, por fracasos de resultados prometidos y esperados por la sociedad argentina, más víctima de una realidad negativa, no esperada y menos deseada, que un presente y futuro con solución a sus necesidades y problemas. 
Decisión política errónea, por la oportunidad no por el tema, que involucra al señor presidente de manera directa cuando lo ubica en el centro de la escena, proponiendo un debate, que se le escapó de la mano al oficialismo, la despenalización del aborto. 
La intensidad de la división en la sociedad con los pro y los contra, provocó debates, que en general, tuvieron un intercambio con el buen nivel de respeto, salvo los exabruptos de un lado y del otro, que siempre existen, pero no alcanzaron relieve.
Comenzaron las exposiciones aportando los diferentes argumentos donde se entrecruzaron lo ético y lo científico, como debe ser. 
El aborto no es solamente una situación fría de decisión favorable, disfrazándolo como defensa de la salud pública.
Existen códigos y protocolos, médicos y morales, que deben armonizarse con el cumplimiento de las leyes existentes que rigen sobre el comportamiento frente a un embarazo.
A partir de esta situación, cada ser humano tiene el derecho de expresar su opinión, de defender sus convicciones, motorizando o no su presencia en actos públicos o privados.
Al igual las entidades científicas, religiosas, comunitarias y de servicio, pueden intervenir y deben hacerlo, porque son parte indivisible de la sociedad. 
El argumento de que las iglesias no deben participar es una actitud totalmente carente de racionalidad y producto de autoritarismo improcedente.
Lo mismo resultaría fuera de lugar que se pretendiera que no participen los integrantes de la farándula, por su reconocida liviandad de conducta, pública y privada, social y familiar.
Los derechos son comunes a todos para ejercerlos sin invadir o rechazar a nadie, individual o colectivamente. 
En nuestro sistema institucional los proyectos y las leyes tienen sus normas de discusión y su sistema de aceptación o rechazo.
El proyecto sobre el aborto tuvo, como corresponde, dos etapas: Diputados y Senadores.
En Diputados se aprobó con un final de “Bandera Verde” que tuvo intervenciones de “picardía” política, pero que numéricamente legitimó su pase al Senado. 
En este último recinto, lo habíamos pronosticado, las alternativas serían distintas, con respeto por los que opinaban lo contrario, ocurrió el pronóstico.
Los que tenemos algunos años como espectadores atentos en la política, intuíamos convencidos, de que en Diputados fue “una rencilla”, era en el Senado donde se decidiría el resultado final, donde personas y entidades jugaron el “real” poder. 
Para beneplácito de la sociedad, el enfrentamiento se produjo civilizadamente como correspondía. Debates ásperos, posiciones duras y finalmente la decisión política – democrática del cuerpo legislativo, que impuso un resultado a través de los legítimos representantes autorizados para decidir constitucionalmente. 
Alegría y satisfacción con el resultado para algunos, decepción y tristeza para otros. Nada tan nuevo y especial, la propia vida es así, y todos debemos transitarla.
Cotejaron en la sociedad, con idénticas posibilidades, los que mantienen sostener determinados códigos y conductas de vida, que son inamovibles en sus valores. 
Frente a ellos, los otros, que pretenden convocar renovar el statu-quo, proponiendo vivir de otra manera, con muchos menos límites, pero sin encontrar aún con claridad respuestas que mejoren el “viejo sistema” y soluciones a los “nuevos problemas” que se les presentan.
La sociedad está procesando cambios que les proponen las novedades tecnológicas, los nuevos desafíos de un mundo físico e intelectual. Un materialismo impredecible, parece rechazar la filosofía y la vida interior, que es donde se moviliza y nutre la esencia del individuo. 
A veces -no pocas- lo que ves y tocas no es lo fundamental para lograr resultados.
El cerebro -no toca ni ve- pero rige el universo. El desafío es para las nuevas generaciones, ellas decidirán y debemos confiar, que por su propio bien, lo hagan con inteligencia, capacidad y decisión, sin desmerecer los valores del espíritu, para lograr sobrevivir en libertad.
Este proyecto ha dejado importantes secuelas políticas, en todos los sectores.
Asimismo, ha sacudido la inercia de la no participación. En política nada será igual para nadie, pero es prudente esperar.
En cuanto a la participación, bienvenida sea.
La estrategia de quienes propugnaban la despenalización del aborto tuvo errores de apreciación, no valorización real de a qué y a quiénes enfrentaban, mucha soberbia en las exposiciones y demasiada reiteración en un mismo lenguaje, que conformó un libreto único. 
Ante la consistencia de quienes rechazaban el proyecto, los que estaban a favor del proyecto se fueron encerrando en el ataque a las Iglesias, Católica y Evangelista, con un clise más panfletario que filosófico. 
La pregunta clave: “Lo que se pretende es defender el cuerpo matando un ser humano”. 
– La libertad de una mujer, justo reclamo. 
– La vida de un niño, no es menos. 
– Es absolutamente difícil juzgar a alguien. 
Jamás me animaría, ni siquiera pensar, en emitir un juicio personal en estas circunstancias. Cada ser humano es único e irrepetible y tiene el derecho de decidir sobre su vida.
Los senadores se deben a la sociedad que los elige y les exige determinadas definiciones. 
La mayoría claramente decidió que el aborto elimina a un ser humano y que por lo tanto: “una muerte nunca garantizaría una vida”.
La sociedad, el Estado y la Justicia deben garantizar las dos vidas. Hoy esa es la ley.
En cuanto a las iglesias -opinión personal- es conveniente no hacer juicios ideológicos fuera del tiempo y la realidad actual. 
En el hoy de la situación social imperante, los más conocidos y comprobados, que trabajan con los pies en el barro, poniendo el cuerpo y el alma, ayudando y tratando de contener la desgracia y la marginalidad, por donde transita la inseguridad, el narcotráfico y la violencia, son los curas. 
Los pastores, visibles, palpables, con coraje civil e irrenunciable abnegación y fe. Y lo hacen frente a mucha ausencia de políticas públicas y ninguna presencia comprobable de la vocinglería del feminismo histérico, de algunos sectores muy publicitados en la televisión, pero que pocas veces abandonan el asfalto. 
Al que no le gusta o no cree en la religión, tiene el derecho de manifestarlo o no profesarlo, pero en la actualidad, con carencias e insuficiencias, la Iglesia es la que da la cara y la acción, denunciando con coraje y sin demagogia la verdadera realidad social de la Nación.
Todos los que proclaman consignas populares arengando al pueblo, les sugiero con toda humildad que es fácil saber dónde está y en quién cree el pueblo. Averigüen donde estaba el pueblo el último 7 de agosto, agradeciendo su protección. 
El peor ciego es el que no quiere ver.
El peor hipócrita el que niega lo que ve.  
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